«Ser mujer es una discapacidad»

Así lo explicó la filósofa y docente de la UNSa. Violeta Carrique, para quien la paternidad del ex Obispo y actual presidente del Paraguay Fernando Lugo viene a mostrar una vez más como los hombres disponen de los cuerpos de las mujeres, la naturalización de estos hechos y el encubrimiento de la Iglesia ante abusos sexuales.
Debe mencionarse también que el machismo instalado como parte de la idiosincrasia en la sociedad paraguaya tiene como saldo de un 70% de niños no reconocidos por sus padres, a los que se les niega no sólo el derecho a la identidad sino también el derecho a la vida al no recibir ni siquiera los alimentos de su progenitor.

Para Carrique debatir seriamente sobre estos temas es entender que conductas como las de este jefe de estado deben ser rechazadas por la sociedad, no sólo por el poder que éste detentaba al tener tan alta jerarquía eclesiástica, sino porque al momento de haber tenido relaciones sexuales con la madre del niño que reconoce como suyo, ésta era menor de edad. La docente interpreta que tanto para esta joven como para las otras mujeres que surgieron en estos días ante Lugo «había un respeto reverencial».

En este sentido, la filósofa manifiesta que contrariamente a lo que la gente hace al señalar a la víctima, se debe dar una discusión seria, en la que las responsabilidades se carguen contra quien abusa de una menor, ya que la edad impide que exista un consentimiento como el que puede surgir en una verdadera relación adulta. Debe tenerse en cuenta además que el caso contiene muchas otras aristas de desigualdades puesto que se trataba de una mujer humilde que trabajaba como doméstica para el religioso.»Las culpas siempre están sobre las mujeres, siempre se inculpa al más vulnerable», recalca.

Dado este contexto, la docente ratifica que debe diferenciarse las acepciones de consentir, cuando esto implica verdaderamente compartir los sentimientos y el deseo y entender que dada la asimetría de edad, condición social y nivel cultural, ésta no fue precisamente una relación consentida, más teniendo presente que muchas veces la falta de resistencia física ante los abusos sexuales se da frente a la imposibilidad de decir que no por circunstancias de disparidad, miedo y dependencia, como ocurre en el caso en cuestión.

Tomar a la ligera esto, implica para Carrique aceptar lo que históricamente ha pasado en la vida de las mujeres, a quienes el cuerpo les ha sido expropiado, incorporándose al derecho positivo en algunos países como Afganistán. La filósofa considera que este avance se da con un «consentimiento social tácito» en nuestras sociedades, como si fueran delitos de menos entidad que las violaciones callejeras que son cuantitativamente menores a las que ocurren dentro del hogar o con personas cercanas a la víctima.

La docente interpreta que aún en las sociedades más progresistas el lugar de la mujer es el del sometimiento, y que muchas veces se diferencia la lucha por los derechos humanos con la vida privada, cuando moralmente hablando esto es una contradicción. «Un hombre golpeador que después se dice defensor de los derechos humanos no merece ningún respeto», enfatiza y agrega «esto no es la vida privada de un hombre, porque estamos ante una menor de edad, humilde, que trabajaba para él. Era una niña, el era un cura lo cual es un abuso sobre una menor».

La filósofa concluye diciendo que pensar en sentido contrario es cercenar «la libertad de elección de las mujeres», lo cual termina justificando una «sexualidad incontrolable», de los hombres, que no es tal.

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