Identidades de género, sexualidad y violencia sexual

Así se denomina un estudio cualitativo que se realizó en México durante los años 2.004 y 2.005, en instituciones médicas, educativas y jurídicas, para explorar los mecanismos sociológicos que facilitan la reproducción de determinados esquemas de percepción y apreciación en torno a la sexualidad y la violencia sexual.

El equipo estuvo integrado por la Dra. Joaquina Erviti, el Dr. Roberto Castro y la Maestra en Ciencias Itzel A. Sosa-Sánchez, del Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias de la Universidad Autónoma de México.

La información se recolectó mediante entrevistas en profundidad y cuestionarios socio demográficos de información básica. Las entrevistas se dirigieron a 69 varones (médicos, profesores, abogados) para indagar respecto de las percepciones dominantes sobre sexualidad, masculinidad y violencia sexual.

El análisis interpretativo de esas entrevistas muestra que los entrevistados ponen en juego un conjunto de nociones que legitiman el maltrato ejercido en la práctica institucional médica y legal (y aún más allá de esos ámbitos) sobre las mujeres víctimas de violación. Estas nociones conceptualizan a la violencia sexual como ?natural?, y en buena medida, ?responsabilidad? de las propias mujeres.

El y las autoras señalan que la trascendencia de estos hallazgos reside en que se trata de actores sociales que juegan un papel central en la producción y reproducción de patrones de percepción que a su vez refuerzan las prácticas de desigualdad y de violencia de género.

El y las autoras parten de considerar:

· Que la violencia sexual es un fenómeno que pone de manifiesto las relaciones desiguales entre los géneros en el ámbito de la sexualidad y toman esta última sociológicamente, más allá de los contenidos biológicos, incorporando al análisis aspectos sociales y de género que visibilizan el campo donde se producen las prácticas que expresan desequilibrios de poder.

· Que dichas prácticas sociales e identidades de género, se construyen de manera opuesta y excluyente: masculino-varón femenino-mujer, asociando las diferencias en torno al cuerpo. Construcción binaria y dicotómica.

· Que la violencia sexual ejercida sobre las mujeres, goza en México de una relativa tolerancia social y que estigmatiza a sus víctimas.

· Que la violencia sexual se expresa en los marcos normativos y simbólicos.

· Que la violación se asocia a una manifestación de hombría, sugiriendo que las relaciones sexuales requieren de dominación masculina y resistencia femenina. Que la permisividad hacia la violación se patentiza en el inadecuado marco legal que existe para prevenirla y sancionarla.

El/las autoras refieren la necesidad de investigar el papel que juegan las identidades de género en la construcción de la sexualidad masculina y en la definición de lo que socialmente los varones consideran como violencia sexual. Cómo ven a las mujeres y cómo se ven a sí mismos en tanto sujetos sexuales. Los varones entrevistados son maestros, médicos y abogados, bajo el supuesto que ocupan lugares privilegiados en la reproducción de percepciones y apreciaciones dominantes.

Del análisis interpretativo de las construcciones discursivas de los entrevistados, puede resumirse:

Sexualidad dicotómica (masculina-femenina/incontrolable-controlable/activa-pasiva) ?naturalizada?.

Sexualidad naturalmente ?animal? y agresiva que se vincula a la construcción de la identidad masculina.

Pretendida ?falta de capacidad? para controlar no solo los impulsos sexuales, sino lo ?masculino? (recurso que se usa para explicar distintos comportamientos), mientras lo femenino requiere ser controlado.
Violencia sexual como ?natural? y ?primitiva? y en buena medida ?responsabilidad? de las mujeres.

Posibilidad de convertirse en un agresor radica no tanto en las características psicológicas de ciertos varones, sino en causas externas a ellos: en los atributos ?provocativos? de sus víctimas, o bien en las ?oportunidades? que se les presentan de agredirlas.

Las mujeres no pueden ni deben expresar abiertamente su deseo sexual, pues la subordinación de que son objeto les impone también como código de expresión la timidez y el recato sexual para no ser consideradas ?fáciles?. Socialmente se promueve que un ?no? en femenino pueda ser interpretado en masculino como un consentimiento disimulado. Si ellas consienten aún disimuladamente, entonces son responsables de lo que les pasa.

Muchos profesores conceptualizan la violación como herencia cultural (y no ya como un impulso natural) producto del mestizaje, lo que traslada la responsabilidad a un ?otro? externo.

En las instituciones jurídicas aparecen argumentos que cuestionan la existencia de la violación, aludiendo a un ?consentimiento implícito? (ver apartado 6) y que se articula con la falta de credibilidad ante lo que las mujeres dicen y denuncian.

Entre abogados y médicos es relevante la creencia de que las mujeres ?usan? la violación como un ?recurso?, posibilidad que es tomada como punto de partida de su quehacer profesional.
El supuesto ?uso? anterior permite cuestionar la pertinencia de abortos punibles.

El análisis interpretativo que intentamos resumir recién, permite advertir la existencia de diversos mecanismos sociales (y profesionales) que contribuyen a la naturalización de las identidades de género y las asimetrías en las relaciones de poder, legitimando prácticas sociales que en la esfera de la sexualidad normalizan, erotizan e incluso naturalizan la violencia sexual, banalizándola y favoreciendo un contexto de permisividad social ante la misma. Para el/las autoras, la relevancia de estos hallazgos estriba en el hecho de que estamos frente a discursos autorizados, es decir, emitidos por varones en posiciones de autoridad, y por tanto con enormes posibilidades de perpetuar esta visión de las cosas.

II. Comentario personal:

El estudio elegido demuestra que existen dispositivos sociales que reproducen y refuerzan la ideología patriarcal, en este caso llevado al plano de la naturalización y legitimación de la violencia sexual hacia las mujeres. Con métodos científicos y rigurosa interpretación desde la teoría de género, confirma nuestras vivencias y contribuye a sostener demandas de los movimientos de mujeres.

Ahora bien, demuestra que no son casos aislados sino prácticas sociales hegemónicas aquellas que habilitan el maltrato hacia las mujeres en instituciones médicas, judiciales y educativas, más no explica ?tampoco se propone hacerlo- por qué la violencia está inscripta en la masculinidad. Describe cómo se naturaliza la violencia como parte de la masculinidad y explica a partir de ello la permisividad y tolerancia social con la violencia sexual hacia las mujeres. Así es que sería necesario complementar el estudio con construcciones conceptuales que arrojan mayores luces respecto de los hallazgos del estudio considerado.

Por ejemplo, sería importante contextuar los dispositivos sociales cuando hablamos de reproducción y reforzamiento de prácticas violentas y jerarquizadas desde el punto de vista genérico. Y el trabajo de Pablo Ben ?Muéstrame tus genitales y te diré quien eres. El hermafroditismo en la Argentina finisecular y de principios del siglo XX? nos habla de los modelos de varón y mujer en la Argentina de principios de siglo, que mucho ayuda a comprender la relación entre géneros, sexualidades y violencia que aborda el estudio que consideramos. Dice: ??La imposición de sexos y conductas eróticas constituyen uno de los ejes centrales de intervención estatal. Estos saberes no fueron meras representaciones sin efectos en la sociedad, sino que encontraron un campo fértil a través del sistema educativo, de los ámbitos específicamente médicos como el hospital o el manicomio y de la ´justicia´, en particular de la esfera penal??(2), pág. 65. El autor indica a los sistemas de educación, salud y justicia como reproductores ?campos fértiles- desde la esfera estatal, donde ??La patologización de los comportamientos sexuales se anclaba en la definición de un modelo de varón y de mujer que funcionaba como punto medio que instituía la normalidad, no se podía escapar a esta normativa a riesgo de sufrir una estigmatización. La sexualidad masculina era desmesurada, ligada al ?instinto sexual? y se desarrollaba más allá de lo meramente reproductivo. En cambio, el deseo sexual femenino ?guiado por el ?instinto maternal? era casi siempre un factor ausente compensado por un afecto que se manifestaba especialmente en la crianza de niños y niñas?? (pág. 65 y 66). El modelo de varón, definido párrafos antes por el autor, estaba representado por el varón blanco, occidental, argentino, heterosexual y de élite, mientras habían quedado excluídas de la identidad argentina las mujeres, los y las indígenas, mujeres y varones con ?inversión sexual?, ?hermafroditas?, obreros y obreras inmigrantes radicales irreductibles a la argentinización, y prostitutas.

Es decir que las áreas privilegiadas por Pablo Ben (educación, salud y justicia) son exactamente las elegidas por el estudio en consideración ?en relación a los estereotipos sexuales- que viene a confirmar para la actualidad lo sostenido por Ben para la Argentina 1860/1930. En ese período de construcción de la identidad nacional, la imagen de mujer y de varón que se postulaba estaba ligada a una heterosexualidad compulsiva. ??Los varones debían ser padres de familia, racionales, con deseo sexual desbordante, activos, heterosexuales?.?(pág.69) Desbordante, quiere decir que sale de sus límites o de la medida; desbordante viene de desbordar, que es salir de los bordes, derramarse; y borde es el extremo de alguna cosa(3). Este traspasar los límites, este no encontrar la medida, este derramarse como extremo incontrolable, remite a la violencia sexual de la masculinidad.

Héctor Bonaparte(4) también utiliza el término comentando a Kaufman:

??Kaufman sostiene que la familia constituye un campo para la expresión de necesidades y emociones consideradas ilegítimas en cualquier otra parte: allí el hombre se siente lo suficientemente seguro para expresar sus emociones. Al romperse el dique, las emociones se desbordan sobre las mujeres y los niños. Esas manifestaciones constituyen una afirmación enérgica de la masculinidad, que solamente puede existir en oposición a la femineidad?? Además de este rasgo de construcción de la masculinidad por oposición a la femineidad, habría dos procesos psicológicos, simultáneos y complementarios, sobre los que se construye la identidad masculina que llamamos hegemónica: un hiperdesarrollo del yo exterior y represión de la esfera emocional. La ausencia de vías de expresión y descarga emocional socialmente aceptadas las transforma en ira y hostilidad, parte de las cuales son dirigidas hacia sí mismo (mediante diversos síntomas fisiológicos y psicológicos), parte hacia los otros hombres y parte hacia las mujeres. Ésta es la tríada de la violencia masculina de Kaufman. Se le suma la represión excedente de la capacidad de experimentar placer en forma pasiva.

Si se disculpa semejante esquematización, podremos decir entonces que el desborde, el salirse de los límites o de la medida, configura un abuso de poder por parte de los varones, legitimado por la sociedad en el proceso de construcción de la identidad masculina y naturalizado en el ámbito familiar.

El trabajo elegido para el comentario demuestra que esa masculinidad continúa siendo hegemónica. El mayor desafío es concebir las masculinidades fuera del ejercicio del poder y de la violencia. Masculinidad no debe ser sinónimo de hombría ni debe estar la hombría asociada a la violencia. Aunque recientes, los estudios de masculinidades son vitales para diseñar las mejores estrategias que nos permitan alcanzar, desde las diferencias, la tan ansiada igualdad de géneros.

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(1) Publicado por ?La Manzana? Vol. II Núm. 3 Julio-Setiembre 2.007, Jóvenes y violencia.

(2)En Paula Halperín y Omar acha (Comp.), ?Cuerpos, géneros e identidades?,Ediciones del Signo, Bs. As, Argentina, Julio de 2.000.

(3) Diccionario Enciclopédico El Ateneo, Tomo I, Bs. As., 1992.

(4) Héctor Bonaparte, ?Unidos o dominados. Mujeres y varones frente al sistema patriarcal?, Ed. Homo Sapiens.

Trabajo presentado en el Posgrado de Especialidad de Estudios de Género. comisión de la Mujer Universidad Nacional de Salta 2007- 2008- 2009

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