La autora del siguiente escrito, la licenciada Ester Kandel, Magister de la UBA en Ciencias Sociales del Trabajo, es autora regular de adn.info con múltiples trabajos y ensayos en los que trata diversos problemas de la relación del trabajo con la mujer, del sistema capitalista con el niño y de la discriminación de la mujer en general. En este aboga por el Aborto legal y contra el ajuste y despidos

Hace más de un siglo que se conmemora el 8 de marzo, iniciado como un re-clamo centrado en el derecho al trabajo, según una de las protagonistas de aquella reunión, realizada en 1910 por la Internacional Socialista de Mujeres dirigida por la diri-gente comunista Clara Zetkin.
Miles de mujeres de distintas generaciones y sectores sociales se incorporaron a esta gesta, con nuevas consignas, con espíritu de lucha y de unidad. Con alegría veíamos a adolescentes y jóvenes, tratar de conseguir el pañuelo verde, emblema de la posibilidad de decidir sobre nuestro propio cuerpo.
Como en la época de Menem y Cavallo, el 8 de marzo, reclamábamos:
– contra el ajuste,
– aumento a los/as jubilados/as, aplicación del 82% móvil,
– contra la flexibilización laboral
Ante el asombro de algunos/as periodistas por la diversidad de consignas, especialmente las que cuestionan al gobierno de Macri, las trabajadoras defen-dimos y defenderemos el derecho a una vida digna, contra los despidos y la pre-cariedad laboral que predomina en el mercado de trabajo. Las consignas referidas a la brecha salarial, los jardines infantiles y la protección de la maternidad, tienen también una larga historia que amerita re-cordar para dimensionar los logros y obstáculos.
Haremos un poco de historia sobre el rol otorgado a la mujer y la retribu-ción salarial. En nuestra publicación El Estado y la legislación laboral a finales de la década de 1910 decíamos, que la dupla mujer-niño asimilada en el sistema ca-pitalista para valorizar el capital, fueron objeto de denuncias, así como de pro-puestas resistidas por la patronal en alianza con la clase dirigente.
Esta consideración que predominaba desde la Revolución industrial, sostenía que la remuneración de las mujeres tenía que ser menor. La situación de las mujeres fue tenida en cuenta en el Congrés International du Ouvrier Socialiste realizado del 12 al 14 de junio de 1889 en París:
(…) se trata ante todo de oponerse a la acción destructora del presente orden económico, decide una legislación protectora y efectiva del trabajo y reclama como base:
• la limitación de la jornada de trabajo a ocho horas;
• la prohibición del trabajo infantil;
• el reposo ininterrumpido de 36 horas;
• igual salario por igual trabajo (trabajo femenino)
La participación de las mujeres en la actividad sindical está ligada a un proceso de inserción en el mercado laboral de las que estaban excluidas. Para situarnos en el problema durante el siglo XIX, nos basamos en el estudio realizado por Joan Scott (1990).
a) Los supuestos que estructuraron en primer lugar la segregación sexual:
– las mujeres eran más baratas y menos productivas que los hombres,
– sólo eran aptas para el trabajo en ciertos períodos de la vida (cuando eran jóvenes y solteras)
– sólo eran idóneas para ciertos tipos de trabajo (no cualificados, eventuales y de servicio)
– daban la impresión de ser el producto de los modelos de empleo femenino que ellos mismo habían creado (coser, limpiar, ordenar). Mucho tiempo después se denominó saberes tácitos.
La existencia de un mercado de trabajo sexualmente segregado se consideró entonces una prueba de la existencia previa de una división sexual “natural” del trabajo.
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b) El salario: la economía política fue uno de los terrenos donde se originó el discurso sobre la división sexual del trabajo. Los economistas políticos del siglo XIX desarrollaron y popularizaron las teorías de sus predecesores del siglo XVIII. Y pese a las importantes diferencias nacionales (entre, por ejemplo, teóricos británicos y franceses), así como entre las escuelas de economía política en un mismo país, había ciertos postulados básicos comunes.
Entre ellos se hallaba la idea de que los salarios
de los varones debían ser suficientes no sólo para su propio sostén, sino también para el de una familia. De no ser así – observaba Adam Smith – “la raza de tales trabajadores no se prolongaría más allá de la primera generación.” Por el contrario, los salarios de una esposa, “habida cuenta de la atención que necesariamente debía dedicar a los hijos, (se) suponía que no debían superar lo suficiente como para su propio sustento”.
Otros economistas políticos ampliaban, esta suposición acerca de los salarios de la esposa, a todas las mujeres. Según ellos, éstas fuera cual fuese su estado civil, dependían de los hombres por naturaleza. Aunque algunos teóricos sugirieran que los salarios de las mujeres deberían cubrir sus costes de subsistencia, otros sostenían que tal cosa
era imposible.
El economista político francés Jean Baptiste Say, por ejemplo, afirmaba que los salarios de las mujeres caerían siempre por debajo del nivel de subsistencia, debido a su disponibilidad para apoyarse en el sostén familiar (las que estaban en estado “natural”) y, por tanto, no necesitaban vivir de sus salarios. En consecuencia, las mujeres solas que vivían al margen de contextos familiares y aquellas que eran el único sostén de sus familias, serían irremediablemente pobres. De acuerdo con su cálculo, los salarios de los varones eran primordiales para las familias, pues cubrían los costes de reproducción; en cambio, los salarios de las mujeres eran suplementarios y, o bien compensaban déficit, o bien proveían dinero por encima del necesario para la sobrevivencia básica. (…)
En esta teoría, el salario del trabajador tenía un doble sentido. Por un lado, le compensaba la prestación de su fuerza de trabajo y, al mismo tiempo, le otorgaba el status de creador de valor en la familia. Puesto que la medida del valor era el dinero, y puesto que el salario del padre incluía la subsistencia de la familia, este salario era el único que importaba. Ni la actividad doméstica, ni el trabajo remunerado de la madre eran visibles ni significativos. (…)
Entre mediados del siglo y 1970, la estructura del empleo (masculino y femeni-no) se modifica sustancialmente. Entre los varones, se produce un marcado des-plazamiento del sector primario al secundario, y entre las mujeres, del secundario (y en especial del sector industrial) al terciario, sobre todo al de los servicios.
La legislación instituyó la dependencia de la mujer respecto del hombre y con-signó el “temor reverencial” que ésta le debía. “A la mujer casada se le impusie-ron restricciones en la disposición del patrimonio de la sociedad conyugal por su condición de tal como en la relación con sus hijos a consecuencia del no ejercicio de la patria potestad. También limitó su posibilidad de trabajo fuera del hogar al punto que fue necesario que la legislación la autorice a trabajar fuera del hogar y además que califique el tipo de actividad que puede desempeñar: “Debe ser honesta”, aun cuando resulta evidente que la ley sólo autoriza a realizar actos honestos.
Esta normativa consolidaba una organización familiar de tipo patriarcal en que los roles se encontraban claramente definidos: el ejercicio de la autoridad, la di-rección de la familia y el trabajo fuera del hogar era asignado al varón, quien era reconocido como el proveedor de los medios de subsistencia; el cuidado del hogar y de los hijos era adjudicado a la mujer”.
Los debates y reclamos en contra de esta concepción tuvieron sus frutos con algunos cambios legislativos. En 1974 la Ley de Contrato de trabajo, reco-noce igual salario por igual trabajo y normas sobre la protección de la materni-dad.
La Conferencia Mundial del Año Internacional de la Mujer celebrada en México el 2 de julio de 1975 tuvo eco en nuestro país, aunque la dictadura militar la convirtió en letra muerta. Las directrices para el decenio 1975-1985 se re-tomaron post-dictadura con el surgimiento de la Multisectorial de la Mujer en 1983 que agrupó a distintas organizaciones para debatir el estado de la cuestión. De ahí surgieron varias iniciativas con reclamos y propuestas. Un papel muy im-portante fueron los Encuentros Nacionales de Mujeres.
La declaración de Méjico concibió los problemas de la mujer como una cuestión social que afectaba a la mitad de la población y consideró que la dis-criminación contra la mujer: es incompatible con la dignidad humana y con el bienestar de la familia y la sociedad, impide su participación en la vida política, social, económica y cultural de sus países en condiciones de igualdad con el hombre y constituye un obstáculo para el pleno desarrollo de las posibilidades que tiene la mujer de servir a sus países y a la humanidad.
El objetivo del Año Internacional de la Mujer fue “intensificar las medi-das encaminadas a promover la igualdad entre hombres y mujeres, asegurar la integración plena de la mujer en la totalidad del esfuerzo a favor del desarrollo y aumentar la contribución de la mujer al fortalecimiento de la paz mundial.”
Del diagnóstico y la elaboración de los principios destacamos:
a) ante el trato desigual es necesario luchar contra toda forma de opresión;
b) los cambios en la estructura social no pueden por sí solos asegurar un mejo-ramiento inmediato de la condición de un grupo que ha estado en condiciones desventajosas;
c) el subdesarrollo impone a la mujer una doble carga de explotación;
d) el papel de la mujer en la procreación no debe ser causa de desigualdad ni discriminación.
Entre los principios se reafirma enérgicamente:
– el derecho de la mujer a trabajar, a recibir igual remuneración por trabajo de igual valor, a beneficiarse de condiciones y oportunidades iguales para su progreso
en el trabajo, así como todos los demás derechos (…).
– eliminar el colonialismo, el neocolonialismo, el imperialismo, la dominación y ocupación extranjera, el sionismo, el apartheid, la discriminación racial, la adquisición de
territorios (…).
– El objetivo quedó sintetizado en las palabras: igualdad, desarrollo y paz.
En la Conferencia de Nairobi se elaboraron las estrategias orientadas hacia el futuro para el adelanto de la mujer hasta el año 2000, la estrategia elaborada y aprobada por consenso por los 157 gobiernos participantes, constituyeron un programa actualizado para el futuro de la mujer hasta fines del siglo. Sentó nuevas pautas al declarar que todas las cuestiones estaban relacionadas con la mujer. Se reconoció que la participación de la mujer en la adopción de decisiones y la gestión de los asuntos humanos no solo constituía su derecho legítimo, sino que se trataba de una necesidad social y política que tendría que incorporarse en todas las instituciones de la sociedad. (web) Estos documentos señalan claramente que se ha realizado un recorrido con propuestas, reclamos e incumplimientos.
Otras reuniones internacionales también elaboraron documentos que profundizaban los temas relativos a la dis-criminación a las mujeres. La actualidad de nuestro país, nos apremia para revertir la desigualdad salarial, cuando las mujeres ganan 27% menos que los varones y la desocupación es una de cada 10 varones y de 2 cada 10 varones menores de 29 años.
También tenemos que abordar la discriminación indirecta a través de la segregación ocupacional y los trabajos a tiempo parcial, la mayoría de las veces, obligadas para cumplir con las tareas de crianza.
Reafirmamos los reclamos:
– licencia por paternidad (15 días);
– licencia laborales en casos de violencia de género;
– escuelas infantiles para la primera infancia:
– apertura moratoria previsional para amas de casa;
– 82% móvil para jubiladas/os;
– sanciones por violencia laboral y acoso sexual;
– contra la trata de niños/as
Las recomendaciones de la OIT, jugaron un papel para revertir las situaciones de desigualdad:
El Convenio Nª 156 DE 1981 sobre la igualdad de oportunidades y de trato entre traba-jadores y trabajadoras con responsabilidades familiares, y en la Recomendación Nº 165 sobre el tema, la OIT explica que su aplicación atañe a los casos en que se vean “limita-das sus posibilidades de prepararse para la actividad económica y de ingresar, participar y progresar en ella.
Las reivindicaciones enunciadas, son la preocupación central de las secretarías de género e igualdad de oportunidades y la incorporación de las cláusulas de género en los convenios colectivos de trabajo, como se viene haciendo desde hace más de dos décadas con las cláusulas de discriminación positiva.
El objetivo es articular la producción y la reproducción, en la perspectiva de lo-grar la igualdad de oportunidades de varones y mujeres en el mundo laboral, desde ya en el marco de las contradicciones de clase, abordando la relación clase-género, teniendo en cuenta que la división sexual del trabajo, es un complejo entramado de vínculos entre la división sexual del trabajo, la organización de la familia y las estrategias de acumula-ción del capital.