México: Ciudad desierta y alterada

México, abril (SEMlac).- La ciudad de México, la más ruidosa del mundo, con casi 20 millones de habitantes, quedó en silencio.

Las escuelas cerradas, los cines y bares, los museos, los comercios, los puestos callejeros levantados. Las calles semidesiertas. Las sirenas de ambulancia que no cesan a ciertas horas del día.

El transporte colectivo se ha convertido en una amenaza, nadie atina a informar nada sobre quién cuidará a los niños y niñas, ni si habrá permisos especiales para las trabajadoras; surgen mitos sobre efectos devastadores para las embarazadas. Quejas porque en los hospitales públicos se están saturando.

La ciudad ha enmudecido. Fracasó un acto de protesta citado para el lunes a las puertas de la Secretaría de Salud. Se anuncia que este año no habrá movilización obrera con motivo del primero de mayo, aniversario de los mártires de Chicago.

Los capitalinos se ponen tapabocas, no se arremolinan, se vuelven amables. Los políticos hablan mil sandeces antes de poner un círculo sanitario alrededor de las instalaciones de la Cámara de Diputados.

Todo estará así hasta el 6 de mayo, sólo que 27.000 escuelas públicas del país no podrán reabrir sus puertas porque, según se dijo, no tienen agua y sería gravísimo.

La influenza porcina, una epidemia causada por un raro virus, mutante, que no puede controlarse más que con medias higiénicas en un momento en que escasea el agua por arreglos de las fuentes de aprovisionamiento del líquido, que son de un sistema llamado Cuatzamla.

¿Nos irán a poner en cuarentena a todos y todas? Preguntan las amas de casa en la radio. Indagan si la vacuna para influenza estacionaria que se aplicó por miles en noviembre pasado será efectiva. Los médicos invitados a los micrófonos dicen sí y no. Nadie sabe, se tiene que estudiar.

Las denuncias de que el gobierno actuó tardíamente menudean. Mujeres de todas las actividades, feministas, amigas, me responden en la Internet que sí tienen miedo, que no creen en las autoridades, que no saben que hay detrás. Esto ya algunos analistas denominan desconfianza total a la autoridad que en 2006 se hizo del poder sin claridad.

Circulan los mitos. «Yo creo que es cosa de la extrema derecha»; ¿Ya sabes? Hay un montón de chistes sobre la epidemia.

Todo empezó la noche aciaga del 23 de abril, en que se anunció la alerta sanitaria. No querían pánico, pero tenían que cerrar de la noche a la mañana todas las escuelas. Luego vinieron las otras medidas. El miércoles anunciaron cierre parcial de oficinas de gobierno. Se ha entrado a la fase cinco de la epidemia, ya se trasmite inopinadamente de persona a persona y hay más de dos regiones en América Latina con epidemia.

En la calle se ve. La gente lleva una tela azul sobre la boca y nariz; nadie podrá ya saludar a nadie de mano, menos abrazarla o besarla. Los novios en parques y jardines desafían al mal: se besan con cubre bocas.

El miedo se apoderó de Nahela Becerril, una feminista experta que suspendió su viaje a Chiapas y prohibió a su hija ir a una fiesta. «La tuve que encerrar», dice.

De casa de los nietos se prohíben visitas y se suspende el trabajo para las nanas y empleadas domésticas.

La directora de Cuadernos Feministas, Josefina Chávez, está pegada a la televisión por cable. Ya sabe, antes que nadie, que se han suspendido los vuelos en Cuba y Argentina hacia México y que la Comunidad Europea, cinco días después de la alarma sanitaria, estudia impedir vuelos al país azteca, de las maravillosas túnicas y vestigios precolombinos. Los cruceros no tocan la costa mexicana; los casos descubiertos en Cataluña, de influenza porcina, son de personas que visitaron México.

Desde Yucatán, la periodista Dunia Rodríguez me dice que nadie se entera y que en la plaza hay calma; y nadie, porque son mayas, se pondrá el tapabocas.

Los correos en la pantalla de la computadora difunden toda clase de mitos: no sirve el tapabocas «nos están engañando»; no es suficiente lavarse las manos y limpiar los espacios y mesas de la comida. O: «Esto es para controlarnos, para impedir nuestras libertades», dicen.

Mientras, viaja por todos los sitios, públicos y privados el virus H1N1 de fiebre porcina. Puede ser letal, en casos extremos. El tema es grave, dice un médico marxista, y se suspenden todas las actividades de grupos y comunidades, las asambleas sindicales, las reuniones feministas, los festejos del Día del Trabajo y del Día de la Madre, las fiestas infantiles, las reuniones de cumpleaños.

Se acabaron en todas partes los tapabocas. No hay en las farmacias. Hay denuncias de que se trafican en los hospitales. Pero hasta ahora nadie ha entrevistado a un o una enferma. Los juegos de fútbol se trasmitirán por la televisión, jugarán sin público. El estadio Azteca, el más grande de Latinoamérica, también cerró sus puertas.

El miedo está dentro de las sábanas y aparece en televisión, todas las noches, desde aquel día aciago en que el Secretario de Salud, José Ángel Córdoba, con la cara deslavada y grandes ojeras, apareció para leer en dos minutos un comunicado con los últimos datos. Un día dijo que había 20 casos comprobados de influenza porcina, tres días después dijo que eran 19 y siete decesos; ahora la OMS le rectifica, hay 62 casos comprobados y siguen creciendo.

De Chiapas, la periodista Candelaria Rodríguez me manda tres líneas. «Fíjate que hay 18 muertos por acá, la mayoría en San Cristóbal», el lugar donde apareció por primera vez el Ejército Zapatista de Liberación Nacional.

La actriz Ofelia Medina me mandó una reflexión. Afirma: «que me perdonen los deudos de 149 personas, pero mueren más niños por desnutrición en las zonas indígenas y los del gobierno no hacen caso».

La oficina de UNIFEM colabora con el reportaje para SEMlac y mandó un reporte científico de lo que dice Atlanta, explicando que la influenza porcina se trasmite de los cerdos a los humanos y viceversa, que los casos comienzan ahí.

Eso es explosivo, porque un reporte señala que en La Gloria, en Veracruz, hay una empresa trasnacional de producción de cerdos que ya había sido denunciada, porque el 60 por ciento de sus pobladores sufre hace meses de gripes, fiebres y males semejantes a la influenza porcina. El gobernador de Veracruz dice que no, que esa empresa está controlada.

Nadie habla de este asunto. Nadie explica. Nadie pregunta, los periodistas están fascinados sólo preguntando por el numero de afectados y muertos. De los periodistas no hay un sólo reportaje científico. Todavía nadie se asoma a los reportes de las revistas científicas sobre los estragos de la producción masiva de cerdos y quienes pueden ser afectados.

La noche tiene un sopor insoportable. Ha subido la temperatura, la real y la virtual. La única manifestación de cierto pánico colectivo fueron las compras en los supermercados, el día en que se dijo que ojalá nadie saliera de su casa, porque es necesario cortar la cadena de contagio, prevenir y ganarle a la influenza que ya amenaza con ser pandemia.

Los días son peores cada 24 horas.. Tembló en México el día lunes. La gente acude a sus trabajos deseando ser devuelta a su casa. En la radio no cesa minuto a minuto la información repetitiva. Nada nuevo. Nada importante. Las mismas medidas.

Todos los médicos posibles son entrevistados en los medios electrónicos. Lo hacen la televisión gubernamental cultural de Canal 11, que recientemente cambio su programación y pretende una como cualquier otra de los monopolios, y el Instituto Mexicano de la Radio.

Hay cortes cada tres horas para decir qué sigue, pero no sigue nada, sigue lo mismo. Los reportes oficiales afirman que hoy hubo menos muertos que ayer, aunque hay graves que no se sabe.

De la mañana a la noche se abren los micrófonos para que la gente pregunte. No hay respuestas a las quejas. Se reorganizan las salas de los hospitales, dicen los médicos en la televisión, pero no explican cómo. Se dice que hay más servicios en terapia intensiva, pero no se habla de los medicamentos que cuestan 500 pesos, unos 30 dólares.

El servicio es gratuito, dicen los anuncios publicitarios, pero en el micrófono abierto las amas de casa aseguran que les cobran, que no las reciben si no son ‘derechohabientes’.

Estamos al borde de una locura general, contenida. El zócalo de la ciudad, donde se hacen hasta tres manifestaciones diarias de protesta, luce desierto. Como si estuviéramos en el momento de una parálisis, como en las películas de la guerra, cuando todo el mundo se mete en sus refugios antes del bombardeo.

El silencio se rompe, de vez en vez, cuando se estremece la plaza principal de la ciudad por los campanazos horarios de la Catedral Metropolitana.

Han pasado apenas cinco días desde la noche aciaga. Los funcionarios no responden a los periodistas. Todo el mundo se da cuenta. Las conferencias de prensa nocturnas, una costumbre de apenas hace 132 horas, se trasmiten íntegras.

Las y los periodistas ahora preguntan en bloque, «yo hablo en nombre de mis compañeros», dice la reportera Edith Gómez, de Televisa radio, y hace unas ocho preguntas: ¿qué medidas se toman para inhumar a los cadáveres? ¿Dónde hay más infectados o enfermos? ¿Por qué no nos dice señor secretario? ¿Cuándo habrá una vacuna? ¿Qué se hace con los enfermos graves? ¿Por qué no dice influenza y habla de neumonía grave? ¿Dónde se originó el mal?

Ángel Córdova, secretario de Salud, palidece. Muestra estadísticas en pantalla ilegibles, con barras largas y cortas. No hay imágenes de los hospitales en la televisión del monopolio, ni en ninguna otra.

Los anuncios ahora son de calma a los empresarios y se habla de apoyos millonarios para que no quiebren las empresas. El virus o la difusión de sus estragos acaparan todo.

El miércoles el diario La Jornada habló sobre influenza en 29 de sus 40 páginas; ya no hay notas de primera plana sobre narcotráfico y se buscan culpables, todo el tiempo.

Afuera, en el ambiente se va congelando un sentimiento de impotencia. Recibes las más diversas llamadas telefónicas. Te saludan por saludarte, «es que no fui a trabajar, dicen que no salgamos a la calle y pensé que podríamos echarnos una buena platicada. ¿Tu qué haces?»

Los reportes de mi pedido a las amigas sobre sus sentimientos son como eso, lo que ya está escrito. La pandemia puede anunciarse de un minuto a otro. Hasta los mercados bursátiles se han contagiado. Subió el dólar y la economía, dicen los que saben, se tambalea nuevamente. ¿Afectados? Si, las y los de siempre.