Solo uno de cada 1000 abusos contra menores llegan al esclarecimiento en la Argentina y de cada 10 casos que padecen las niñas y niños al menos siete son cometidos por los denominados «enemigos íntimos», que son familiares, vecinos o amigos de la familia.
El caso de Rocío Girat, la joven de Mar del Plata que fue abusada sexualmente por su propio padre, sirvió para empezar a quebrar el silencio en torno a la problemática en la agenda política y mediática.
La Organización de Naciones Unidas (ONU) considera que el abuso sexual infantil es «el crimen encubierto más extendido en la humanidad».
En Argentina, los especialistas afirman que sólo uno de cada 1000 hechos llegan al esclarecimiento, y que de cada 10 abusos que padecen las niñas y niños al menos siete son cometidos por los denominados «enemigos íntimos», que son familiares, vecinos o amigos de la familia.
«Las niñas y niños victimizados duermen con el enemigo en sus hogares, conviven con el monstruo de la pedofilia intramuros. Tenemos que decirlo, verbalizarlo y dejar de esconder este drama que padecen tantas víctimas», dijo la experta Elvira Berardi, directora del Programa A.N.A.S «Ayuda a Niños Abusados Sexualmente».
«Escucho todo el tiempo testimonios de adultas y adultos que lograron contar luego de muchos años sus experiencias con el horror. Y es una muestra de lo mucho que falta, porque son personas que nadie acompañó cuando sufrieron el drama. No los escucharon en su entorno, la casa, la escuela y mucho menos la justicia», agregó en declaraciones a Diario Popular.
Las cifras internacionales acerca de los abusos sexuales que padecen niñas y niños son coincidentes con las estimaciones locales. Así, se menciona que alrededor del 70% de las personas que sufrieron ataques contra su integridad sexual durante la niñez resultaron victimizadas por conocidos.
Un caso: Laura es una mujer adulta. Su historia marca que fue abusada a partir de los cinco años por su padre. A los 10 sintió «cosquillas» en su panza. Estaba embarazada. Su madre pagó para que le realizaran un aborto. Todo fue silencio en el entorno hogareño. Los ataques, por supuesto, continuaron. A los 12 hubo otro embarazo y un nuevo aborto. Luego, la víctima logró mudarse a otra casa y salió de esa pesadilla. Recién pudo romper el silencio a los 33 años.
«Nadie se enteró del caso de Laura (es un nombre ficticio) en la justicia. Y como ella, la enorme mayoría de los hechos quedan absolutamente invisibilizados, mientras puertas adentro los abusos, las torturas, continúan», manifestó Berardi.
Semanas atrás, en una charla sobre abusos en la infancia, el juez federal Carlos Rozanski, impulsor de la ley que impone la utilización de la Cámara Gesell para que las víctimas menores sean escuchadas en espacios adecuados, explicó sobre las cifras en Argentina que «normalmente se esclarece el dos o tres por ciento de los hechos delictivos que suceden, y si se tiene en cuenta que de los casos de abuso infantil no llegan a denunciarse más que 10%, la proporción es geométrica: cada mil abusos se esclarece uno y los otros 999 quedan impunes».
Consultado sobre el momento en que las víctimas logran revelar que sufren ataques, el magistrado dijo que «no existe un estudio que determine cuántos años pasan entre que un niño o niña es abusado y puede verbalizarlo, incluso es algo que a veces no sucede jamás, pero lo que sí sabemos es que por las características propias del delito esta denuncia nunca es inmediata».
El juez, autor del libro «Abuso Sexual Infantil, ¿denunciar o silenciar?», describió como características propias del delito, además de la corta edad de las víctimas, que «en la mayoría de los casos se da en el ámbito intrafamiliar en una sociedad que inculca que ‘los trapitos sucios se lavan en casa'».
«Esto lleva a que muchas víctima demoren años en denunciarlo, por lo que no se puede fijar un límite para investigar. Incluso hay quienes no lo denuncian nunca, de hecho se estima que sólo se llevan a la justicia un 10% de los casos», precisó, mientras planteó la necesidad de un debate profundo para que esta clase de delitos se consideren «imprescriptibles».
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