LAS MUJERES Y EL BICENTENARIO

Mujeres de tres siglos1

La historia del feminismo y de las mujeres en Argentina es poco
conocida incluso en nuestro país. Pero comienza mucho antes del
acceso al voto: con la inmigración europea (sobre todo italiana y
española) que nos traen ideas de otro continente que van
mezclándose con nuestras experiencias. El feminismo tiene como
primeras cultoras a las mujeres socialistas y anarquistas, la mayoría
de ellas trabajadoras y con un alto compromiso político y de clase.

Finalizando el siglo XIX, más específicamente en 1895, aparece en
Buenos Aires un folleto firmado por Ana María Mozón que habla
del amor libre, la familia, la religión, la explotación laboral y la violencia
conyugal tanto física como psicológica. Todos temas que seguimos
discutiendo. ?Queremos liberaros de la codicia del patrón que os
explota, de las acechanzas del cura que os llena la cabeza de supersticiones, de la autoridad del marido que os maltrata…? decía,
dando así forma al eslogan con que las abuelas del feminismo
argentino, las anarquistas, iniciaron una aventura que continúa: ?Ni
dios, ni patria, ni marido ni patrón? 4

A comienzos del siglo XX las feministas participaban en la FORA
(Federación Obrera Regional Argentina) pidiendo igual salario por
igual trabajo. La OIT, creada en 1918, tenía entre sus objetivos
iniciales acabar con la discriminación salarial de las mujeres, pero
no fue sino hasta 1951 que reconoce el principio ?a igual trabajo,
igual salario?. La brecha actual en el salario de varones y mujeres
es del 30%, y según la OIT para alcanzar la igualdad (al nivel actual
de evolución) se tardará ¡450 años!

Juana Rouco Buela tomaba la palabra en los actos del 1 de mayo
como feminista y anarcosindicalista. Ningún sindicato o central
obrera daría ese espacio a la voz de las mujeres hoy en Argentina.
Ni siquiera se respeta el cupo sindical, y las mujeres se abren paso
en un mundo misógino y patriarcal, a puro talento y lucha. Juana
Rouco funda ?Nuestra Tribuna?, un periódico feminista, pero ella
debe irse perseguida de nuestro país, y el local del periódico es
atacado a balazos.

Las anarquistas no creían en el papel del Estado; pero para las
feministas socialistas, que a fines del siglo XIX trajeron las luchas
sufragistas, el siglo XX fue un siglo de luchas por la participación
política y la emancipación social de las mujeres. Alicia Moreau de
Justo llenó más de 100 años con su ejemplo de vida militante. Sin
embargo, y a pesar de su prestigio, nunca pudo ser diputada.
El surgimiento del Partido Radical, el primer partido de masas del
país, contaba ya en sus comienzos con figuras relevantes de la lucha
feminista como Elvira Rawson y Julieta Lanteri, dirigentes inteligentes, libres y sagaces que dedicaron su vida a lograr el sufragio femenino
y el reconocimiento del valor civil de las mujeres, contracorriente
de sus propios correligionarios. De ellas aprendimos a luchar por
el reconocimiento ciudadano y a cambiar las leyes para que cambien
nuestras vidas, pero todavía hoy el partido socialista y el partido
radical no son igualitarios en su representación y dirigencia.

A mitad del siglo XX aparece el peronismo, que marcará a fuego las
luchas populares por el reconocimiento, y que produce lo que sin
lugar a dudas fue el gran hito de la modernidad: el derecho al voto
femenino, conseguido por Eva Perón en 1947. Así queda para muchas
mujeres la figura de Eva como el paradigma del rostro femenino de
un cambio social a favor de los sectores más postergados de la
sociedad, que supo incluir a las mujeres como activas constructoras
de ese cambio.

Cualquier mujer argentina que tenga interés en la política (partidario,
no partidario, participativo o social) algún día tiene que saldar su
cuenta con Evita. Yo misma sentí esa interpelación e intenté
comprender quién fue, de dónde venía su fortaleza (su ?poder?),
por qué incomodó tanto, qué fue lo subversivo en su paso breve
por la vida, al escribir apretadamente unas líneas para una Agenda
Feminista Latinoamericana del año 2000, que reproduzco aquí:

EVA PERON (1919-1952): una mujer que no dejó indiferente a nadie. Fue amada y odiada con pareja intensidad, y su legado todavía vive como recuerdo de dignidad en la gente más humilde. Con un futuro
marcado como hija natural, en un pueblo pobre de provincia, la vida fue dura con ella hasta que se tomó revancha. Y cuando lo hizo para sí misma, mostró a los ojos de los pobres que aún los destinos más miserables pueden revertirse con la voluntad, porque la miseria es fruto de otras voluntades. La riqueza ostentosa de Evita cuando llegó a ser primera dama, ofendía a los ricos y fascinaba a los pobres. Era la subversión de su destino la que ofendía, la insolente apropiación de ?la Eva? de los íconos de una clase social (el Teatro Colón, los vestidos
Christian Dior, las alhajas) a la que no pertenecía por nacimiento ni por adopción. Su corazón estuvo incondicionalmente con los grupos más marginalizados, y sobre todo con las mujeres. Sería injusto no ver en esta opción una herramienta política poderosa, manejada a mano de hierro por una propaganda oficial que no permitía el disenso y conducía masivamente la voluntad popular a una exaltación personalista de su líder, Juan Perón. Pero también sería injusto ocultar que durante décadas, otras manos de hierro crueles y genocidas y otras propagandas ideológicamente monolíticas, intentaron imponerse sin éxito.

Suele decirse que Evita pudo repartir bienes como un hada generosa, porque Argentina estaba en un período inusualmente rico de su historia. El presente muestra de modo inapelable que riqueza y justicia en la distribución son diferentes, y de ningún modo la última es consecuencia
de la primera.

Cierto que los bienes respondían a una política social, pero cierto también que era la mano de Evita la que los repartía, dándoles un tinte personal imborrable que todavía hoy tiñe el corazón de quienes entonces eran niños. En 1947 Eva Perón obtuvo lo que el feminismo había exigido durante más de medio siglo: el voto femenino. Cuando en 1951 las mujeres accedieron por primera vez a las urnas, Evita las llamó a apoyar el proyecto de su esposo. Sus mensajes a favor de las madres de familia, del salario para el ama de casa, del reconocimiento del
sacrificio hogareño, eran a la vez un recordatorio a los hombres de la política de que debía legislarse especialmente para las mujeres, y un reforzamiento de los roles tradicionales subordinados al varón.

Cuando murió a la emblemática edad de 33 años, durante días y días bajo la lluvia millones de personas (principalmente mujeres) desfilaron para darle su último adiós con llantos desconsolados. Alguien escribió
cínicamente en una pared de Buenos Aires: ?Viva el Cáncer?. Ambos sabían que Evita era inigualable, que no volvería a repetirse. Hoy quiero verla como esa mujer que tuvo que asumir en medio de la hostilidad, sin
herramientas intelectuales, con ferocidad, el desafío intenso de la historia.5

Lo cierto es que aunque durante décadas, desde fines del siglo
XIX hasta mediados del XX casi todas las mujeres feministas habían
reclamado el sufragio femenino, al momento de tomar Eva Perón
la lucha por el voto muchas de ellas se opusieron, alegando
cuestiones políticas. Un caso notable es el de la socialista Alicia
Moreau de Justo (ya mencionada) y el de la conocida escritora
Victoria Ocampo.6

Para comprender estos conflictos revisé los testimonios que se
hicieron alrededor del aniversario de la ley 13.010 de 1947, que otorga el voto femenino a las mujeres. Como dice Juliana Marino,
los testimonios parten de ?un diálogo donde la referencia era Evita,
controvertida, amada, envidiada, odiada, idolatrada?7. Es muy
interesante que el libro que recoge el análisis de mujeres
comprometidas con la política (y con ello cinco décadas de historia
argentina) haga un puente entre dos hechos muy paradojales para
el feminismo: el voto y el cupo (la discriminación positiva para la
participación de mujeres en política).

Muchas sufragistas no apoyaron la ley del voto femenino, así como
muchas mujeres políticas no apoyaron la ley del cupo. Comprender
por qué, implica aceptar como dice Marcela Nari, ?antes, como
ahora, el feminismo fue una corriente de ideas y prácticas políticas
muy heterogénea?8. Que cada feminista tiene o puede tener
conflictos ideológicos con sus adscripciones de clase,
partidarias,generacionales etc.

Con todo, la oposición al cupo me resulta menos paradojal que la
del voto. Al momento de discutirse el cupo, las mujeres hacía más
de treinta años que ocupábamos el mundo público en lo laboral y
en lo académico, y a nadie se le ocurría ponernos explícitamente
(como sí ocurría en el ´47) con ?los incapaces, los presos, los
dementes y los proxenetas?9, para fundamentar nuestra ineptitud
para la política.

Aun en la actualidad, Evita sigue inspirando el corazón de quienes siendo
niños se sintieron dignificados por su dedicación. Pero no es un símbolo unívoco, ni es evocado con idénticas virtudes por quienes todavía hoy
citan su nombre o usan su imagen. Me interesa sobre todo una
interesante diferencia entre quien hoy es nuestra presidenta, Cristina
Fernández, y quien es la principal líder de la oposición, Elisa Carrió.
Porque ambas admiran a Evita, pero toman de ella sentidos diversos.

Cristina Fernández dice sentirse identificada con ?La Eva del puño
crispado?, una figura icónica de los años ?70, la que los Montoneros
llevaban en sus banderas con un puño en alto y que recordaba
aquella frase suya ?yo sé que ustedes levantarán mi nombre y lo
llevarán como bandera a la victoria?. Es la Evita intransigente,
luchadora, que expresaba con pasión su ?odio a la oligarquía? y su
amor al pueblo, que estaba dispuesta a ?dar la vida por Perón?. Por
cierto, decir que esta es la Eva que enamora a Cristina Fernández,
desde mi punto de vista, sólo significa que es como le gustaría ser
vista, una especie de ideal. De ningún modo creo que sus medidas
de gobierno vayan en esa dirección, si bien a veces lo hace el discurso.

Me interesa profundizar la identificación de Elisa Carrió, porque su
origen político es el Partido Radical (tradicional opositor del
peronismo) y porque como fundadora de un nuevo partido, lo
preside poniendo el acento en la participación de mujeres y jóvenes.
Carrió considera a Evita ?la mayor figura carismática de este siglo,
más que Perón, más que Yrigoyen?10. Pero a diferencia de Perón e
Yrigoyen, Evita nunca fue presidenta. Se le atribuye el núcleo principal
del liderazgo carismático del peronismo, pero ella lo expresa siempre
respaldando a Perón. Es la conexión entre el líder y el pueblo, sobre
todo las mujeres. Asume lo que en el feminismo contemporáneo se
llama ?el trabajo emocional? que asumimos tanto en la vida privada,
doméstica, como en la laboral y la política.

De hecho, Max Webber no considera la posibilidad de que una
mujer pueda ejercer un liderazgo carismático11. Carrió cree, sin
embargo (como la estudiosa y biógrafa de Eva, Marysa Navarro12)
en el carisma de Evita. Pero a diferencia de Marysa, quien considera
que ese carisma le es trasladado a Eva desde Perón, Carrió despega
ese carisma del de Perón, y lo ubica en el especial vínculo que Evita
establece con el pueblo: ?su relación con la gente se inscribe en el
alma (…) se inscribe en una relación muy particular con el otro, en
que el otro sabe que ella sabe cuál es su sufrimiento. (…) El otro
siente que ella percibe claramente su dolor y lo que da son los
símbolos de esas privaciones. Por un lado lucha por la reivindicación
social y por el otro lado cumple sueños, da aquellas cosas que
permiten reedificar rituales de igualdad pero que eran experiencias
de privación.?

Es decir que para que ese liderazgo se produzca, no sólo se trataba
de satisfacer demandas sino de cumplir sueños. Sueños que no
eran explícitamente expresados por el pueblo sino interpretados
por ella desde su comprensión y su empatía con los pobres, los
desposeídos, los marginados y los sufrientes. Esta valoración está
más identificada con el sentimiento popular que hablaba de ?Evita
Santa?, y no sólo a partir de su trágica muerte en plena juventud
sino incluso en vida. Eva entregaba algo y lo daba ?de persona a
persona, de corazón a corazón. Y esa relación era: el sujeto, el
objeto y el pueblo. Era Eva, el objeto que hacía concreto el sueño,
y el pueblo. Eso no se puede romper porque (…) está inscripto en
el alma? (pag 3) ?Eva era el otro que venía a reivindicar al otro, es
decir, ocupó claramente el lugar del ?otro? histórico en la Argentina
y ella misma era eso?.

Hablar del ?otro? es pensar en la alteridad, en el diferente, pero
eso siempre se hace desde un sujeto que es portador de la
identidad. Por eso, el ?otro? es la mujer, el indígena, el inmigrante,
el negro, el pobre, pero son ?otro? con respecto a un ?uno? o un
?yo? que ocupa un lugar de privilegio, un lugar hegemónico, porque
desde su palabra puede definir quién es y quién no es portador
de la genuina identidad. Eva toma para sí el poder de la palabra,
viniendo ella misma desde el margen.

En su testimonio, la histórica dirigente radical Florentina Gómez
Miranda cuenta ?Yo combatí a Eva Duarte cuando estaba en la
gloria, en la belleza, en la riqueza y en el poder. En ese momento
la combatí con la mayor de las fuerzas. Sabía perfectamente, y
hoy lo veo mejor, que Eva Duarte fue un meteoro. Apareció en
el escenario político si ningún antecedente. Surge, aparece,
asciende y muere. Muchas veces pienso, qué sola se habrá sentido.
En ese momento, no lo pensaba. Hoy pienso que la revolucionaria
era ella, no Perón. (…) Una mujer como ella había encendido
pasiones porque era una apasionada, y la que es apasionada tiene
que encender pasiones tanto para bien como para mal. Ella tuvo
algo que yo le reconozco y en ese entonces también: sufrió la
injusticia desde la niñez y no la olvidó, y eso no se lee en los
diarios ni se encuentra en los libros, se siente acá adentro y ella
lo sintió. Fue una predestinada. Tenía que llegar a donde llegó.

Tenía que ser lo que fue. Tenía que hacer lo que hizo. Creo y
vuelvo a repetirles que la revolucionaria era ella, no Perón.?13
Esta idea de misión es muy consonante con el lenguaje y la figura
de Evita en sus últimos años. Como dice Marysa Navarro ?Rubia,
pálida y hermosa, Evita era la encarnación de la mediadora, un ser
de rostro virginal que a pesar de sus orígenes, compartía la perfección
del Padre por su cercanía a él. Su misión era amar infinitamente, entregarse a los demás y ?quemar su vida? por los demás, una
metáfora que se hizo penosamente real cuando cayó enferma con
cáncer y se negó a interrumpir sus actividades. Para ese entonces,
era la Santa Madre, elegida por Dios para estar cerca del ?líder del
nuevo mundo: Perón?. Era la madre que no había tenido hijos propios,
transformada en la Madre de todos los descamisados, la Mater
Dolorosa que ?sacrificó? su vida para que las personas más
desposeídas, más pobres y más oprimidas, las criaturas, los ancianos
y las ancianas, pudieran encontrar alguna felicidad?14.

Es esta misión la que le permite hablar a una peronista ortodoxa
como Liliana Gurdulich de Correa de ?¿por qué no atrevernos a
decirlo?-, su santidad. Esa santidad que cincuenta años después está
en el hogar y en el corazón de muchísimos argentinos?15.

Y en esa misión las mujeres ocupaban indudablemente un lugar,
pero ¿qué lugar? Las interpretaciones van desde el disciplinamiento
autoritario y conservador del papel doméstico hasta la inspiración
revolucionaria. Lo cierto es que el discurso de Eva es una apelación
a la familia, a la madre y al ama de casa, a ponerse tras el proyecto
de un hombre y acompañarlo. Según Carrió, sin embargo, ?ese es
un discurso de supervivencia (…) este era el rol de la mujer, pero
no era el único rol, porque ella te está diciendo: participen en política,
sean diputadas, voten. Y me parece que es profundamente
innovador? Además, agrega Marcela Rodríguez, ?Ella ni es madre ni
se queda en la casa (…) ella hace justamente lo contrario? (pág 5).

Según parece, Eva tiene que disfrazar su discurso de legitimador del orden establecido, porque está impulsando a las mujeres a
acciones profundamente movilizadoras de la estructura social,
ejerciendo un poder de hecho por fuera de los carriles de la política
formal. Eso produce una subversión enorme. Por eso incomoda
mucho hablar de ella. Ella es incómoda porque es la que tuvo
legitimidad sin tener un cargo en el poder.? (pág. 5/6).

Lo curioso es que ese liderazgo molesta también a las feministas.
Cuando se supone que Evita está cumpliendo una demanda por el
sufragio, por mujeres dirigentes, por políticas públicas dirigidas a las
mujeres, es por lo menos curiosa la oposición desde el feminismo.
Según Carrió es porque no lo hace desde la intelectualidad, y
entonces opera una mirada de profundo prejuicio.

Propongo pensar esta diferencia entre el discurso y la acción entre
personajes coetáneos con Eva Perón, como Alicia Moreau de Justo
o Victoria Ocampo, que tanto se le opusieron cuando parecía que
Eva estaba concretando algo que ellas venían demandando desde
muchos años atrás. Propongo poner en correlación la ruptura que
significan las acciones en la vida personal y en la vida privada, frente
a las rupturas en el discurso. Carrió es lapidaria: ellas (Moreau y
Ocampo) ?nunca salieron del lugar (…) en realidad significaban la
excentricidad dentro de un estatuto de excepcionalidad también
de clase. Y la otra puso un testimonio de normalidad desde la fortaleza
y la fuerza desde el lugar donde estaba. Y esto molesta, incomoda. Y
ella es lo que es. No pretende ser más que esto, no pretende
intelectualizar su rol? (pág 8).

Pero no era lo mismo el lugar de Alicia Moreau que el de Victoria
Ocampo. En un testimonio de Elena Tchalidy refiere una
conversación con Alicia Moreau ?El Partido Socialista era el único
que permitía en aquel entonces la participación de las mujeres en
sus órganos de conducción (a pesar de que todavía no tenían los derechos políticos). Alicia fue miembro del Comité Nacional y
Secretaria de Relaciones Exteriores del Partido. (…) Su feminismo
se basaba en luchar para que las mujeres tuvieran acceso a campos
vedados como la educación superior, el trabajo calificado y la
política. Yo una vez le pregunté cuál era su diferencia con el
feminismo de Victoria Ocampo y ella me dijo que Ocampo luchaba
para poder volver tranquila a su casa a las 5 de la mañana sin que
nadie tuviera nada que decirle. Pero ella luchaba por las mujeres
que a las cinco de la mañana salían de su casa a trabajar?16.

Lo cierto es que, siendo el sufragismo un tema de debate desde
fines del siglo XIX en nuestro país, siendo una bandera sostenida
por las feministas ?y principalmente por las socialistas- durante
décadas, el voto femenino tiene nombre y apellido. Como la misma
Elena Tchalidi reconoce ?Para nosotras, las argentinas, tuvo que
llegar la persona, el tiempo, el lugar, la oportunidad para lograrlo:
Eva Perón fue la mujer que, con coraje y poder, empujó ?y
consiguió- el voto en 1947. Ella logró la sanción de una ley por la
cual habían trabajado muchas mujeres durante cincuenta años,
pero sin éxito?17.

Pero entonces ¿por qué se opusieron muchas feministas, muchas
socialistas, la misma Alicia Moreau, a la ley del sufragio femenino?
Quizás el voto femenino, tal como lo concebía Evita, no era el
proyecto de ?como las llama Estela dos Santos- ?algunas mujeres
profesionales e intelectuales que se llamaron ?las feministas?. (…)
En el 45 empieza una historia nueva, la participación de las mujeres
comunes?.18

Estela dos Santos, refiriéndose a la enorme movilización de Eva Perón por el voto femenino dice ?Hacen una concentración en el
Luna Park en febrero del 46.Es la primera vez que hay una
concentración en un estadio que reúne a 20.000 mujeres y es la
primera vez que hay una concentración femenina de semejante
amplitud. Los reclamos femeninos salen de los círculos selectos y
se van volviendo masivos y populares. Esta campaña que acá no
tenía antecedentes, en EE.UU. sí los tenía con Eleonora Roosvelt,
la mujer del presidente. Allá se consideraba que, como el presidente
era paralítico, ella era las piernas del presidente Roosvelt?19.
Cuando Evita muere, algo cambia para siempre en el peronismo.
Sin ella, Perón desnuda su condición de militar burgués, autoritario
y conservador. Ella se lleva el ángel del peronismo que ya no será
recuperado. Y deja una paradoja enorme para la representación
política de las mujeres: la rama femenina del partido.

Pero la segunda mitad del siglo XX es quizás la de los cambios
más grandes para la condición de las mujeres. La década del ?60 es
la de la irrupción en lo público. Las mujeres salen masivamente al
mercado de trabajo, logran feminizar o hacer equilibradas algunas
carreras universitarias, se profesionalizan y están presentes en la
academia, en el arte y en la ciencia.20 Una década de florecimiento
intelectual para el país que se verá bruscamente truncado con la
dictadura.

Con la ruptura del orden democrático, la década del ?70 es la de la
resistencia. Las mujeres participan tanto de los grupos intelectuales,
estudiantiles, sindicales, como de las organizaciones armadas. Sufren la represión y el exilio. Esta década se caracteriza además por el
conflicto (todavía no resuelto) entre el feminismo y la izquierda.
Las expresiones más radicalizadas consideraban que el feminismo
distraía de la lucha de clases, que debía ser el verdadero motor de
la intervención política. Pero también sostenían (y algunos sostienen
todavía) que ganada esa batalla las mujeres obtendrían la igualdad
de género, cosa que ningún socialismo real ha encarnado.

Con el retorno de la democracia en la década del ?80, las mujeres
afianzan su pertenencia a los partidos políticos, donde activan de
manera muy relevante para afianzar la democracia y darle
contenido. En 1983, por primera vez desde la sanción del voto
femenino, el voto de las mujeres se diferencia del de los varones y
es decisivo en el sorprendente triunfo del radicalismo. Las mujeres
activarán a favor de cambios legales, con varios proyectos diseñados
por el propio movimiento. Se organiza la Multisectorial de Mujeres,
un grupo interpartidario y de militantes feministas, que organizan
el primer Encuentro Nacional de Mujeres en la ciudad de Buenos
Aires. Desde ese momento, cada año, el Encuentro se autoconvoca
en diferentes provincias, con una diversidad enorme de expresiones
de las múltiples inserciones sociales que se van logrando con voz
propia, y demandas específicas que mantienen reclamos vertebrales,
como el derecho al aborto, la igualdad laboral, la lucha contra
toda forma de violencia.

Los años ?90, los del neoliberalismo, son también los de la
radicalización del feminismo y los de los cambios estructurales en
el Estado. El impacto del Encuentro Internacional de Beijing
convocado por Naciones Unidas tiene una enorme presencia
argentina, gubernamental y no gubernamental. De allí surgen
compromisos que se transforman en políticas: el Consejo Nacional
de la Mujer, y la Ley de Cupo. Con esta ley volvimos a tener el mismo debate que con el voto. Era el entonces presidente Menem
quien otorgaba ese derecho, el mismo presidente que restringía los
derechos sexuales y reproductivos, que estaba a la derecha del
Vaticano en su política internacional sobre la autonomía de los
cuerpos, el que definía la familia como ?un hombre y una mujer que
se unen para procrear?; y muchas feministas se opusieron.

Lo cierto es que la ley de cupo surge de un compromiso del
Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, de un taller de
mujeres políticas, donde se intercambiaron experiencias y
advertencias para lograr pasar del activismo a los lugares de
representación. Las mujeres de los partidos políticos tuvieron una
enorme responsabilidad para lograr darle a esta ley las condiciones
que aseguraran su eficacia. Y debió llegarse hasta la intervención de
los organismos internacionales para que se respetaran sus
condiciones21.

La década del ?90 es también la de la inserción de los estudios de la
mujer, estudios de género y estudios feministas en las Universidades.
Investigadoras de diversas disciplinas pusieron su prestigio en juego
para abrir espacios que hoy resultan completamente legitimados,
con orientaciones de postgrado, líneas de investigación, publicaciones,
congresos nacionales con continuidad de más de una década y
proyectos financiados. Esto promete una revisión de las disciplinas,
y también una transferencia social del conocimiento que produzca
mayor autoridad epistémica de las mujeres.

El 2000 llegó con muchas promesas y una enorme crisis. Pero la
crisis económica y política encontró en las mujeres formas originales
de intervención social. Mujeres agrarias defendiendo sus campos, piqueteras saliendo a las rutas a reclamar trabajo, asambleístas
apropiándose de las decisiones políticas en los barrios, obreras sin
patrón en las fábricas recuperadas, tomaron en sus manos los mil
rostros de la resistencia, y dejaron en claro que el siglo XXI es
también el siglo de las mujeres con voz propia.

Este siglo, del que ha pasado una década y nos encuentra en los
festejos del segundo centenario de la Revolución de Mayo (revolución
misógina que no otorgó ciudadanía a las mujeres, y las excluyó
explícitamente de la participación política22), es de notables avances
cuantitativos pero también de retrocesos cualitativos. No sólo por la
pérdida de jerarquía del Consejo Nacional de la Mujer, que pasó de
tener estatuto ministerial y participar del gabinete a incluirse dentro
de un área programática, desfinanciado y con escasa incidencia política,
sino por el avance escabroso del neomachismo y la violencia. Formas
brutales, tanto en sus manifestaciones culturales y de comunicación
como en sus resultados criminales y la indiferencia de los poderes
públicos, ponen a las mujeres como mercancías, como objetos de
consumo, como víctimas de crímenes feminicidas impunes.

También el siglo XXI es el del desafío de pasar de una agenda
feminista a una agenda no androcéntrica; de la lucha contra el
patriarcado a la solidaridad con movimientos sociales que emancipen
a las mujeres de todas las formas de opresión además del género, y
las comprometa con varones subalternizados por dominaciones
compartidas. También hay un fuerte impacto sobre el feminismo de
movimientos que surgen bajo su inspiración para formas de
legitimación de otras identidades sexuales, un movimiento
transgénero que presenta otras feminidades diversas que interpelarán el núcleo de la teoría volviendo a definir qué somos
las mujeres, y explicitando las reglas de las identidades hegemónicas
que fortalecerán a su vez las reglas cambiantes de las identidades
disidentes.

Pero las cosas claras: como en el siglo XIX, como en el siglo XX,
las mujeres seguimos teniendo una agenda pendiente muy concreta:
educación sexual; acceso a la anticoncepción; derecho al aborto
legal, seguro y gratuito; inclusión cultural en toda su diversidad;
políticas públicas con perspectiva de género; igualdad de
oportunidades, de trato y de resultados; lucha contra toda forma
de violencia, incluso la violencia simbólica de los medios de
comunicación; lucha contra los feminicidios y contra la trata de
mujeres para prostitución y trabajo esclavo.

Y una exigencia: las mujeres queremos hacer la historia en primera
persona.

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NOTAS:

1 Algunas de estas ideas fueron publicadas en ?Eva y la política? en Pasado y PresenteXXI , Año IV N° 4, diciembre 2002. www.pasadoypresente21.org.ar/IMG/pdf/Revista_No.IV_2002.pd.

2 dianah@speedy.com.ar, www.dianamaffia.com.ar

3 Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la Universidad de Buenos Aires.

5 La Agenda de Mujeres Latinoamericanas del año 2000 estuvo bajo el cuidado de Isabel Rauber, y cada mes incluía el perfil de una mujer emblemática de un país de la región a cargo de una feminista de ese país. Me invitó, para mi desconcierto, a escribir sobre Eva Perón. Se lo agradezco.

6 Dora Barrancos, ?Las mujeres y su ?causa??, en Revista Criterio Nº 2308, set 2005, http://www.revistacriterio.com.ar/sociedad/las-mujeres-y-su-quotcausaquot/.

7 Juliana Marino, ?Prólogo? de Mujeres Argentinas, Del voto al 30 % , pág. 6.

8 Marcela Nari, ?Las mariposas y el fuego: mujeres y maternidad en el sufragismo de entreguerras?, idem, pág. 19.

9 Alicia Moreau de Justo, citada por Elena Tchalidi, ?Las mujeres deben vencer su repugnancia y su indiferencia y entrar de lleno en la política?, idem, pág. 27.

10 Elisa Carrió, entrevista personal, 7 de julio de 2002.

11 Max Weber, Política y Ciencia, Editorial Leviatán, 1989.

12 Marysa Navarro, ?El liderazgo carismático de Evita?, La Aljaba , V, 2000.

13 Gómez Miranda, Florentina, ?Evita era una apasionada. Una predestinada. La revolucionaria era ella?, en Del voto al 30 % , pág 47.

14 Navarro, M. Ibidem, p. 42/43.

15 Liliana Gurdulich de Correa, ?El amor alarga la mirada de la inteligencia?, en Mujeres Argentinas, op.cit., pág 49.

16 Tchalidi, Elena, ?Las mujeres deben vencer su repugnancia y su indiferencia y entrar de lleno en la lucha política?, en Del voto al 30 % , pág 30.

17 Ibidem, pág 29.

18 Dos Santos, Estela ?Ustedes tienen la capacidad y el deber de votar?, en Del Voto al 30 %, pág 41.

19 Ibidem, pág 43.

20 Maffía, Diana «Género y ciencia en Argentina», en Rodríguez, M., Staubli, D. y Gómez, P. (ed) Mujeres en los ´90, Escenarios y desafíos. Vol. II. Centro Municipal de la Mujer de Vicente López. 1998.

21 Debemos a María Teresa Morini la constancia en la prosecución de un recurso de amparo que logró exitosamente que los partidos políticos cumplieran el cupo y los lugares fueran expectables.

22 El 19 de septiembre de 1811, el Cabildo del Rio de la Plata declaró que no serían considerados vecinos, y no podrían por tanto participar del Cabildo ?ni los negros, ni los indígenas, ni los mestizos, ni las mujeres?.

Bibliografía

– Leonor Calvera, Mujeres y feminismo en la Argentina, Grupo Editor
Latinoamericano, 1990.

– Mujeres Argentinas, Del voto al 30 %. La continuidad de una lucha.
A.A.MU.B.A. (Asociación Mutual Mujeres de Buenos Aires), 2001.

– Marysa Navarro, ?El liderazgo carismático de Evita?, en La Aljaba.
segunda época. Revista de Estudios de la Mujer. Volumen V ? 2000.

– Elisa Carrió, Marcela Rodríguez. Entrevista personal. Transcripción
de Andrés Armada.

*Las mujeres y el Bicentenario / coordinado por María Silvia Varg. 1a ed. – Salta : Mundo Gráfico Salta Editorial, 2010.

IMAGEN: jpn.icicom.up.pt