La anima una fuerza casi sobrenatural, cimentada en la creencia de que aún en una sociedad tan vulnerable como la nuestra, con valores distorsionados, vale la pena vivir, vale la pena vivir para servir a los demás.
Cada experiencia dolorosa de su fecunda vida fue una situación de aprendizaje. Trabaja con ahínco, cada día, pues afirma que ?no quiero morirme pensando que nuestros niños, nuestros jóvenes tienen su futuro hipotecado desde ahora?.Como el que se le presentaba a ella en el humilde caserío de Paraje Las Víboras, Departamento de Anta, donde nació casi por casualidad.
Sobreponiéndose, a duras penas, a las carencias de todo tipo, que su padre, obrero en los aserraderos de la zona, no podía solventar con su mísero salario. Trabajó duro desde pequeña y recuerda?éramos muchos, desde muy chiquita me di cuenta que me gustaba hacer muchas cosas a pesar de no tener nada, tejía con plumas de gallina, me las ingeniaba para poder encontrar una revista que aparecía por ahí muy de vez en cuando y quería deletrear, a los seis años leía sin haber ido a la escuela, por mi padre que me enseñaba?
Las libretas escolares colmadas de excelentes notas y el premio de portar la bandera por ser la mejor alumna, arrojan alguna tibia luz sobre el recuerdo brumoso, incomprensible, de una madre ausente frente a sus necesidades intelectuales y sus logros.?Fui muy buena alumna, fui abanderada. Sufrí mucho porque mi madre no me acompañaba en eso, porque yo llevaba mis libretas llenas de diez y un montón de cosas y a mi madre no le llegaba, quizás porque no le daba valor. La escuela siempre fue todo para mí?reflexiona.Esa íntima convicción y su inquebrantable optimismo la llevaron a trabajar como empleada doméstica desde los nueve años, ya en Salta, donde se había trasladado su familia, para poder costearse sus estudios. Los últimos años de la primaria, luego el bachiller y finalmente sus estudios de maestra de grado.?Mi madre nunca estuvo de acuerdo con la escuela, tenía esas ideas conservadoras-asegura, sin una pizca de condescendencia-que la mujer tenía que ser de la casa, cocinar y hacer esas cosas siempre sometida. Yo desde muy pequeña me daba cuenta que eso no era lo ideal, siempre luché para poder estudiar, limpiaba pisos, cuidaba niños, estudiaba cinco minutos, me iba a la escuela y me sacaba diez???Desde la primaria me pagué todo-enfatiza-no sé lo que es pedirle a mi viejo un par de zapatos, ni ropa ni nada, porque yo trabajaba para comprarme los útiles, los zapatos, el delantal y todo, para todo el año?
Elena sobrelleva la herida abierta de haber padecido la vulneración a sus más elementales derechos humanos cuando de niña se vio obligada a servir como empleada doméstica. Y aún así continuó destacándose entre los mejores alumnos/as y estudiando con libros prestados. Luego de varios intentos frustrados por conseguir trabajo en la actividad privada, sufriendo la discriminación o el acoso, decidió ser maestra, aunque su sueño hubiera sido estudiar abogacía.
Adolescente aún, se hizo cargo de la escuelita de Trigo Huayco, a ocho o nueve horas a lomo de mula desde el pueblo cabecera de Santa Victoria Oeste.?De repente fui, maestra, directora, cocinera y mamá de ciento cinco niños?recuerda.
Ya casada, la titularidad para trabajar en la escuelita de la localidad de Acoyte, significó un inesperado regalo. Su primer embarazo que le impedía transitar esa escabrosa geografía, la llevó a la Escuela de Frontera 2 de Santa Victoria Oeste.. Pero Elena siempre amó los cerros y el campo y obtuvo la permuta para dar clases en la que era una escuela rancho del paraje Papa Chacra, a la que asistía montada a lomo de mula junto a su pequeño hijo.
Supo que molestaba a ciertos sectores ya en Nazareno, años después, cuando se desempeñaba como directora de escuela, por su tarea alfabetizadota que había extendido a toda la gente del lugar y porque su trabajo docente en los múltiples roles, le permitía organizar a la sociedad en todas sus relaciones cotidianas.
La trasladaron hace ocho años, a Pascha Departamento de Rosario de Lerma.?Me trasladan, pero como para meterme dentro de un mundo donde no se sabe nada, como queriendo tapar a la gente que habla y expresa sus ideas,?subraya.?Me trajeron aquí, pero acá estoy haciendo un montón de cosas, se equivocaron totalmente, de una escuela rancho que hay acá, se pueden construir tantas cosas??
A tres mil metros de altura, en medio de la cordillera y el silencio, su prodigiosa fuerza construye día a día hacia el futuro, sin hipotecas, una sociedad con solidaridad, respeto, dignidad y justicia.
Elena titubeó entre quedarse o marcharse el primer día, cuando llegó a Pascha. Una escuela rancho sin acceso vehicular. Y luego de décadas en que sólo hombres se habían sucedido en la dirección del establecimiento. Recuerda que un lugareño le expresó?directora, si antes siempre hubo hombres y nunca hicieron la escuela, usted no lo va a poder hacer, usted es mujer?
Con el tiempo, Elena logró que una empresa que coloca y mantiene las torres de alta tensión en la zona, donara combustible y horas de trabajo para abrir parte del camino. El resto se realizó a pico y pala con gente de los Planes Trabajar del Municipio de Campo Quijano. Luchó contra la burocracia de muchos funcionarios hasta concretar la construcción de un albergue, para los niños/as, con cuchetas y sanitarios, financiados por el Plan Social Nacional.(2)
Dotó a la escuelita de agua corriente con una instalación que trae agua desde el río y a través de un proyecto, lleva adelante, junto a los niños, un vivero para producir verduras. Pintó paredes de adobe y muebles muy precarios y tapizó el techo con madera de cardón para que las alimañas no aniden en la paja.
Espera cambiar el piso de tierra y contar con calefacción para aliviar en algo, el rigor de las temperaturas en invierno. Afirma que la relación con los niños ?es una belleza, porque cuando los conocí los llamé, ?la cultura del silencio,?pero aprendí a descifrar en cada mirada, en sus rostros que me gritan cosas?Los gritos del silencio de Pascha, un rincón ignorado de nuestra provincia, al que Elena le puso luz, fuerza y cariño.
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(1) Pascha, Paz en la lengua de los Incas, es un pequeño paraje del Departamento Rosario de Lerma .Dista a casi una hora de ómnibus o auto, desde la ciudad de Salta por la ruta 51 hasta el paraje de Lampasar. Desde allí, se llega en un vehículo apropiado todo terreno, en aproximadamente dos horas y media de viaje. Las alternativas son, cuatro horas a lomo de mula o seis horas a pie .Luego de subir a 3800mts de altura, en la Cordillera, se desciende hasta los 3000 mts de altura, donde está enclavada Pascha. Allí viven diez familias, que según se cree, pueden ser descendientes de la cultura inca. Subsisten, merced a la cría de ganado caprino, a la siembra de papas, arvejas y la artesanía. Actualmente a la escuelita de Pascha, concurren 18 niños/as: 11 varones y 7 mujeres.
(2) Hay testimonios de que, en alguna oportunidad, Elena Burgos entró brincando, por la ventana de los despachos de los funcionarios, ante la negativa cerrada de éstos para recibirla.
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