Amherst, Massachusetts, EE.UU., mayo 2012.- En un foro numeroso y vital que reunió, del 13 al 15 de abril, a unas 500 personas de Estados Unidos y representantes de organizaciones civiles de algunos países latinoamericanos estuvo una mujer boliviana, indígena, con una elocuencia que la muestra capaz de conducir a la reflexión más honda a las mismas piedras.
Se llama Julieta Paredes y en los días en que estuvo por la Universidad de Hampshire, donde se produjo el encuentro «Construyendo un movimiento por la libertad reproductiva: del derecho al aborto a la justicia social», cada una de sus presentaciones significó una evocación de la Pacha Mama y un reclamo a la rebeldía necesaria para construir las utopías de este tiempo y un feminismo comunitario.
«La década de los noventa fue una etapa muy dura para quienes, desde el feminismo y los movimientos sociales, nos negamos a rendirnos al capital, a la globalización, al posmodernismo y al individualismo que nos juraba que ya no era posible hacer revoluciones en Bolivia», ha escrito Paredes en su libro Hilando fino, escrito para el movimiento «Mujeres creando comunidad».
Dar vida a ese movimiento, que ella lidera, significó no pocas rupturas y transgresiones dentro del feminismo vigente en su país y frente a los ataques patriarcales y machistas bien conocidos. «Este momento que vive nuestro país nos ha devuelto la esperanza y la esperanza moviliza hasta a las más comodonas», comenta a SEMlac.
Pero su trabajo concreto -aunque ella vive en La Paz- no se concentra en las mujeres de posiciones sociales más desahogadas, sino en todas. Paredes aspira a un feminismo andino basado en la comunidad. No es defensora de corrientes indigenistas ni en verdades absolutas; tampoco de lo que llama «tecnocracia de género».
Considera reaccionaria la «posición de la equidad de género» y cree que la «esquizofrenia participativa» es un engranaje que sustenta el sistema neoliberal, según dice en su libro.
«Las mujeres parecemos parias: no tenemos tierra ni casa, tenemos muy pocos lugares que podamos sentir como nuestros, donde podamos sentirnos tranquilas y libres de violencia sexual, física y psicológica», asegura.
Porque lo proclama como urgencia, Julieta Paredes no está contenta con lo que puede conseguirse dentro de cánones formales establecidos: «Por todos lados se están tejiendo propuestas para una nueva sociedad y las mujeres debemos estar ahí con nuestra voz y opinión, pero sabemos que, dentro de este movimiento organizativo y político, las mujeres no están pudiendo articular sus reivindicaciones y propuestas», dice.
Julieta establece las etapas de su «utopía» en cinco momentos a partir de que «las mujeres somos la mitad de cada comunidad, de cada pueblo, de cada nación y de cada país y sociedad.
El Foro de New Hampshire
En 2012 fue la más reciente cita convocada por el centro de Libertades Civiles y Políticas Públicas (CLPP, siglas en inglés de civil liberties and public policy): construyendo un movimiento por la libertad reproductiva.
Allí, cada año se evidencian avances significativos en la toma de conciencia y concertación de estrategias que animan a activistas y luchadores sociales que, en este momento, también en Estados Unidos, tienen que enfrentar la peor reacción que pugna por robar a las mujeres derechos conquistados y largamente disfrutados.
Una de las participantes, Emily Pain -exalumna de la Universidad de New Hampshire- lo había declarado antes: «cada vez que vengo siento que rejuvenezco, pero también siento que hay un movimiento detrás de mí».
La corresponsal de SEMlac participó en dos mesas redondas: una sobre el panorama de derechos reproductivos en tres países del Caribe: Cuba, Haití y República Dominicana; y otra sobre Clima y Justicia Social.
Ofreció, además, dos conversatorios auspiciados por el Departamento de Estudios Latinoamericanos y Sociología acerca de las mujeres en el clandestinaje en Cuba, conducido por la académica Carolee Bengelsdorf, y otra sobre la experiencia de MAGIN, la Asociación de Mujeres Comunicadoras que sentó pautas en Cuba acerca del empleo de la comunicación para promover la equidad de géneros entre 1993 y 1996.
El cuerpo es un elemento esencial de la construcción del feminismo comunitario, explicó Paredes a SEMlac: «Nuestros cuerpos son capaces de entablar diferentes relaciones como las de amistad, amor, erotismo, relaciones con la naturaleza, la trascendencia, el conocimiento, la producción, pero de todas las relaciones que nuestros cuerpos establecen, hay unas que condicionan nuestras vidas y nuestro existir de una manera muy negativa y buscan destruirnos; estoy hablando de las relaciones de poder».
«Nuestros cuerpos son el lugar donde las relaciones de poder van a querer marcarnos de por vida, pero también nuestros cuerpos son el lugar de la libertad y no de la represión», explica.
Cualquiera que la oye se pregunta cuánto tiempo cree que sería necesario para transformar creencias que tienen un siglo en los modos de entender el feminismo, pero ella no se preocupa demasiado -o no parece preocuparse- por las tantas barreras que habrá que derribar.
¿Cuánta gente estaría dispuesta a creer en esta utopía?
Ella responde rotunda en medio del bullicio de un gran salón de reuniones, con la frase que constituye el lema principal de Mujeres Creando Comunidad: «la esperanza es novia de la libertad y amante de la utopía». Pero aparte de esa profesión de fe, poética por demás, Julieta Paredes tiene los pies en la tierra.
Sabe que sus propuestas necesitan un ejercicio difícil e intenso de expansión de la conciencia política de las mujeres y de la sociedad para construir un movimiento feminista que permita comprender un modo diferente de entender la igualdad.
«Los hermanos indigenistas nos hablan de que el feminismo es solo occidental y que no hay en nuestros pueblos necesidad de esos pensamientos occidentales porque ya hay la práctica de la complementariedad (chacha-warmi/hombre-mujer), que solo necesitamos practicar esto porque el machismo ha llegado con la colonia», indica.
Sin negar la sabiduría de algunas de esas ideas, el movimiento Mujeres creando Comunidad transforma el diagrama horizontal que, teóricamente, confiere a la búsqueda de la igualdad un espacio que, de todos modos, coloca a las mujeres en la mitad inferior. Ellas se lo plantean de manera vertical: «queremos un par complementario sin jerarquías, armónico, recíproco; par de presencia, existencia, representación y decisión».
«De todo grupo humano podemos hacer y construir comunidades. Es una propuesta alternativa a la sociedad individualista», precisa Paredes en su explicación a SEMlac.
«La comunidad está constituida por mujeres y hombres como dos mitades imprescindibles, complementarias, no jerárquicas, recíprocas y autónomas una de la otra, lo cual no necesariamente significa una heterosexualidad obligatoria, porque no estamos hablando de pareja, sino de par de representación política; no estamos hablando de familia, sino de comunidad», añade.
Como fantasía y aspiración política, el planteamiento de Mujeres Construyendo Comunidad suena inobjetable. La pregunta que salta -y Julieta Paredes no llegó a responder- se refiere a cuántos años se necesitarán para materializar algo así.
En ese momento no habría podido decirlo porque terminaba la última plenaria del foro en la Universidad de Hampshire y Julieta había entrado al salón cuando todo el mundo allí estaba pletórico de ideas nuevas.
La noche anterior se había realizado una sesión testimonial de mujeres de distintas edades, razas y preferencias, quienes habían contado sus experiencias de haber abortado. Desde la enfermera violada hasta la mujer madura que no contaba con algo así, incluida la jovencita que dudó y se autoculpabilizó, múltiples emociones impregnaron a las presentes.
Julieta Paredes apareció en público con un muy bien matizado «folclorismo», envuelta en una pañoleta roja enorme, ensayando una suerte de baile tradicional y cantando expresiones en quechua.