Manuel Valls, primer ministro, tomó partido por la prohibición decretada por una veintena de alcaldes. Valoración que ha chocado violentamente con varios miembros de su gobierno.
A la espera de una sentencia del Consejo de Estado, la prohibición del burkini, por decreto municipal, en una veintena de las treinta mil alcaldías de Francia, ha abierto nuevas grietas y crisis en el gobierno socialista de François Hollande, que intenta oficiar de «intermediario» entre ministros con opiniones enfrentadas.
Tras la prohibición del burkini en varias playas de comunas y alcaldías de la Costa Azul, el diario «La Croix», portavoz oficioso de la Iglesia de Francia, fue el primero en «advertir» la diferencia entre burka (velo integral), prohibido, y lasdiversas formas de velo islámico, de uso legal en toda Francia.
Tras La Croix, la Liga de los derechos del hombre presentó una querella contra las alcaldías que prohibieron el burkini, exigiendo una sentencia rápida del Consejo de Estado, para aprobar o rechazar la prohibición municipal.
Sin esperar a la sentencia inapelable del Consejo de Estado, Manuel Valls, primer ministro, tomó partido por la prohibición decretada por una veintena de alcaldes. Y lo hizo en nombre de una interpretación personal del problema que ha chocado violentamente con varios miembros de su gobierno, como Marisol Touraine (hija de Alain Touraine, el gran sociólogo, premio Príncipe de Asturias), ministra de Sanidad, y Najat Vallaud-Belkacem, ministra de Educación.
Marisol Touraine criticó la prohibición del burkini y la defensa que hizo Manuel Valls de tal prohibición, en estos términos: «Fingir que bañarse con velo o vestida una mujer amenaza el orden público y los valores de la República es olvidar lo esencial: la laicidad permite a cada cual vivir a su manera, sin renegar su identidad. La laicidad no es el rechazo de ninguna religión: es la garantía de que cada cual viva la suya a su manera. Estas prohibiciones lanzan una estigmatización peligrosa para la cohesión de nuestro país».
«Abre la puerta a todo tipo de racismos»
En esa misma línea, Najat Vallaud-Belkacem hizo este análisis político de la prohibición del burkini: «Esas decisiones municipales son una deriva política peligrosa que abre la puerta a todo tipo de racismos».
Entre la ironía y la crítica de fondo, Axelle Lemaire, secretaria de Estado responsable de la economía «numérica», criticó a Valls haciendo suya la posición de Justin Trudeau, primer ministro de Canadá, que, a su modo de ver, «en buen liberal anglosajón, es partidario de la libertad de usar o no usar el burkini».
Sin enfrentarse directamente a Manuel Valls, Bernard Cazeneuve, ministro del Interior, adoptó desde el primer momento por una línea menos «dura» y más «flexible», intentando evitar una polémica que finalmente ha dejado al descubierto un campo de ruinas políticas, gubernamentales, a las que aludió Anne Hidalgo, alcaldesa de París, cuando declaró: «Exijo que se ponga fin inmediatamente a una polémica absurda y peligrosa».
Consciente que un problema tan «menor» y «anodino» como el uso del burkini en las playas de Francia se había convertido en una bomba de relojería instalada en el despacho de su primer ministro, Manuel Valls, François Hollande intentó marcar una línea «ecuménica», defendiendo una «síntesis», su gran especialidad personal: «No debemos aceptar ni la provocación ni la estigmatización».
Como Nicolas Sarkozy, Hollande parece pensar que muchas musulmanas «piadosas» se han dejado llevar de la «provocación». Se trata de un comportamiento evidentemente «inaceptable». Al mismo tiempo, como sus ministras hostiles a la prohibición, Hollande denunció «cualquier tentativa de estigmatización».
Tormenta de verano sobre la que dictará sentencia el Consejo de Estado. Respondiendo a las exigencias de la Liga de los derechos del hombre y otros colectivos, la máxima instancia jurídica del Estado deberá sentenciar «sí» o «no» puede prohibirse el uso del burkini en las playas, piscinas públicas y parques acuáticos de Francia.
Imagen : ABC.es