Haití: Las dimensiones del dolor

Santo Domingo, enero.- Aunque enterado el mundo entero de la hecatombe que inunda al pueblo haitiano, nadie tiene -ni puede tener- la dimensión exacta de este dolor:

«En Haití hoy se acaba el agua». Esa frase lapidaria estuvo seguida de otra, espeluznante: «No hay morgues».

Esas dos oraciones, pronunciadas este fin de semana en la reunión de coordinación de la solidaridad creada en Santo Domingo pueden, tal vez, adecuar el pensamiento a que lo ocurrido trasciende todo lo ya conocido.

A partir de ahí fluyen los relatos y también la enumeración de acciones sin precedentes, con toda la sociedad involucrada. El anti haitianismo que, mentirosamente, se atribuye a la población dominicana ha cedido el paso a actos de solidaridad absoluta, como tiene que ser la solidaridad: dando todo, ofreciendo todo, pensando en el otro o la otra, en esa gente que todavía grita bajos los muros caídos – ya débilmente – y que no se sabe hasta cuándo tendrá voz.

Grupos de rescate que se han creado a la sombra de la Comisión de Voluntariado, liderada por COPADEBA, el Comité para la Defensa de los Derechos Barriales, partieron el último fin de semana, pero no tienen seguridad de que encontrarán equipos mecánicos para la remoción de escombros.

Y no es que falten esos medios, sino que no han podido llegar por la imposibilidad de que los aviones aterricen -durante el día, porque ya de noche no pueden hacerlo por el desplome de la torre de control y la falta de luz eléctrica. Cuando lo consiguen y descargan la ayuda, la obstrucción de caminos, las ruinas, las grandes piedras de los edificios colapsados obligan, primero, a abrir caminos para alcanzar los sitios donde se sabe que hay gente viva sepultada.

¿Quién tiene recuerdos para imaginar esta dimensión del dolor?: gente viva intentando respirar en el polvo y desgarrándose las carnes tratando de alcanzar un soplo de aire para salir. Así también están quienes les buscan en la superficie: escarbando con las solas manos? Llorando y llorando. En gritos desgarradores o en sollozos ahogados.
Pisó el cadáver de su mamá.

Angiel es una muchacha delgada. El terremoto que la expelió de su humilde vivienda ocurrió cerca de las seis de la tarde. A ella la agarró la oscuridad de aquella primera noche de horror del 12 de enero, apenas queriendo entender lo ocurrido. Vagó, pisó escombros, se cayó, encontró una olla que reconoció: estaba en la que había sido su casa.

Como pudo palpó el suelo, sintió algo suave? A la mañana siguiente comprendió que estaba pisando un brazo y una mano que sobresalían entre las piedras. Por el anillo de cobre en un dedo supo que aquel era el cadáver de su madre.

La prima de Angiel vive en Santo Domingo y ha improvisado una venta de alimentos que prepara allí mismo, junto a un centenar de compatriotas haitianos, en un recodo del edificio en construcción donde también trabaja su marido. La mayoría todavía habla solo en creole. Pasando la voz de unos a otros, a la hora en que hacen un alto para comer, contaron a SEMlac que al menos la mitad de quienes han podido tener noticias de los suyos saben ya que tienen familiares muertos.
En República Dominicana trabajan en la construcción unos 22.000 trabajadores haitianos, la inmensa mayoría varones e indocumentados. «El 60 por ciento de los constructores de este país han venido de Haití, incluyendo maestros de obra», aseguró a esta agencia el ingeniero Leandro Guzmán quien, además de ser propietario de una inmobiliaria, hizo su tesis de doctorado, hace seis años, acerca de la presencia de la mano de obra haitiana en la economía dominicana.

«Ellos están en la agricultura, en la industria azucarera, en las plantaciones y en la recogida de cosechas: actualmente mucho café se está perdiendo porque las restricciones migratorias han limitado la presencia de braceros. En el período de 1991 a 2000, los millones de dólares de las exportaciones azucareras del país se lograron por la mano de obra haitiana», dijo el ingeniero Guzmán. «En el ingenio Barahona (a unas 3 horas de Santo Domingo, hacia el sur), en los cortes de caña, había solo un cortador dominicano cuando lo visité», relató.

Se calcula que en Dominicana hay no menos de 2000 estudiantes provenientes de Haití, más una cifra parecida de los que se han graduado aquí en años recientes. Una de las informaciones difundidas en la última reunión de coordinación de la pasada semana es que están regresando a su país los de especialidades médicas y paramédicas.
Algunas fuentes indican que el gobierno dominicano ha dejado abiertas sus fronteras por Jimaní, el paso más cercano a Puerto Príncipe por el sur, para que las personas sobrevivientes y necesitadas de auxilio puedan entrar.

Patricia Gómez, quien preside la comisión de Voluntariado, contó a SEMLAC que el domingo saldrían otros 10 médicos y médicas que se han ofrecido como voluntarios y a quienes se pide que hablen francés o creole, pues otro gran problema para que la ayuda llegue con eficacia a quienes la necesitan es poderse entender.

Este reclutamiento se está haciendo en universidades y organizaciones de la sociedad civil y la respuesta de gente lista para apoyar es numerosa.

«No hay alojamiento posible allá», dijo Gómez, porque las pocas carpas y los sitios donde es posible hacerlo se han convertido en campamentos. Ya no hay agua y es poco el socorro que había podido llegar hasta el sábado al amanecer.

Los hospitales están abarrotados y algunos heridos más graves han sido trasladados a Santo Domingo y Santiago de los Caballeros, la segunda ciudad del país, al centro. Los hospitales de la frontera, del lado dominicano, también están saturados.

Atender a las tragedias por venir

La gente no quiere entrar a las edificaciones en pie con una muy buena intuición. Ya se habían reportado nueve réplicas de diversa intensidad hasta el mediodía del último sábado y es posible que haya otras. Habrá más detalles de restituirse las comunicaciones, como han prometido el Instituto Dominicano de Telecomunicaciones y algunas empresas del ramo.

Existe la percepción de que la prensa internacional se ha concentrado en Puerto Príncipe y que la hecatombe tiene otros polos que ni siquiera han sido tomados en cuenta. Tal es el caso de Jacmel, una población costera al sur de Puerto Príncipe, a donde solo se puede llegar ahora por mar: estaría destruida en un 70 u 80 por ciento, según informó un cooperante internacional que logró comunicar con alguien allí por el sistema Skype.

La cooperación internacional y las agencias del sistema de Naciones Unidas han padecido igualmente lo suyo. Tres sedes institucionales destruidas: MINUSTAH (los cascos azules), PNUD y UNICEF. Tampoco los sobrevivientes tienen alimentos ni líquidos.

Si en Santo Domingo y otras provincias dominicanas mucha gente sintió que se mareaba, que las mesas o las aceras se movían, cualquiera puede hacer el ejercicio triste de calcular las dimensiones de este dolor en las áreas más cercanas a la capital haitiana: en Henry y Kencoff hacia el oeste, o en Pic, en el centro sur.

En las cercanías de los ríos Artibonico y Masacre, que conforman la frontera entre las dos islas de La Española, hay mucho miedo. Lo hay también en toda República Dominicana. Algunos vaticinios adelantaban que habría actividad sísmica captada en subsuelo de la Ciudad Colonial, el epicentro geográfico de la capital. Pero todavía la gente aquí está muy ocupada con sus propios problemas, sobre todo económicos, mientras el nacionalismo peor repite que se trata de un castigo de Dios para una nación maldecida.

La solidaridad femenina

Se sabe que las mujeres son las más vulnerables ante los desastres. Así ha ocurrido. Por la hora del terremoto y de sus réplicas puede especularse que la mayoría de las personas que estaban en el interior de sus casas desplomadas eran mujeres. Ellas abundan entre los cadáveres. Las imágenes y gráficas muestran a las sobrevivientes prestando auxilio en los improvisados campamentos.

Por parte de la sociedad civil hay una fuerte presencia de las organizaciones de mujeres en la Coordinadora de la Solidaridad. Lideran este empeño la Colectiva Mujer y Salud, el Centro de Solidaridad para el Desarrollo de la Mujer (Ce-Mujer), la Confederación de Mujeres del Campo (Conamuca), del lado de acá; mientras, en la misma frontera, las vendedoras de ropa usada de Asomuneda están socorriendo a sus congéneres. Del lado haitiano, instituciones, particularmente las de religión católica, están haciendo mucho, tanto cuanto pueden. Una parte son monjas.

Sergia Galván, directora ejecutiva de la Colectiva, quien preside la Comisión de Salud, estuvo en Haití el miércoles y el jueves. Con enorme desolación, ha descrito y circulado las expresiones de su tristeza por las redes de periodistas.

Sergia subrayó que además de sangre y medicamentos, se necesita suero y hace falta preparar a la población para nuevas contingencias. Ya su organización ha editado una hoja de instrucciones.

El grupo que viajó a Haití estuvo integrado, además, por Mario Serrano, ejecutivo del Centro Jesuita para refugiados y migrantes, Bonó, que está concentrando la recepción de contribuciones; Rita Ceballos, del Centro Poveda. A este equipo se sumaron otros representantes del Poveda y de FLACSO que participaban de un encuentro en Puerto Príncipe.

Una tremenda explosión

Briggite Wooding estaba en ese grupo, en Puerto Príncipe, impartiendo una conferencia como parte de una actividad de FLACSO. Demacrada y ojerosa, con la voz rasgada, contó a SEMlac de la tremenda explosión que sintió en el momento del sismo y le hizo pensar en una bomba de gran potencia.

«Pero recapacité que no éramos tan importantes como para tal atentado. El hotel se desplomó. Pudimos alcanzar un balcón y desde allí, deslizarnos a la calle. Todo estaba bloqueado. Muchos obstáculos, la gente vagando sin rumbo. Como no había comunicación, la gente buscaba a familiares. Fueron los primeros momentos de desolación, de pánico y de desconcierto, hasta que pudimos entender lo que ocurría».

«Caminé como 10 kilómetros rumbo a Petion Ville, que es la parte más alta de la ciudad, y todo el trecho era como ir andando rumbo al Pico Duarte (la elevación más alta de República Dominicana), pero lleno de muchos más obstáculos.

«Esa misma noche comenzaron las réplicas que todavía continúan: todo era ruinas, árboles caídos, cables en el suelo, vehículos varados y la gente desesperada, todos los que vivían estaban en la calle, buscando a sus gentes?»

Infortunadamente, esta desgracia incalculable seguirá produciendo noticias. De las más tristes.