El lunes 1 de febrero de 2021, el ejército de Myanmar tomó al gobierno y detuvo a la líder prodemocrática Aung San Suu Kyi, destruyendo la esperanza del país de un gobierno justo después de décadas de lucha democrática. Sin embargo, el liderazgo de Suu Kyi estuvo lejos de ser perfecto para proteger la autonomía de Myanmar. Desde guardar silencio sobre el genocidio rohingya hasta enjuiciar a los críticos del gobierno, se podría haber hecho mucho más para evitar el golpe de estado de Myanmar. Si los líderes desean proteger los derechos y la voluntad del pueblo, deben luchar activamente contra las fuerzas que obstruyen la democracia.

No basta con denunciar la autocracia sin una acción que respalde las palabras. En 2016, el ejército de Myanmar instigó un genocidio del pueblo rohingya, una minoría musulmana que vive en la región noroeste del país. Suu Kyi guardó silencio al respecto y no tomó ninguna iniciativa para prevenir violaciones de derechos humanos.
«Muéstrame un país sin problemas de derechos humanos», dijo Suu Kyi, apoyando en última instancia las acciones de los militares (The Independent). De manera similar a la situación en Myanmar, el golpe de Zimbabue de 2017 se debió en parte a informes de torturas y asesinatos patrocinados por el estado bajo la presidencia de Robert Mugabe. Una vez reverenciado por ayudar a Zimbabwe a independizarse de Gran Bretaña en 1980, Mugabe se convirtió en un dictador responsable de gran parte de la corrupción en su país. Su indiferencia por el gobierno representativo le facilitó a Emmerson Mnangagwa, el ex primer vicepresidente respaldado por el ejército, asegurar el poder en Zimbabwe.
Tanto Mugabe como Suu Kyi hicieron la vista gorda ante la corrupción desenfrenada en sus países de origen. A pesar de ser el rostro del partido Liga Nacional por la Democracia, Suu Kyi no detuvo el genocidio del pueblo rohingya, pueblo que tiene derecho a estar representado en un gobierno democrático. Los líderes deben defender todos los aspectos de la sociedad y el gobierno que mantienen viva la soberanía popular.
Es inconcebible que un líder fomente amenazas a la democracia como el fraude electoral y la promoción de la desinformación. El partido de Suu Kyi, la Liga Nacional para la Democracia (NLD), ganó las elecciones de 2020; sin embargo, el Partido Unión, Solidaridad y Desarrollo (USDP), respaldado por el ejército, reclamó un fraude electoral, a pesar de la aplastante victoria de la NLD (CNN). La afirmación del USDP de fraude electoral refleja la del ex presidente Donald Trump durante las elecciones de 2020 en torno a las boletas por correo. En parte ,como resultado de las mentiras de Trump, una insurrección amenazó al Capitolio el 6 de enero de 2021, poniendo en peligro muchas vidas y, en última instancia, cobrándose cinco (The New York Times). Aunque ninguno de los dos casos contó con pruebas suficientes para sustentar sus preocupaciones, no detuvo los intentos de recuperar el poder; sólo en Myanmar tuvo éxito. Si la gente y los políticos no pueden ponerse de acuerdo sobre los hechos y la realidad, se vuelve casi imposible, impulsar, democráticamente, políticas diseñadas para ayudar a las personas.
Los partidos políticos que no defienden la democracia no deberían poder presentarse a las elecciones. El USDP, responsable del genocidio rohingya y el fraude electoral, claramente no cumplió con los principios básicos de la democracia. Por ejemplo, el golpe de 2014 en Tailandia resultó en el establecimiento de una junta (un grupo militar que gobierna un país después de tomar el poder por la fuerza) llamada Consejo Nacional para la Paz y el Orden (NCPO). El NCPO no tenía interés en proteger al gobierno representativo y procedió a prohibir las reuniones políticas, detener a políticos, arrestar a activistas antigolpistas e imponer la censura de Internet (Human Rights Watch). De manera similar a la paradoja de la tolerancia, una sociedad sin límites en los que los partidos pueden presentarse a elecciones democráticas es finalmente tomada por autócratas. Debe haber un interés compartido por la democracia, entre todos los partidos políticos, para que funcione.
Si bien los partidarios de Suu Kyi pueden argumentar que ella no podía presionar a los militares sobre los derechos humanos sin desestabilizar el poder compartido entre civiles y militares, la falta de acción de Suu Kyi resultó en la obstrucción del gobierno electivo de Myanmar. Su silencio sobre el genocidio, en última instancia, no condujo a nada bueno para el crecimiento de la democracia.
El golpe militar de Myanmar sirve como recordatorio de lo que podría suceder cuando los líderes electos no protejan su sistema democrático. Para proteger los intereses de la gente, los gobiernos deben dejar en claro que no tolerarán el autoritarismo, ya sea defendiendo los derechos humanos, disipando mentiras o alienando a los partidos políticos antidemocráticos. Con las falsas afirmaciones de fraude electoral también exhibidas en las elecciones de 2020 de Estados Unidos, Myanmar parece más una realidad alternativa que una pesadilla lejana.