La hegemonía masculina

Piropos: De los elogios a la violencia verbal

Caminar por las ciudades de nuestra Argentina no siempre puede representar una experiencia grata, especialmente si alguien a lo lejos grita: «Como quisiera ser huevo podrido para vivir en esa zanja»; o tal vez «Si fueras pizza te partiría en ocho» o quizás «Quisiera ser bombacha para que me cagues a pedos» y la más variada gama de «Me gustaría chuparte….». Estas expresiones por demás desagradables son algunas de las tantas frases que violentan verbalmente a las mujeres en su recorrido habitual por cualquier provincia argentina con los regionalismos y adaptaciones propias de cada lugar. Hay otras de un tenor gracioso como: «Cuantas curvas y yo sin freno» o » Señora, disculpe: la muñeca es a cuerda o a pila» o «Que adelantada está la ciencia que hasta los bombones caminan», más la sumatoria de mensajes tiernos que se dicen al pasar. Sin embargo, estas situaciones cotidianas, incorporadas en la vida de las mujeres son una muestra más de la prevalencia de una cultura machista, de una «hegemonía» condicionada por el sexo cargada de símbolos, gestos y acciones que ensanchan la brecha de género y posicionan al hombre en el lugar de la agresividad como otra muestra de lo viril, ya que a pesar de que los tiempos «cambien» éste sigue siendo un terreno casi exclusivo de uso masculino.

Observando los ejemplos citados con antelación, la psicóloga y periodista Liliana Hendell manifiesta: «La sexualidad pornográfica en palabras es violencia, los gestos obscenos son violencia. Aquello que atropella la intimidad y nos deja sin recursos para defendernos, es violencia. Y el piropo cuando circula en ese andarivel ya no se llama piropo, se llama violencia verbal».

Hendell refiere que hay una zona que no admite ninguna discusión, ya que constituyen «un pleno ejercicio de la violencia verbal» y frente a los cuales «ninguna mujer podría sentirse halagada». Sobre esto, agrega que estas frases no sólo se gestan y reproducen en las calles sino que además se mediatizan a través de publicidades como aquella que la marca de desodorante masculino AXE difundió a través de medios radiales y que decía «Como te partiría…». Acerca de esto último, agrega que la intencionalidad del mensaje «no se dirige a la mujer» sino más bien «es un tema entre varones» que intenta «mostrarle al otro del clan», recordando «el chiste del náufrago que le pide a Claudia Schiffer que se pinte los bigotes porque tiene que contarle a algún varón que está en una isla desierta con ella».

Sobre los lugares de reproducción de esta impronta patriarcal y machista, la periodista y psicóloga refuerza la idea de que además del tránsito en las ciudades, esto se observa claramente en muchos contenidos de los medios masivos de comunicación, destacando a Show Match como uno de los programas adonde cada noche se observa «el límite del humor a la agresión».

Hendell destaca también que estas situaciones sean o no tan grotescas pueden causar una «sensación» de incomodidad, lo cual genera una «oposición discursiva», que termina dando a entender que no hubo halago, ni elogio sino «un avasallamiento» más o menos encubierto «que incomoda».

Por último, la psicóloga aclara que el verdadero piropo es según el diccionario de María Moliner «…la alabanza dirigida a una persona…particularmente el cumplido dirigido a una mujer», por lo que expresa que recibir elogios a la mayoría de las mujeres les agrada, «si en verdad hay intención de halago» ya que dentro de esta sociedad determinados rasgos «son deseables» como «ser bonita, estar flaca, lucir joven..».

«Reproductores de estereotipos sexistas»

La delegada en Salta del Instituto Nacional contra el Racismo, la Xenofobia y la Discriminación (INADI), Dra. Verónica Spaventa, considera que los «piropos» guardan un «potencial discriminador» en tanto son «reproductores de estereotipos sexistas, vinculados con una imagen objetivada del cuerpo de la mujer como objeto sexual, objeto del deseo de otros, que la fija y reduce a las asociaciones mujer-sensualidad, mujer-cuerpo, mujer-sexualidad». De este modo, la abogada refiere que en ocasiones «los piropos están cargados de una dosis expresa e importante – a la par que repudiable – de violencia de género», siendo de esta manera «amenazantes para la integridad psico-física-sexual de las mujeres».

Spaventa destaca que un dato no menor está dado «en el reparto desigual de la posibilidad de emitir piropos en el espacio público, habilitación que sólo se concede a los varones, por supuesto para «rendir culto a la belleza femenina». Desde esa misma posición, reconoce que tampoco es válido «un piropo dirigido a otro varón» puesto que el sistema patriarcal «es por definición heterosexista». La representante del INADI a nivel provincial asegura que esto termina dando cuenta «de la distribución inequitativa del espacio público, puesto que los piropos, en menor escala, contribuyen a generar ese clima amenazante que suelen vivir las mujeres cuando transitan sobre todo por algunas calles y durante algunas horas del día», al tiempo que destaca la importancia de generar ámbitos que permitan reflexionar sobre estos temas, ya que las prácticas discriminatorias «que se reproducen a través de los piropos están completamente naturalizadas, a punto tal que forman parte del paisaje urbano, ocultas – en el mejor de los casos – bajo el ropaje del «galán» o «ganador».

El límite entre el halago y la agresión

De las opiniones recabadas entre un grupo de mujeres y hombres jóvenes de nivel educativo medio y superior, la mayoría coincide en que hay situaciones galantes, divertidas y groseras en torno a esta amplia gama adonde no todo lo que se dice constituye un «piropo».

En líneas generales las mujeres han respondido que no tomarían esta actitud con un hombre pero al mismo tiempo refieren situaciones en las que han visto, especialmente a adolescentes teniendo este comportamiento. Coinciden también en la repulsión que les producen determinadas frases, notablemente agresivas y en lo graciosas y reafirmantes de la autoestima que pueden constituir otras.

Por citar algunos ejemplos, Laura reflexiona diciendo que más allá de que en muchos casos sean actos de galantería «tod@s tenemos derecho a caminar tranquil@s sin que nadie te murmure cosas al pasar», añadiendo que estas circunstancias le «incomodan mucho» y que tiene conocimiento de que muchas mujeres tienen una experiencia similar. La misma, ratifica el monopolio de los hombres sobre los piropos, asegurando que ella no los dice porque a su modo de ver constituyen «una invasión a la privacidad y a los derechos de las personas».

Emilia señala que para ella los «piropos son los lindos» y destaca que muchas veces indistintamente de las edades las groserías provienen de los ciclistas que según su óptica se animan a decirlo porque al pasar tan rápido se saben a salvo de las respuestas.

Para Eli, una joven universitaria, «hay piropos y piropos, como por ejemplo si te dicen que linda que sos o ¡ay mamita!, en fin, depende el nivel sociocultural del piropeador. Te levanta la autoestima». Del mismo modo, reconoce que aquellos con exclusiva carga sexual producen un absoluto rechazo. «Hay varios piropos que están buenos. Los hombres tendrían que tener más creatividad. Los hay ofensivos y los hay tiernos, depende de quien lo diga, como y quien lo reciba. Es muy subjetivo», señala y agrega que nunca dice «piropos», aunque reconoce que ha visto que otras mujeres lo hacen, asegurando que en general las adolescentes se animan más a este tipo de situaciones.

Por su parte Eugenia retoma el concepto de cultura, considerando que los piropos son un fenómeno que obedece a este tipo de construcciones, valorando aquellos que son ingeniosos. Menciona que en estos casos existen «hombres galantes» y otros «babosos» y que esa división «no respeta condición socio-cultural ni económica y ejemplifica relatando: «Cierta vez, yo venía con unas bolsas grandes llenas de juguetes, y un señor sentado en un bar, me dijo: Mamita, haceme algo, pegame un bolsazo aunque sea!!!. Me encantó, el mejor piropo sale de la creatividad, no es violento, tiene una elevada cuota de humor…», concluye.

María dice que en ocasiones le gustan y la hacen sentir «muy bien». Confiesa: «A veces, me causan mucha gracia, sobre todo por el tono con que lo dicen o la sonrisa de picardía, o la frase en sí, que puede resultarme hasta original. A veces me divierten si irrumpen en una situación de quizás estar pensando en cuestiones más serias o problemáticas», pero al tiempo señala que en muchas oportunidades el hecho de sentir esa aproximación física o la tonalidad «acosadora», o en el mal gusto de la expresión se revela «la actitud del macho que quiere marcar el terreno, y menoscabar tu condición de mujer llamándote por debajo de su frase: «hembra», y con esta designarte como objeto de cualquier acto, como es el de escuchar, expresado en el deseo del otro -el suyo- por sobre el tuyo. Aquí, en estas situaciones, tal vez se encuentre ese lugar donde la mujer que es piropeada de tal manera siente avasallado su propio lugar, su espacio, su integridad posiblemente». Profundiza señalando que el piropo puede darse no sólo a través de palabras sino de gestos, miradas o el «silbido libidinoso» y relata una anécdota en la que una chica le hizo una mueca de beso con sonrisa a otro joven en la calle y la sorprendente incomodidad de éste ante una actitud no esperada. Se interroga: «¿Acaso las mujeres empezamos a propiciar la misma intimidación?»

La opinión masculina

Cristian, estudiante universitario se reconoce como un hombre que no hace uso habitual del «piropo». Considera: «El piropo es en primera medida un halago, algo lindo que se dice sobre la otra persona, sea masculina o femenina». Refiere también que los «versitos» clásicos como: «Tanta pechuga y sin gallo» están excluidos absolutamente de las frases que podría emplear. Expresa que cuando no conoce a alguien trata de medir las palabras y la «onda pasa a ser más chamuyo que piropear». «Trato siempre de no quedar como grosero y en el peor de los casos lograr por lo menos una sonrisa en el rostro de la agasajada», señala. Sobre las cosas que suelen decirle a él, Cristian expresa: «Yo, cada tanto recibo algún que otro piropo. Por lo general son muy sencillos: «Qué ojitos bebé; Qué faroles y cositas similares. Muy rara vez me habrán dicho en la calle un: Qué lindo sos».

En el mismo plano, Gustavo y Ángel aseguran no recibir piropos por las calles. En cuanto a su comportamiento, ambos precisan que los dicen en contadas ocasiones, señalando el primero que trata de ser galante y que las groserías están casi descartadas ya que no es muy «ocurrente».

Por último, Gabriel destaca que la idea es «robar una sonrisa», manifestando que en la mayoría de los casos los utiliza para» hacer contacto o para iniciar una conversación con una mujer a la cual tenga posibilidades de ver o invitar a salir más adelante, o sea, un disparador para iniciar una conversación». Con respecto a ser abordado en la calle, refiere que en general son las adolescentes cuando están en grupo quienes suelen tomar la iniciativa del «piropo».

FOTO: memoriasdejosefina.wordpress.com