A sus setenta y cinco años, aún no encuentra el espacio de sosiego que le permita aceptar la muerte de su esposo acaecida hace un tiempo. Le reza, y sostiene diálogos imaginarios porque está convencida de que él, aún está a su lado.
Probablemente haya aprendido a hablar con el inclemente viento de la Puna, en San Bernardo de las Zorras, su pueblo natal, camino a la escuela, donde acudía gustosa, a pie o a caballo de marzo a noviembre. Cree que los rigores del clima en esa época, eran más llevaderos sólo porque se ajustaban al calendario. Ahora,?de repente no es época de lluvia y llueve, no es época de nieve y está nevando y los chicos ahí sí que sufren?afirma.
O cuando le susurraba a la madre tierra, a sus cinco a seis años, mientras correteaba presurosa para acumular el tesoro inapreciable de alguna ramita seca que le permitiera encender el fuego para hacer la comida y el mate cocido de la tarde. Cuando asistía a su padre, peón de vías y obras, que en época de vacaciones o fines de semana, salía a emparvar y enfardar alfalfa en campos ajenos. Porque, en ausencia de su madre que se ausentaba por largos períodos en los puestos, pastoreando los animalitos, el mandato paterno le exigía a ella, como hija mayor, compartir el trabajo..
Quizás aprendió a hablar sola con el agua cantarina del riachuelo donde cada día lavaba los utensilios. O a caballo, años después, camino al almacén de la zona, para trocar lana por algún comestible, que a falta de carne y mercaderías, le permitiera a su madre resolver el sabroso sortilegio de la comida diaria a base de chicharrón de vaca o cordero.
Quizás aprendió a hablarle al sol que la acariciaba, mientras tejía y bordaba en la escuelita, después de exigirle a su madre el material para realizar estas labores, pues la alternativa era barrer y regar plantas. O cuando limpiaba la jaula de pájaros o como dama de compañía, de la dueña de casa, ya en la ciudad, donde la llevó una tía antes de concluir la primaria. Tal vez aprendió a hablar sola mientras engavillaba tabaco, tiempo después, o camino a la academia de corte y confección donde asistió algunos años.
Comenzó a dialogar con él, su futuro esposo, en un viaje en tren mientras viajaba de Salta a Diego de Almagro, a visitar su familia que se había trasladado allí. Impuso distancia y un largo período de silencio por un disgusto en la pareja y se ausentó a Buenos Aires a trabajar de empleada doméstica. Pero una carta de amor y el precepto paterno que?hay que ser de una sola palabra, y cómo ha de ser si no cumples vos. La vida de casado no es de un rato, es toda una eternidad?la hicieron regresar.
Ya casada, se instaló en Las Cuevas, en la finca de su familia política y mientras sus hijos e hijas crecían, trabajaba en la casa y en los sembradíos hasta el anochecer cosechando habas, papas y enfardando alfalfa.
Recuerda haber sido feliz sólo un año, pero permaneció casada cuarenta y nueve años con más dolores que alegrías, porque así lo había establecido el legado paterno. Hoy, sostiene que ?me conformo con haber criado a mis hijos, de haberlos sacado adelante, yo no me aparté en ningún momento de ellos, los atendí toda mi vida y mi esposo, ojalá que haya sido como haya sido, era mi esposo nada más? Un esposo fallecido hace tres años cuya ?presencia?quedó a mitad de camino entre el mundo de los silencios y las palabras que cada día ?Doña Tina? continúa compartiendo con el viento.
Hoy?Doña Tina? espera que el juicio sucesorio iniciado por un pariente político, se resuelva justamente a su favor. Le asiste el derecho de haber trabajado duramente y vivido en esas tierras desde los veintitrés años. De haber pagado impuestos y fundar su familia. Mientras, atiende junto a otras mujeres, la ?Despensa de Madelmo?llamada así en honor a su esposo.
Recuerda que, poco antes de morir su esposo, éste le regaló un inesperado y tardío reconocimiento a su labor de toda la vida.?Lloraba y decía yo sé que me he portado mal, yo he sido muy terco, muy malo con vos. Perdoname todo lo que te he hecho y sigamos adelante, yo valoro todo tu trabajo??A mí me causó tanto?a la vez un dolor ,lo veía con esa tristeza a él decirme estas palabras Fue un momento de tristeza compartida que le hizo confesar? qué nos haremos el día que nos perdamos, a mí me hacés muchísima falta?.Hoy conoce la respuesta: sin aceptar su pérdida suele llegar hasta el cementerio de la ciudad, o vagar por los rincones de la casa hablando permanentemente con Madelmo, su esposo, siempre presente, de día y de noche, sin miedo porque según expresa ?mi compañía son mis santos, mis almitas, ellos me miran, me ven y me cuidan?.
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(1) Las Cuevas es el último paraje que pertenece al municipio de Campo Quijano, antes de ingresar al Departamento de La Poma, en la Puna Salteña. Se accede a ese lugar, a través de la ruta Nacional Nº 51, camino a San Antonio de Los Cobres .Se asientan en ese lugar, unas 25 familias, aproximadamente que se dedican a la producción de ganado caprino, vacuno, habas, papas andinas y tejidos.
FOTO: www.salta.gov.ar