Reflexiones de una feminista ante la elección del nuevo Papa

Una mirada sobre lo celestial y lo terrenal, los asuntos generales y particulares de los creyentes, en la jerarquía y en lo simple. Sobre lo que tiene, le sobra y le falta a esta y otras iglesias hoy, y sus retos en un mundo globalizado.

FEMINISTAS

La pregunta obligada es por qué una feminista que se precie se preocuparía por el Papa, la Iglesia Católica de Roma y sus maquinaciones. Mi respuesta es bien sencilla: por el poder que ejerce. La religión es una de las fuentes que determina la forma de dividir el poder (o no) en el mundo. Por ello, las feministas debemos prestar atención a la distribución de ese poder si pensamos que podemos cambiar el mundo de una forma más justa e igualitaria. Hablo en calidad de «católica» y de hecho como teóloga que ha crecido arraigada en esa tradición. Creo que en estos momentos es mucho el poder que está en juego y quiero ver cómo se reparte.

La elección de un nuevo Papa que está teniendo lugar en Roma es un clásico ejemplo de patriarcado retransmitido al mundo entero en vivo y en directo. Sin duda alguna, es el acontecimiento religioso más importante del siglo XXI, pero no hay ninguna mujer a la vista. Piensen en la cobertura que han dado los medios de comunicación a este tema. Aparte de las numerosas mujeres periodistas que ya están en Roma, todos los protagonistas de esta historia son siempre hombres.

Por supuesto que se han visto mujeres entre las multitudes que acudieron a la Plaza de San Pedro o que han saludado al helicóptero que llevaba al Papa saliente a su nuevo lugar de residencia en Castel Gandolfo. Pero prácticamente son pocas las mujeres que han ocupado titulares en los medios de comunicación cuando anunciaron la importante noticia de la renuncia del Papa, salvo las monjas que fueron trasladadas de su convento para que el Papa emérito tuviera un nuevo lugar donde vivir en su antiguo barrio. Ellas son el símbolo del problema que estoy poniendo de manifiesto, porque dudo mucho de que les hayan consultado. ¡Pero si incluso la virgen María fue consultada!

De este modo, en la historia del patriarcado de la iglesia (lo que Elisabeth Schüssler Fiorenza ha llamado «kyriarchy») no hay prácticamente ninguna mujer. Una prueba de ello han sido los casos de encubrimiento de pederastas y el escándalo bancario del Vaticano donde los hombres han hecho desde el principio un trabajo realmente desastroso.

Sin embargo, no creo que las mujeres hubieran necesariamente evitado estos escándalos. Pero, hasta donde sabemos, los hechos históricos demuestran que las mujeres no se han visto involucradas en casos similares. A partir de ahí, podemos enfocar esta situación desde el punto de vista feminista. ¿Quién no está? ¿por qué? Los jóvenes, los casados, las lesbianas, los gais, los bisexuales y transexuales, algunos hombres de color. La lista es interminable. Sin embargo, nadie parece darse cuenta. Y si se dan cuenta, no parece importarles. ¡Pero yo sí que me doy cuenta y sí que me importa!

El Cónclave ya ha empezado. Ciento quince hombres, en su mayoría ancianos, elegirán al sucesor del hombre que los nombró cardenales electores (casi todos los cardenales fueron nombrados por Benedicto XVI y Juan Pablo II de quien Benedicto XVI fue su sombra durante varios años). Es muy probable que el nuevo Papa sea aún más conservador que sus dos antecesores. Tal vez sea más carismático. Tal vez sea un Papa fuerte. Quizá proceda de un país en vías de desarrollo. Pero seguro que es conservador. No me cabe ninguna duda. Me imagino que incluso ya ha sido elegido. ¿Qué organización del tamaño de la Iglesia Católica no tendría ya un plan de sucesión para un Papa de 86 años?Sospecho que ya está trabajando a pesar de las historias y mitos que existen sobre la espiritualidad y el secreto del conclave. Además del despliegue de túnicas pequeñas, medianas o grandes que vestirán al hombre encargado con la difícil tarea de ser Papa. En mi opinión, el debate actual se centra en las personas que ejercerán su influencia sobre el nuevo Papa. Al final de un papado, todos los jefes de las oficinas del Vaticano tienen que renunciar. Así que muchas de las cuestiones sobre el personal se deciden en las reuniones oficiales que empezaron en Roma el pasado 4 de marzo.

También se celebran numerosas y constantes reuniones informales para hablar sobre la reorganización. Es un cambio de poder parecido al que se produce cuando un republicano derrota a un demócrata. Hay muchas personas que se postulan y mucha ideología en juego. Sería una situación análoga a la elección del presidente de Estados Unidos ya que de él o de ella depende la composición de la Corte Suprema. Piensen detenidamente cómo se elegirán los nuevos miembros ahora que el cardenal escocés O’Brien se ha visto obligado a dimitir por la denuncia de sus antiguos amantes. A la hora de elegir la dirección de esta gran Iglesia, son muchos los argumentos que se tienen en cuenta porque las apuestas y los riesgos son altos.

Lo importante no es quién sea elegido. El proceso de elección es totalmente imperfecto ya que representa un modelo de iglesia completamente anticuado. Y lo seguirá siendo al menos hasta que no se produzcan cambios estructurales que den lugar a un modelo de gobierno bien integrado y bien representado en el que participen todos los miembros de la comunidad católica –incluyendo a las mujeres, los casados, las personas que viven en pareja y los jóvenes-. El cambio debería empezar en las comunidades locales y en las parroquias. Sus miembros deberían tener un auténtico poder de decisión sobre el personal, los asuntos económicos y sacramentales, la propiedad y la justicia social. Y lo mismo debería ocurrir en las diócesis, para que otros representantes tomen cada vez más decisiones que los clérigos no pueden rechazar. Esto incluiría a las personas más necesitadas de la mayoría de los sectores marginados de todo el mundo cuyo bienestar y dignidad debe ser la principal preocupación de la iglesia católica, pero que claramente no lo es. Nosotras, que formamos parte de esa comunidad, esperamos y exigimos que se escuche nuestra voz, ejercer nuestro voto y tener responsabilidades en el ministerio y el gobierno de la Iglesia.

No me interesan las características personales del nuevo Papa. Ni incluso las apuestas sobre el resultado de la carrera de caballos papal. Es al sistema patriarcal al que las feministas debemos oponernos. Si me pronuncio favoreciendo al cardenal X sobre el cardenal Y, o si esbozo las características que debería tener un Papa «amable y moderado», estoy por tanto admitiendo que el modelo es aceptable. Y no lo es. Lo que me interesa es acabar con el papado y otros de sus símbolos a favor de un modelo de Iglesia más democrático y participativo. Pero por favor no piensen que me he convertido en presbiteriana. Aunque algunos de mis mejores amigos son presbiterianos, yo soy lo que un católico puede y debe ser en el siglo XXI. Este es el cambio que necesitamos.

Aunque es poco probable que se cumpla mi deseo de desmantelar la «kyriarchy»,quiero observar el sentido religioso de la élite y el enfoque exclusivista que ofrecerán las televisiones y las páginas web de todo el mundo sobre esta cuestión, ya que su influencia es determinante. Intento olvidarme de lo que sé sobre los asuntos internos de la Iglesia Católica (la elección de un Papa es como ver un juicio o como se elabora una salchicha, no es un pasatiempo agradable), e imaginar qué piensan los que están mirando el espectáculo en la pantalla. Creo que lo que la gente ve es algo confuso y convincente a la vez.

Lo que parece muy evidente es la tradición. Porque, a pesar de la renuncia del último Papa y de las nuevas reglas para el conclave que votará al nuevo Pontífice, la mayoría de la gente no es capaz de ver con claridad la adaptación de la Iglesia a los nuevos tiempos. Los que no tienen fuerzas pueden tomar la decisión de renunciar al papado, pero se pone la etiqueta de pecadoras a las mujeres que toman decisiones sobre su propio cuerpo. Se cambian las reglas a las que los cardenales del conclave se acogen «Motu proprio», pero cuando las personas decidimos voluntariamente utilizar métodos anticonceptivos o amar a personas del mismo sexo se nos tacha de pecadores.

Los medios de comunicación crean cortinas de humo con falsos reportajes sobre la eternidad y el esplendor de la tradición que llaman la tención de la gente. Es difícil competir con la vestimenta del Pontífice –todo el mundo sabe que sus zapatos rojos simbolizan la sangre de los mártires-, con la música, los edificios y los símbolos de lo que parece ser el propio reino de Dios. A la gente le encanta la idea de que los cardenales electores se encierran sin sus teléfonos móviles para permitir que el Espíritu Santo les ilumine a la hora de elegir al sucesor de Pedro. No es mi intención ofender a nadie, pero soy suficientemente realista como para pensar que la elección ya está hecha desde hace tiempo y que toda esta ceremonia, no muy diferente del Mago de Oz, es únicamente una forma de hacer dinero.

Lo que me sorprende es que la gente inteligente, en especial los periodistas de los medios de comunicación, no contemplen la escena con perplejidad. Y que los accionistas y los empresarios no tiengan nada que decir sobre este asunto. ¡Imagínense que una elección como esta se celebrara en Cuba o en Washington! Quisiera pensar que les gustaría hacer algunas preguntas fundamentales: ¿dónde están las mujeres? ¿Y los jóvenes? ¿Dónde está la gente de color que constituye una mayoría creciente en la Iglesia? ¿Este pequeño grupo de personas ejerce su poder sobre mil millones de creyentes? ¿Qué tiene de malo esa imagen?

Desde mi punto de vista, hay mucho mal en ella. Lo peor de todo es la instrumentalización de la religión y de la fe. De querer reafirmar y fortalecer las mismas formas de ser y de actuar como si fuera la voluntad divina. Esto es una blasfemia. No estoy en contra de ese argumento, solo que yo me siento más cerca de lo que Dios quiere. Es más, creo que el ser humano puede y debe organizar su vida de manera que refleje sus valores más profundos. Pero me resulta aterrador ver a ciento quince hombres ejercer su poder sobre una comunidad mundial, por el significado que ellos dan a lo divino. Es evidente que ellos creen que Dios favorece a los hombres sobre las mujeres, a las minorías sobre las mayorías, su información privilegiada sobre el sensus fidelium. En realidad, no está claro que las Sagradas Escrituras digan esto. Con todo respeto, no estoy de acuerdo y deseo cambiar este modelo de poder tan pronto como sea posible, empezando por retirar el apoyo económico a la Iglesia Católica.

La confesión más grande del mundo cristiano tiene profundas implicaciones sociales que configuran una forma monárquica de estar en un mundo cada vez más democrático. Aparte de quedar en ridículo y ofender a la gente a cada instante afirmando que la segunda creencia más importante de Estados Unidos es la de los ex católicos, el resultado de todo ello consistirá en reforzar el poder del patriarcado. Si estos hombres pueden actuar impunemente, otras asociaciones tendrán pocas o ninguna mujer en sus consejos de administración. Si se acepta el modelo monárquico, los gobiernos no permitirán a los ciudadanos tener voz ni voto. Si Dios quiere una elección papal, probablemente Dios también querrá guerras, la destrucción del ecosistema y otros problemas creados por el hombre. Yo no acepto esta doctrina.

Puede ser que a la Iglesia Católica se le atribuya demasiado poder como para influir sobre la visión que la gente tiene del mundo. Pero cierto es que prácticamente no existe ninguna otra religión –ni el Islam, ni el Judaísmo y tampoco el Consejo Mundial de Iglesias-, que consiga tanta atención y curiosidad mundial de forma gratuita durante las próximas semanas. Teniendo en cuenta que es una religión misógina, exclusivista y «kyriarcal» en el sentido estricto del «señorío», creo que las feministas debemos rechazarla sin que por ello dejemos de dar valor a cuestiones fundamentales que subyacen como son el amor y la justicia.

Algunas estrategias feministas sirven como argumento útil para contrarrestar este enfoque y crear nuevas y constructivas formas de ser iglesia que centran su atención en la participación, la seguridad y la responsabilidad. Son muy sencillas: detenerse, mirar,escuchar. Lo mismo que les decimos a los niños cuando les enseñamos a cruzar la calle.

Detener el proceso

No hay ninguna razón por la que el papado no pueda permanecer vacante durante un tiempo. La historia de la Iglesia incluye ejemplos de conclaves que han estado en punto muerto y de otros que duraron meses e incluso años. La propia dimisión de Benedicto XVI y el consiguiente cambio de las reglas del conclave evidencian la elasticidad de las costumbres y las leyes.

La situación actual de la Iglesia es grave: abusos sexuales y encubrimientos, problemas económicos, pérdida de confianza y transparencia, conductas sexuales de mal gusto y lo más importante, la exclusión de la mayoría de los miembros de la comunidad, especialmente de las mujeres. Teniendo en cuenta la gravedad de estos casos, la solución más sencilla sería suspender el conclave. Las energías y los recursos ahorrados se podrían canalizar para imaginar y crear nuevas formas menos excluyentes de ser iglesia donde la seguridad y la rendición de cuentas sean fundamentales.

Mirar los hechos

La espiritualidad contemplativa del catolicismo invita a «mirar la realidad con amor». A pesar de la pompa y el boato de la transición papal, la institución católica está fragmentada. No hay suficiente humo blanco que permita ocultar la corrupción y las luchas internas. Ningún canto gregoriano puede ahogar los gritos de quienes han sido objeto de abusos. Ninguna lectura del Evangelio puede excusar el trato opresivo con las mujeres y las relaciones entre personas del mismo sexo.

En cambio, hay pequeñas comunidades, algunas parroquias y muchas comunidades religiosas que tienen como primera norma los sacramentos y la solidaridad. Grupos de todo el mundo trabajan a favor de la justicia social, la educación y la salud basándose en los compromisos del catolicismo y sin el apoyo de ninguna institución. Existe una profunda desconexión entre la jerarquía y el laicado. Sin embargo, son muchos los católicos que están dispuestos y son capaces de mantener su compromiso con la iglesia a pesar de los actos escandalosos de sus líderes.

Escuchar al Espíritu Santo

Los católicos creen que el Espíritu Santo infunde su gracia al mundo. En lugar de que los cardenales seleccionados por los dos Papas anteriores elijan un nuevo Papa, es hora de crear nuevas formas de organización y de gobierno entre los más de mil millones de creyentes católicos. La cultura contemporánea lo exige y la tecnología lo hace posible.

Un nuevo modelo de Iglesia estaría formado por un grupo de personas de todo el mundo que representarían a varios y diversos grupos, diferentes estilos de adoración y ministerio, de estilos de vida y de familias, religiosos y seglares. Habría una asamblea democrática en la que todos serían iguales. Una red global de creyentes que delegaría el resultado de las decisiones a los ministros para que ejercieran la voluntad de Dios en la enseñanza y el apostolado, los sacramentos y la justicia social, la economía y el testimonio público.

Para los que no son católicos, es el momento de dejar de preocuparse de las acusaciones de anticatolicismo y unir sus voces a las de las feministas católicas que dicen a gritos que el proceso y el resultado del cónclave no son válidos. Y los que no tienen ningún interés en el catolicismo, tal vez ahora puedan hacerse preguntas obvias como quién está excluido, quién participa, quien puede ser ministro de la Iglesia, tomar decisiones y si no, pueden ejercer su fe de forma adulta. Ya no tendrían que conformarse con esta respuesta: «Lo hacen porque son católicos». Ni tampoco tener que oír que no tienen voz porque no están de acuerdo con esa tradición.

Si miramos esta situación en términos generales, observamos que es mucho lo que está en juego. Y si las religiones influyen en la forma de ver la vida, cada uno tiene entonces el deber y la responsabilidad de examinarlas críticamente para así emprender la tarea común de crear algo mejor.

Traducción de Virginia Solans