Decidida a ejercer su derecho cívico presentó una demanda individual ya que la ley electoral no especificaba que los electores tuviesen que ser hombres. Logró hacerlo en una elección municipal pero en 1912 la Ley Sáenz Peña asoció el padrón con las listas de enrolamiento militar.

Las reacciones están bien claras en la foto que conserva el Archivo General de la Nación. Ella llega a votar íntegramente vestida de blanco. La esperan en la mesa tres hombres trajeados y el policía a cargo de la seguridad del comicio. Las caras de ellos expresan: enojo, ironía y asombro, los sentimientos que generó en la sociedad la cruzada que llevó adelante Julieta Lanteri y le permitió votar el 26 de noviembre de 1911, cuatro décadas antes que una ley de 1947 habilitase el sufragio de sus congéneres en 1951.
Quienes lo recuerdan para Télam llevan su apellido, son las doctoras en Historia Ana Laura y Sol Lanteri, cuyo padre, Rodolfo Lanteri, es nieto de Luisa Lanteri de Lanteri, prima de Julieta. Ambas eran coetáneas y se trataban en La Plata y Berisso, donde se establecieron sus familias al emigrar de Italia en el siglo XIX.
Fue por aplicación del principio de clausura y legalidad de la Constitución, ya que ese marco normativo no negaba a las mujeres el derecho a sufragar”, explica Sol, quien recuerda que el cuestionamiento a las condiciones civiles y políticas de las mujeres fue iniciado a finales del siglo XIX en el marco de la revolución industrial en Estados Unidos e Inglaterra y se extendió a otras regiones, donde se fue modulando con sus propias particularidades.

Ana Laura resalta que esa demanda individual le permitió a Julieta Lanteri ser la única mujer que votó en esas elecciones, pero la situación cambió con la Ley Sáenz Peña del año siguiente: “Esa ley de 1912 tuvo fuertes límites ya que, a pesar de que fue clave en la universalidad del voto masculino en el país, excluyó a las mujeres, al unificar los registros electorales con los militares. De esta manera el nuevo padrón estuvo basado en los listados de enrolamiento militar”.
Sin embargo, a Julieta la ley no la detuvo así que intentó hacer frente a las restricciones y pidió, “de forma muy audaz para la época”, su inclusión en el padrón militar para realizar la conscripción y así obtener sus derechos políticos. No logró el permiso para elegir candidatos pero fue recibida por diversos funcionarios que se empeñaron en argumentar la negativa.
Cuentan sus descendientes que, para “la Lanteri”, como le decían en su época, la práctica formal del voto no agotaba los mecanismos de la acción política, por eso en 1919 creó el Partido Feminista Nacional -que proponía además la igualdad de hijos legítimos e ilegítimos y el divorcio vincular- y profundizó la acción, participando de dos simulacros electorales en base a la experiencia internacional de las sufragistas.
Más allá de la política se casó –tardíamente para aquel entonces- a los 36 años con Alberto Luis Renshaw, un hombre de ascendencia norteamericana, 14 años menor y sin trascendencia pública y fue una profesional de la medicina, alejándose del estereotipo tradicional de ama de casa. Parece ser que Julieta además era vegetariana y amaba a los animales, con quienes compartía su casa.