FEMINISMO Y GLOBALIZACIÓN

Posiciones feministas frente a los desafíos del presente

RESUMEN: Este artículo propone revisar algunas conceptualizaciones feministas construidas en el contexto socio económico y cultural de la globalización que debaten sobre sus características y sus derivaciones, así como también los aportes teóricos que plantean las posibilidades de existencia y sobrevivencia del feminismo en este horizonte, frente a posturas posmodernas radicales que sugieren la eliminación de su especificidad como teoría y el fin de sus ideales emancipatorios, razón de ser del feminismo de raíz ilustrada. Por otra parte, se pretende individualizar algunos discursos del feminismo poscolonialista y latinoamericano contemporáneos al proceso de globalización que, sobre la idea de respeto a las identidades diversas, cuestionan la universalización de la cultura y la ciencia occidental. Algunos de estos discursos se acercan ?mediante rupturas epistemológicas- a las posturas posmodernistas, o platean una complementariedad entre feminismo y posmodernismo.

EL FEMINISMO FRENTE A LA GLOBALIZACION

Frente al fenómeno conocido como globalización o mundialización, los movimientos y teorías feministas se han visto frente a la necesidad de revisar algunos de sus postulados. Esto con el objetivo de brindar respuestas más adecuadas a los cambios sociales que la globalización ha traído aparejados y, al mismo tiempo, articular los aspectos de este proceso que se han considerado ventajosos para los objetivos feministas y aquellos considerados negativos para el mundo y especialmente para las mujeres. Este artículo revisa esos postulados feministas a la luz de la globalización, especialmente aquellos construidos desde perspectivas posmodernas y multiculturales

En el IX Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe realizado en Costa Rica en el año 2002, se planteó la disyuntiva entre aceptar los aspectos positivos y rechazar -a través de propuestas y acciones de lucha- el proceso de globalización. En este contexto, Alda Facio (2002) señaló que aquella disyuntiva se resolvió estableciendo dos tipos de globalización: la que genera acercamiento entre los pueblos y la que imponen los intereses de un Estado a los demás.

En ese sentido, puede reconocerse que el fenómeno de la globalización ha implicado la jurisdicción universal y la universalidad de los derechos humanos, el mayor respeto y visibilización de las identidades diversas, el mejor conocimiento de otras culturas, la mayor posibilidad de viajar y acceder a información, etc. Sin embargo, tal como dice Facio (2002), también ha traído también nuevas formas de discriminación y exclusión. La globalización ha despolitizado la teoría y práctica del feminismo, pues el poder globalizado es machista, racista, clasista, homofóbico, adultocéntrico, etc. De este modo, la globalización no ha ayudado a uno de los grandes intereses del feminismo: la importancia de la reproducción humana, al contrario, ha sobrevalorado aún más la producción de bienes virtuales, inmateriales e intangibles (dinero, mercado de valores, circulación de capitales) por encima del cuidar y nutrir seres humanos.

En la actualidad, ?el sistema de distribución mundial funciona gracias a una política donde la riqueza se acumula en algunas manos en una relación proporcional al aumento de la pobreza de muchos, y las mujeres en este sentido se ven especialmente afectadas?(2).

Alejandra Ciriza (2007) también plantea -acertadamente- la disyuntiva:

el panorama se presenta para las mujeres en tono de paradoja. Indudablemente el punto de vista feminista ha portado históricamente la marca de la crítica hacia el universalismo abstracto vinculado a la mayor parte de los proyectos políticos nacidos bajo el signo de la Ilustración. El célebre ?dilema Wollstonecraft?, tal como lo llamara Celia Amorós ha hecho correr mucha tinta a lo largo de los siglos transcurridos desde aquel 1792, en que aparece publicado uno de los libros considerados como fundacionales para la tradición feminista: la Vindicación de los derechos de la mujer. Desde entonces la paradoja no ha dejado de resonar: derechos ciudadanos iguales para las diferentes(3)

Considero importante revisar las conceptualizaciones que apuntan a reconocer de qué modo la globalización ha impactado en las mujeres concretas, pues son el soporte para pensar aspectos como la violencia hacia las mujeres, en la medida en que, a pesar de los avances logrados por la lucha feminista (las condiciones especiales reconocidas a nivel legal, por ejemplo), en el plano concreto de las relaciones personales, parece a primera vista que los hechos de violencia, simbólica y explícita se han agravado y adquieren características especiales. Tal como dice Celia Amorós, ?las mujeres en la era global somos objeto transaccional entre los varones bajo formas siniestras?(4). Un ejemplo es el ?femicidio?(5), que debe ser estudiado a la luz de esos pactos emergentes específicos. Dejo por ello abierta la posibilidad de reflexionar sobre esos aspectos en la medida en que, como dice Amorós, en el mundo contemporáneo la nueva política sexual del patriarcado parece inclinarse cada vez más del lado de la violencia.

Por las razones mencionadas, una agenda feminista no puede obviar el análisis de género del fenómeno de la globalización.

Para el sociólogo Manuel Castells(6), la globalización se caracteriza por la convergencia de varios fenómenos, principalmente la constitución del ?paradigma informacionalista? (en oposición al ?paradigma industrialista?), la articulación de la ?sociedad red?, el lanzamiento del nuevo modelo de desarrollo capitalista y la redefinición del papel de los Estados Nación(7).

Cecilia López Montaño (2007) afirma que la globalización ha significado una nueva forma de industrialización, una nueva etapa en la que el conocimiento y la información estarían reemplazando a los recursos naturales, a la fuerza y al dinero como variables claves de la generación y distribución del poder. Estos cambios, que al principio encarnaron objetivos democratizadores, trajeron en realidad una mayor desigualdad en el mundo: altos niveles de desempleo y exclusión en los ciclos productivos, aspectos que afectaron especialmente a las mujeres.

Es interesante recordar que la noción clásica de ciudadanía, centrada en ?el derecho a tener derechos?, es transformada en manos de la crítica de la nueva derecha, en beneficio de las regulaciones mercantiles, que asignan derechos en función de la capacidad contributiva del individuo y no obligan al estado ni a la sociedad en su conjunto a hacerse cargo de las desventajas sociales de inmigrantes, negr@s, mujeres, pobres y todas sus combinaciones posibles (Norman y Kymlicka, 1997).

Es evidente que las grandes expectativas que generaron las Plataformas de Acción aprobadas en las conferencias mundiales de Beijing y Cairo, que aspiraban a una reducción de las desigualdades de género, no se han cumplido. Al decir de Alda Facio (2002), es una falacia pensar que la incorporación de la ?perspectiva de género? en las agendas políticas y proyectos de los poderosos ha significado avance, al contrario, las mujeres del mundo estamos más pobres, más violentadas y más marginadas de los espacios de poder real.

Frente a la globalización neoliberal muchas de las luchas feministas pasan por conseguir justicia de género y justicia social, la afirmación permanente del ?derecho a tener derechos?. El proyecto global del feminismo es en este contexto se asienta en ?la disputa por generar contenidos alternativos a esta globalización neoliberal, que logren gobernar la globalización, enfrentando sus impactos injustos y excluyentes, con perspectiva feminista incorporada?(8).

Aquella disyuntiva también es planteada por Virginia Vargas (2002), quien señala que el proceso de globalización, si bien se ha asociado generalmente a aspectos estrictamente económicos (capitalismo neoliberal), también significa interconexión global y abarca diferentes relaciones de poder. Es un proceso también político, tecnológico, cultural, emocional, y trae aparejado riesgos, conflictos, nuevas exclusiones, pero también nuevas subjetividades, nuevas identidades y nuevos actores sociales que buscan el reconocimiento y ampliación de sus derechos a través de nuevas formas de resistencia. Esta nueva forma de organización social (la sociedad en red de Castells), ha puesto en cuestión las verdades previas y ha obligado a modificar las categorías del conocimiento. Estos cambios han abierto camino a nuevos discursos que cuestionan los discursos dominantes, como es el caso por ejemplo de los feminismos latinoamericanos que, en sus diferentes variantes, proponen alternativas democráticas frente a la globalización.

Las españolas Amelia Valcárcel (2007) y Alicia Miyares (2007) reivindican el feminismo como teoría social y política capaz de perfeccionar los modelos de democracia hoy existentes. En tanto nace de la Ilustración como discurso crítico y utiliza las categorías universales de la filosofía política, es un universalismo. Como tal, compara la situación de privación de bienes y derechos de las mujeres con las propias declaraciones universales, y así pretende corregir la injusticia sexual, demandando el cumplimiento de los principios democráticos. Los principios en los que debe basarse una convivencia democrática son la separación del Estado y la religión y una interacción social sometida a reglas, que se regula gracias al reconocimiento y extensión de los derechos.

Estas filósofas discuten las políticas ?liberadoras? de los discursos de la posmodernidad, que algunas feministas reivindican en función de la crítica contra el falogocentrismo occidental, y la percepción de un espacio de múltiples diferencias. Sin embargo, la cuestión de la diferencia, ya sea bajo el nombre de multiculturalidad, o de políticas de la identidad, no se halla libre de tensiones, sobre todo si tenemos en cuenta su relación con la cuestión de la igualdad/ desigualdad (Ciriza, 2007).

Después de estas consideraciones, es preciso introducir señalamientos sobre los discursos del posmodernismo que se visualizan como alternativas para los feminismos frente a la necesidad que plantea el contexto de la globalización, y sus derivaciones en la vida social, de revisar -o replantear- sus ideales emancipatorios de la modernidad.

FEMINISMO Y POSMODERNISMO

¿Es posible hablar de un feminismo posmodernista? La filósofa feminista Sheyla Benhabib (1995) dice que si bien son corrientes contemporáneas de las democracias capitalistas occidentales, y ambas han descubierto sus afinidades contra los grandes relatos de la Ilustración Occidental y la Modernidad, hay que debatir hasta qué punto la posmodernidad y sus características se convierten o en aliada (en su versión débil) o en enemiga (en su versión fuerte) de los objetivos del feminismo.

Al sugerir que la era de la modernidad está en declive, los discursos de la posmodernidad le niegan la posibilidad de existencia al feminismo como corriente en tanto ésta encuentra sus fuentes en la modernidad, y por lo tanto se construye como discurso universalizador. De esta manera, se le critica que no reconoce la diversidad de contextos y localizaciones históricas y culturales que tienen influencia en la construcción del conocimiento.

En contraste, la posición posmoderna permitiría centrar las preocupaciones en mujeres concretas, con experiencias concretas, y evitar así el esencialismo como pensamiento excluyente. Sin embargo, Benhabib (1995) critica el distanciamiento del universalismo sin más, ella cree, como Habermas, que se puede hablar de un ?universalismo concreto o situado?, que conserve los principios universales de justicia, pero se concretice en la ?corporalidad? de los sujetos, en este caso las mujeres y sus demandas específicas. Es decir, critica del universalismo abstracto, pero sostiene que el universalismo debe proporcionar un marco adecuado dentro del cual los/as agentes morales y políticos puedan definir sus identidades concretas.

Existen diversas posturas que plantean la posibilidad de hablar de un feminismo posmodernista. Moya Lloyd (citada por Jane Parpart, 1996), por ejemplo, afirma que un feminismo posmodernista puede afirmar las políticas feministas en la pluralidad. También feministas como Fraser y Nicholson (en Parpart, 1996) piensan en una complementariedad de enfoques de manera tal que se puedan reconocer las diferencias, ambigüedades y diversas realidades sin que eso signifique sacrificar la búsqueda de una solidaridad feminista plural y más compleja.

De la misma manera, Ofelia Shutte (2002) reconoce que el descreimiento de los discursos de la posmodernidad hacia todas las metanarrativas emancipatorias puede resultar peligroso en la medida en que, frente a realidades actuales y concretas de violencia, sufrimiento, falta de libertad, explotación, discriminación, etc., se deben hacer esfuerzos para cambiar los modos de ser de las sociedades y estas realidades generalizadas. En este sentido, ?los discursos de emancipación sirven para señalar ideales abandonados y normas críticas cuyo objetivo de renovar prácticas y valores establecidos puede resultar muy importante?(9). La autora plantea así, la posibilidad de un diálogo entre racionalidades utópicas y posmodernas.

Las condiciones del capitalismo global son impuestas en países donde la pobreza y la opresión son los factores concretos, por lo que en este contexto el discurso utópico representa una alternativa radical. Con respecto a las mujeres, las dificultades que ellas experimentan respecto a sus necesidades básicas ?contrastan con la retórica pública de la autonomía personal la cual, supuestamente, es derecho de todos los ciudadanos?(10). Esta situación justifica, para la autora, el interés feminista en las racionalidades utópicas alternativas que tienden a finalizar con la opresión sexual y social. Pensar en ?Otros concretos? como las mujeres, dirige la atención a los estados vinculados a las diferentes formas de opresión que viven éstas. Por ello, es necesario, para Shutte, pasar de de las utopías de la modernidad que demandan una sociedad ideal basada en la unidad sin diferencias, hacia discursos utópicos que aspiren a una sociedad culturalmente pluralista.

Para Facio (2002), el feminismo como movimiento emancipador no puede existir sin una utopía compartida, puede reconocerse diverso, pero no puede subsistir sin un objetivo común y ante ese objetivo común hay que tener una posición común. Desde una postura que se opone radicalmente a la globalización, dice que esa posición común puede ser la lucha contra la globalización y el sueño de una sociedad de iguales, la utopía compartida.

Diversas autoras se sirven de las perspectivas posmodernas para plantear posiciones intermedias entre aquellas y las perspectivas feministas, especialmente en relación a las condiciones concretas de las mujeres del Tercer Mundo quienes, tal como lo plantean las autoras mencionadas anteriormente, se ven especialmente afectadas por el proceso de la globalización. Es conocido, por ejemplo, que en la actualidad las tasas de analfabetismo son más altas en las mujeres o el fenómeno de la feminización de la pobreza que el capitalismo neoliberal ha traído aparejado.

Jane Parpart (1996), por ejemplo, señala que el posmodernismo, al poner énfasis en la diferencia, cuestiona así la noción de mujer del Tercer Mundo definida como ?otro? por el mundo académico occidental. La autora revisa las oportunidades que la visión posmoderna brinda para una crítica de la teoría y práctica del desarrollo que aspira a una modernización del Tercer Mundo y dice que quienes apoyan las concepciones posmodernas cuestionan el discurso del desarrollo por estar dentro de los discursos de poder etnocéntricos coloniales (y postcoloniales) que perpetúan las jerarquías existentes. Así, una perspectiva feminista posmoderna que se focaliza en el tema de los sistemas localizados, llevaría a los planificadores del desarrollo a prestar más atención a las circunstancias concretas de la vida de las mujeres del Tercer Mundo, no solamente a través del análisis de la intersección de las variables de clase y género, sino del discurso sobre las relaciones conocimiento/poder, al que las mujeres no acceden. Es preciso, según la autora, reconocer en una aproximación al desarrollo, los conocimientos locales como espacios de resistencia y de poder, lo que pondría en cuestión la consideración de las mujeres del Tercer mundo siempre como el ?otro? vulnerable y desapoderado.

Desde estas posiciones, parece necesario pensar y reconocer la diversidad y las múltiples identidades feministas. Las mujeres latinoamericanas, las mujeres indígenas, las mujeres negras, cuestionan la universalización de una identidad femenina homogénea y unificada y exigen el reconocimiento de cada especificidad en la diversidad que permita, no obstante las diferencias, la solidaridad y las acciones comunes, es decir, una coalición política para la emancipación de las mujeres con ideales compartidos de igualdad. Además, rescatan la importancia de la incorporación de los elementos de raza y cultura, junto con la clase y el género para los análisis feministas, que permita explorar las experiencias concretas y vividas de las mujeres de distintas culturas.

Son muchos los estudios feministas que coinciden en evidenciar cómo, en este contexto globalizado, el género opera a varios niveles en articulación con la clase, raza, etnia, sexualidad, nacionalidad, espacio geográfico actuando sobre las relaciones sociales y sexuales.

Desde otra perspectiva, Sylvia Walby (2002) cuestiona el proyecto posmodernista porque considera que ha fragmentado los conceptos de sexo, raza y clase y ha negado la pertinencia de teorías englobadoras del patriarcado, el racismo y el capitalismo, y, por consiguiente, la estructuración del poder. Para ella, el patriarcado y el racismo siguen siendo fuerzas sociales y los sistemas de raza, clase y género están recíprocamente determinados en un sistema mundial -capitalista, racista y patriarcal-, apenas limitado por las soberanías nacionales. Para la autora, la desigualdad de género, si bien reviste diferentes formas, tiene una considerable continuidad histórica, por lo que en la práctica es posible hacer generalizaciones sobre los significantes ?mujer? y ?hombre?. El sistema patriarcal está constituido por seis estructuras principales: el trabajo asalariado, el trabajo doméstico, la sexualidad, la cultura, la violencia y el Estado, las relaciones entre éstas producen las diferentes formas de patriarcado.

En el contexto de la globalización, estas estructuras adquieren características especiales. El capitalismo toma una nueva forma de organización en la que el género, la etnicidad y la clase pueden haber cambiado ligeramente pero existen y resultan esenciales para entender la complejidad del mundo social. Esto se torna más claro en el análisis de la nueva división internacional del trabajo, en la que no se puede pasar por alto los conceptos estructurales de patriarcado, capitalismo y racismo. (Walby, 2002).

Ahora bien, resulta imprescindible en el análisis del feminismo contemporáneo introducir la cuestión del multiculturalismo, ya que este fenómeno se aprecia como un producto de la globalización y pone en discusión las tensiones entre las políticas de la identidad y la diferencia. Asimismo, los feminismos poscoloniales se visualizan como una expresión que, en el intento de articular sus planteamientos con las realidades de la mundialización, critica las exclusiones de este proceso así como los discursos universalistas acerca de las mujeres del ?Tercer Mundo?.

MULTICULTURALISMO: OTRA CARA DEL PROCESO DE LA GLOBALIZACIÓN

Para Rosa Cobo (1999), es la emergencia de demandas ligadas a la raza, la cultura, la diferencia o la orientación sexual (antes consideradas políticamente irrelevantes), y el aumento de conflictos vinculados a la diversidad cultural interna de las sociedades tanto centrales como periféricas la que da lugar al multiculturalismo como cuestión política. Esto quiere decir que las diferencias se han vuelto perceptibles, en parte debido al fenómeno de la migración y en parte debido a la larga tradición de lucha de algunos colectivos, como es el caso de las mujeres.

Sin embargo, Alejandra Ciriza (2007) pone de manifiesto -oportunamente- que, dentro del esquema del capitalismo globalizado, pero con grandes mapas de exclusión y desigualdad, las diferencias sólo pueden tolerarse en la medida en que no resulten de alguna manera articuladas al reclamo de igualdad, es decir ?la diferencia étnica es tolerable cuando se la liga al costumbrismo o al exotismo cultural, mientras el racismo y la xenofobia están muy lejos del ocaso. Si bien es verdad que las diferencias se advierten más fácilmente, también lo es que sólo se toleran débilmente a condición de que puedan ser significadas como simples desemejanzas, o variaciones de mercancías a ofrecer en el mercado infinito de las preferencias y los deseos?(11).

Ciriza propone pensar sobre qué significa la crisis capitalista de fin de siglo para las mujeres, cómo las afecta en su condición de portadoras de una diferencia sexual que implica desiguales posibilidades de acceso al poder, y formas diferenciales (otras) de constitución de sus identidades; pero a la vez cómo las afecta en su ingreso al mundo de los asuntos públicos y los derechos en cuanto desiguales y diferentes entre sí. Las transformaciones del capitalismo han implicado graves retrocesos económicos y sociales para los sectores subalternos, un proceso de expropiación y privatización que excluye a las mayorías del goce de los más elementales bienes y derechos y lo hace de un modo singular con las mujeres como portadoras de desventajas históricas. Así, es difícil sostener la hipótesis de una ciudadanía global para el colectivo de mujeres.

Para Celia Amorós (2000), no manera de hablar de ?multiculturalismo? cuando se trata de articularlo con el feminismo como proyecto emancipatorio de las mujeres. ?Si los diversos universos culturales se presentan como paradigmas inconmensurables entre sí, de modo que sus referentes de sentido se agotan en su propia autoreferencia y no cabe su interpelación desde horizonte normativo alguno, los derechos de las mujeres como derechos humanos aparecerán como un producto idiosincrático de Occidente?(12).

De este modo, con este discurso, no podrían cuestionarse prácticas que atentan contra la integridad de las mujeres porque eso atentaría contra el ?multiculturalismo?. Por ejemplo, la clitoridectomía ? ablación del clítoris en las niñas- en algunos países de África es un ejemplo que expresa el conflicto entre la universalidad de los derechos humanos y las prácticas culturales que se supone responden a la identidad de los pueblos.

Dice la autora que las resistencias a la globalización de los diferentes grupos étnicos se proyectan en las mujeres para preservar la esencia normativa de la feminidad. ?Así pues, las mujeres somos el último reducto y la garantía de la diferencia. El asunto es paradójico en tanto esa feminidad resulta ser en todas partes sospechosamente parecida, con la consecuencia de un ?sobrecarga de identidad? (Le Doeuff) que ha asfixiado lo individual?(13).

Esta es la razón para la autora por la que el feminismo sólo ha podido moverse en los márgenes del liberalismo en tanto éste ha sabido universalizar el principio de individuación. La dificultad radica en que el feminismo se enfrenta con los problemas reales que plantean las sociedades multiculturales y complejas.

Haydée Birgin (2000) dice que en el contexto actual, la globalización no ha sido un obstáculo para la búsqueda de reconocimiento de demandas locales, nacionales o regionales. Los conceptos de identidad y multiculturalismo adquieren aquí especial importancia: el primero se vuelve crucial en el lenguaje político y social a partir de los 60 y es evocado por ejemplo en relación a los derechos de las minorías, el diálogo intercultural, el derecho a la diferencia.

Frente al fenómeno de la diversidad cultural presente en la mayoría de los países, se reconoce que la modernidad no ha podido conciliar en un marco democrático la pluralidad de identidades, valores, adscripciones culturales. La heterogeneidad se valora positivamente como fuente de autonomía y de autenticidad en la constitución de las identidades individuales y colectivas. A las ideologías totalizantes se oponen ahora los particularismos, y el concepto de subjetividad es el que aparece como eje de discusión (Birgin, 2000).

Dice Birgin (2000) que el problema de la identidad y diferencia se inscriben en un marco más general: la relación entre universalismo y particularismo. ?¿Es posible conservar los principios universales frente al desafío de la globalidad, marcada por la irrupción de diferencias étnico-culturales irreductibles??(14). Para el movimiento feminista, reflexionar sobre estos aspectos es imprescindible porque la manera en cómo se resuelva esta tensión condiciona sus estrategias políticas de acción.

Nancy Fraser, en su libro Iustitia Interrupta (1997) afirma que los movimientos como el feminismo, el antirracismo, y el antiheterosexismo surgieron inicialmente para protestar contra particularismos disfrazados de universalismo. Dice que se debe desarrollar una teoría crítica del reconocimiento, donde se distingan las pretensiones al reconocimiento de las diferencias que promueven la causa de la igualdad social, de aquellas que la socavan o retardan.

Desde la misma línea argumentativa, Amorós (2000) se pregunta por la posibilidad de plantear la cuestión de la identidad femenina en el contexto de la politización de las identidades que ha generado la necesidad de una política específica del reconocimiento. Dice que incluir la identidad femenina en este concepto de identidad es problemático, pues aquél se usa como concepto unificado y se privilegia la etnicidad como relevante y significativa en relación a la pertenencia a los grupos. Pero, dice la autora, ?las mujeres no somos una etnia? Más bien cruzamos las diversas etnias en una posición común particular relacionada con la proyección en nosotras del conatus de la etnicidad??(15).

La autora apela a la posibilidad de que la idea de una igualdad crítico normativa que promueva algunas diferencias, compense otras, elimine las indeseables que generan injusticia y estime como neutras las indiferentes a efectos de que impere la equidad.

El tema del multiculturalismo involucra diversas posturas. Una de ellas es la política de la diferencia, que asocia el multiculturalismo a los ?nuevos movimientos sociales? (grupos socialmente marginados) que reclaman cambios sociales y politizan las diferencias. Esta perspectiva es defendida por Iris Marion Young (2000), quien sostiene que las mujeres representan un grupo social -como otros- definido por su sentido de identidad (en intersección con otras identificaciones de grupo) y que las diferenciaciones de grupo son un aspecto inevitable y aún deseable de los procesos sociales modernos. Por eso, ?la justicia social requiere no de la desaparición de las diferencias, sino de instituciones que promuevan la reproducción y el respeto de las diferencias de grupo sin opresión?(16). Para la autora, la diferencia no es sinónimo de opresión, un grupo será oprimido sólo si es atravesado por alguna de lo que nombra como las cinco caras de la opresión: violencia, explotación, marginación, carencia de poder, imperialismo.

El multiculturalismo también se construye como proyecto en el que el reconocimiento, la identidad y la cultura son el centro de la discusión y la lógica es de separación y de autoafirmación. Esto adquiere el nombre de ?política de la identidad? o del ?reconocimiento? que sustancializa la cultura y no da lugar a las demandas de justicia social y política (Amorós, 2000).

Luego de estas reflexiones sobre multiculturalismo, es posible preguntarse acerca de la posibilidad de compatibilizar las demandas de reconocimiento de la identidad de los grupos y sus diferencias culturales, con una mayor igualdad y justicia social.

En este sentido, Nancy Fraser (1997) se pregunta qué diferencias merecen reconocimiento público y/o representación política, y cuáles, por el contrario, deberían tratarse como asuntos privados; qué afirmaciones de identidad se asientan en la defensa de relaciones sociales de desigualdad y dominación y cuáles son un desafío a esas relaciones: y, por último, qué diferencias debería fomentar una sociedad comprometida con la justicia y cuáles habría que abolir.

Un desafío a las relaciones de poder es aquel que plantea María Lugones (2005) al reconocer la lógica de la opresión, de dominación cultural y de género, que opera el feminismo occidental -el de las mujeres blancas burguesas- hacia los feminismos de las mujeres de color. Se trata de un desplazamiento hacia una lógica de resistencia que pretende desenmascarar la interseccionalidad que considera a la raza y al género como categorías de opresión, y el de la fusión que defiende la inseparabilidad lógica de raza, clase, sexualidad y género. La idea de interseccionalidad (Crenshaw), aunque permite ver las opresiones de las mujeres de color que habían quedado excluidas de la categoría ?mujer? en tanto ésta representaba sólo a la mujer blanca de occidente, resulta provisional pues, a través de las categorías de opresión, ignora la multiplicidad y no reconoce a quienes están en la intersección de más de una categoría. El segundo, ya desde la lógica de la resistencia, entiende la opresión ya no como intersección de categorías separadas, sino como una fusión. En este sentido, la opresión de género y la de raza afectan a la gente sin ninguna posibilidad de separación. Esta es la razón por la que no hay sólo dos géneros, sino una multiplicidad (mujer blanca, mujer negra, etc.).

El monoculturalismo eurocentrista que acompañó la historia de la colonización occidental borró las culturas, conocimientos, recuerdos y costumbres de los estaban afuera de aquella, y también los conocimientos producidos en la resistencia a su imposición por medio de la conquista, colonización y esclavitud. Estos conocimientos resistentes han hecho frente al conocimiento eurocéntrico constituyéndose así en constitutivos de la posición multiculturalista (Lugones, 2005).

FEMINISMOS POSCOLONIALISTAS

Chandra Talpade Mohanty (s/r) critica las universalizaciones etnocéntricas de los discursos coloniales presentes en los escritos de las feministas occidentales acerca de las ?Mujeres del Tercer Mundo?, que se inscriben a su vez en los discursos hegemónicos del poder imperialista. Sus planteamientos críticos fundamentales giran en torno a la utilización de la categoría ?mujeres? como categoría de análisis que da por sentada la existencia a priori de un grupo coherente y ya constituido con intereses y deseos idénticos, independientemente de sus atravesamientos de clase, etnia o raza.

En la misma línea ideológica, Rosalva Hernández Castillo (2008) sostiene que entender la opresión patriarcal y los mecanismos de subordinación sin tener en cuenta el factor contextual (las diferencias culturales e históricas) es una manera de establecer normas de género excluyentes, con consecuencias etnocéntricas. Así, el feminismo occidental ha exotizado o silenciado las diferentes experiencias de subordinación marcadas por la raza, la clase y la etnia Por eso, es necesario repensar una práctica feminista más incluyente que considere la pluralidad de experiencias que marcan las identidades de género.

De acuerdo con estas ideas, el concepto de género y las categorías de análisis derivadas de él en el feminismo occidental (división sexual del trabajo, reproducción, familia, matrimonio, patriarcado, etc.), se vuelven problemáticas y pierden su utilidad en tanto se encuentran aislados del análisis de los contextos culturales e históricos locales, y por lo tanto se aplican de manera universalizadora para explicar la opresión de las mujeres.

Al mismo tiempo, la preocupación por reconocer y respetar las diferencias puede llevar a esencialismos culturales que excluyen las relaciones de poder dentro de los colectivos identitarios. De esta manera, tal como ya lo mencionara Amorós (2000), cualquier intento de las mujeres por trasformar prácticas que afectan sus vidas es visto como amenaza para la identidad colectiva del grupo. Por ello, es necesario repensar las políticas del reconocimiento cultural desde una perspectiva de género, superando el universalismo liberal y el relativismo cultural (Hernández, 2008).

Para Hernández (2008), el objetivo global de las luchas locales también debe centrarse en combatir los procesos de dominación capitalista a través de la construcción de alianzas trasfronterizas mediante un feminismo antiimperialista en una época de globalización económica.

CONSIDERACIONES FINALES

A la luz de las consideraciones desarrolladas, es menester poner énfasis en la provisionalidad de las mismas en tanto son un relevamiento inicial de la multiplicidad de miradas que reconocen la importancia y complejidad del problema actual de la globalización y sus derivaciones en la vida social, y especialmente en las condiciones concretas de la vida de las mujeres en el mundo.

Interesa mostrar que estos aportes no son sólo reflexiones teóricas, sino que tienen implicancias para una práctica feminista centrada en la posibilidad de modificar las condiciones de desigualdad, injusticia social, exclusión y opresión que viven las mujeres como grupo, pero atendiendo a las diferentes condiciones raciales, étnicas, de clase, etc. que las atraviesan. .

Por ello, el feminismo, como proyecto universal democrático que lucha por los derechos humanos para las humanas y la igualdad de las personas sin excepción, debe lograr una posición común que resuelva las paradojas y disyuntivas que los procesos de globalización del mundo contemporáneo han trazado, pero siempre en beneficio de las mujeres como colectivo genérico históricamente discriminado.

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(1)Licenciada en Psicología de la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina; Magíster en Violencia Intrafamiliar y de Género del Posgrado Regional en Estudios de la Mujer de la Universidad de Costa Rica y la Universidad Nacional de Costa Rica.

(2) FACIO, A. (2002). Globalización y Feminismo. Ponencia en el IX Encuentro Feminista, Costa Rica. Pp.: 2.

(3) CIRIZA, A. (2007). Ciudadanas en el Siglo XXI: Sobre los ideales de la ciudadanía Global y la privatización de derechos. Mimeo. Pp.: 2.

(4) AMORÓS, C. (2008). Mujeres e imaginarios de la globalización. Reflexiones para una agenda teórica global del feminismo. Rosario: Homo Sapiens Ediciones. Pp.: 16

(5) Este nuevo concepto intenta distinguir los asesinatos de mujeres del concepto de ?homicidio?, usado para referirse a los asesinatos de hombres y mujeres indistintamente. Surgió durante los años 70 y fue desarrollado por Diana Russell y Jill Radford para dar cuenta de un tipo especial de crímenes contra las mujeres, y sirvió como marco de referencia analítica para el caso de aquellos cometidos en Ciudad Juárez, México. Diana Russell y Jill Radford consideran que ?el asesinato de mujeres es la forma más extrema del terrorismo sexista? y consideran que ?una nueva palabra es necesaria para comprender su significado político. Pensamos que femicidio es la palabra que mejor describe los asesinatos de mujeres parte de los hombres motivado por el desprecio, odio, placer o el sentido de propiedad sobre ellas?. Russell y Radford (editoras) (2006) Femicidio. La política del asesinato de las mujeres. UNAM, México.

(6) Castells, M (1997/98) La era de la información, Alianza, Madrid (citado por C. Amorós)

(7) Bourdieu y Wacquant afirman, al respecto, que la ?mundialización? no es una nueva fase del capitalismo sino una ?retórica? que invocan los gobiernos para justificar su voluntaria sumisión a los mercados financieros. La desindustrialización, el aumento de las desigualdades y la contracción de las políticas sociales son el resultado de decisiones de políticas internas que reflejan el vuelco de las relaciones de clase a favor de los propietarios del capital. Le Monde Diplomatique, mayo 2000.

(8) VARGAS, V. (2002). Los feminismos latinoamericanos y sus disputas por una globalización alternativa. En: Daniel Mato (coord.): Políticas de identidades y diferencias sociales en tiempos de globalización. Caracas: FACES ? UCV, Pp.: 194.

(9) SHUTTE, O. (2002). Posmodernidad y utopía: exigiendo bases feministas para nuevas tierras. En. Perfiles del feminismo Iberoamericano, María Luisa Femenías (comp.), 2002. Buenos Aires: Catálogos Ediciones. Pp.: 259.

(10) Ob. Cit. Pp.: 273

(11) CIRIZA, A. (2007). Ciudadanas en el Siglo XXI: Sobre los ideales de la ciudadanía Global y la privatización de derechos. Mimeo. Pp.: 7.

(12) AMORÓS, C. (comp.). (2000). Feminismo y Filosofía. Madrid: Editorial Síntesis. Pp.:46

(13) AMORÓS, C. (comp.). (2000). Feminismo y Filosofía. Madrid: Editorial Síntesis. Pp.:46.

(14) BIRGIN, H. (Comp.). (2000). El Derecho en el Género y el Género en el Derecho. Buenos Aires: Editorial Biblos. Pp.: 114.

(15) AMORÓS, C. Ob. Cit. Pp.: 49.

(16) MARION YOUNG, I. (2000). La Justicia y la Política de la Diferencia. Ediciones Cátedra: Madrid. Pp.: 84.

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