Se murió hace seis años pero su tarea fue fundamental para que otras mujeres y hombres pudieran abrazar a los hijos de sus hijos que nacidos en cautiverio. En la casa platense de Alicia Zubasnabar de De la Cuadra se fundó Abuelas Argentinas con Nietitos Desaparecidos, el primer nombre de la entidad. Dio pelea hasta unos días antes de cumplir 93 años.
Alicia Zubasnabar de De la Cuadra, a la que todos llamaban Licha, no va a poder abrazar a su nieta. Se murió hace ocho años pero su tarea fue fundamental para que otras mujeres y hombres pudieran abrazar a los hijos de sus hijos nacidos en cautiverio. Licha fue la primera presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, la organización que comenzó nacer al mismo tiempo que los militares daban rienda suelta al plan sistemático de apropiación de bebés y dio pelea hasta unos días antes de cumplir 93 años.
No hay una fecha exacta pero las Abuelas recuerdan que un día María Isabel Chorobik de Mariani, a los que todos llamaban Chicha, quien también buscaba a su nieta, golpeó la puerta de la casa de Licha, en La Plata. Fue una mañana de diciembre de 1977. Chicha llegó y supo que había otras mujeres como ella. Había al menos tres o cuatro niños desaparecidos. Ahí empezaron a pensar que, tal vez no los encontraban porque los mismos que se habían llevado a sus hijos e hijas no se los querían dar. Otra de las mujeres que llegó fue Estela Barnes de Carlotto.
En esa casa, en un sillón de pana verde, se fundó Abuelas Argentinas con Nietitos Desaparecidos. Fue el resultado de una necesidad: cuando iban a preguntar solas no les daban ninguna respuesta pero cuando iban en grupo lograban sortear algunas barreras. Tiempo después se convirtieron en Abuelas de Plaza de Mayo.
A esa misma casa habían llegado Licha, su marido Roberto Luis De la Cuadra y sus cinco hijos: Estela, Soledad, Luis Eduardo, Roberto José y Elena. Habían llegado en 1959 desde Sauce, un pueblo al sur de Corrientes, donde Licha había nacido, había conocido a Roberto y había empezado a criar a su familia. Los De la Cuadra eran de una familia con campos en Corrientes y buena relación con la Iglesia. Incluso habían donado campos para la curia pero el matrimonio había llegado a La Plata porque quería criar a sus hijos allí.
Para mediados de los setenta, todos los chicos De la Cuadra tenían una activa participación política. Era lo que ocurría con otros jóvenes platenses, porteños o cordobeses o rionegrinos. Participaba de la vida política de su país, tenían proyectos de cambio.
Poco más de un año antes de ese diciembre de 1977 en el que Chicha llegó a ver a Licha, varios hombres armados, con la cara tapada con medias y ropa de fajina irrumpieron en su casa. Buscaban a Roberto José, que era obrero en YPF. Lo encontraron y se lo llevaron a punta de pistola. En febrero de 1977 la secuestraron a Elena, con un embarazo de cinco meses, y a su compañero Héctor Carlos Baratti. Y en diciembre detuvieron a Gustavo Freire, esposo de Estela.
Alguien hizo una llamada a la casa de Licha en junio y avisó que Elena había tenido una hija a la que llamó Ana Libertad. Ese aviso aceitó más la voluntad de Licha y redobló los esfuerzos: pensó en las relaciones familiares con la Iglesia católica y llegó al despacho de monseñor Emilio Graselli. Lo que Licha no imaginaba era la estrecha relación que unía a la conducción de la curia y a buena parte de sus integrantes con la dictadura.
No imaginaba, por ejemplo, que dentro de la Comisaría Quinta de La Plata, donde funcionó un centro clandestino de detención, el cura Christian von Wernich le dijo a Héctor, el padre de Ana Libertad, que no le daría la nieta a sus abuelos porque “la iban a criar igual que a sus hijos”.
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