Queridas amigas:
Regresé en la madrugada de hoy de Haití; todo lo que pueda contar es poco. El olor a muerte nubla la razón, los miles de cuerpos atrapados y llorando debajo de los escombros te hacen sentir una migaja, las personas parecen mirar a otro mundo, sus ojos parecen relámpagos que huyen del horror.
Las gentes son caminantes que van y vienen sin rumbo, deambulantes que cargan dolor y miseria, deambulantes que cargan sueños en ruinas. La gente camina, camina, camina?es como si al caminar se liberaran de la tragedia.
Las calles están llenas de cadáveres en descomposición. Ayer en la tarde decidieron enterrar a sus muertos en fosas comunes; es probable que, pidiendo perdón a sus dioses, diosas y ancestros, decidieran sobrevivir al terremoto de los olores y enterrar a los suyos en fosas comunes.
Las personas han construido improvisados campamentos en cada espacio que la tragedia haya dejado libre: en plazas parques, calles, solares vacíos, aun en las poquísimas estructuras que quedan levantadas. La gente no entra a ellas; estar bajo algún techo genera temor, inseguridad, miedo, pues aun la tierra sigue danzando, reacomodando sus placas, cerrando su ciclo.
Todavía ayer no llegaba asistencia médica a los campamentos, y en las calles las personas intentaban curar sus heridas y alargar la muerte mediante lo único que tenían a mano: la espera.
La deshidratación marca la piel, pues su único techo es el sol. Por suerte la lluvia ha contenido sus lágrimas y a la caída del sol las personas podían tirarse al suelo, arropados con su dolor.
Las caras lánguidas por el hambre y la sed, mermaban las energías y mostraban un cuadro de tranquila agonía. El lugar de reposo es también el mismo lugar para hacer las necesidades fisiológicas.
Amigas, el llanto debajo de los escombros y el llanto por las heridas, por los golpes, por los muertos; el llanto por la cuasi vida es imposible borrarlo, es imposible dejar de escucharlo. Hoy, en medio de reuniones, he intentado poner oídos sordos a esos llantos, pero siguen ahí.
Decidí buscar a nuestras amigas, a Lise, a Colette, Ann Marie, a Miriam, a Nikette, a Susy, a Magui, a Olga y a otras, y fui a visitar sus oficinas; algunas estaban convertidas en polvo, otras semi destruidas, y no
encontré a ninguna.
Una persona me informó que Ann Marie murió; lloré, lloré, lloré y seguí.
No solo las personas, también la infraestructura del Estado sucumbió: Palacio Presidencial, Ministerio de Economía y Finanzas, Ministerio de Educación, Ministerio de Salud, Ministerio Publico, Ministerio del Interior, Obras Publicas, Fuerzas Armadas, Edificio de Impuestos Internos, hospitales; en fin, el Estado no existe.
La ayuda es lenta, porque no hay con quién coordinar: el aeropuerto no tiene torre de control, no tienen espacio para que lleguen más aviones, no hay luz para trabajar en la noche. Naciones Unidas abrió un puente aéreo, pero no es suficiente.
Las organizaciones de sociedad civil constituimos una Comisión Binacional para intentar crear una plataforma en Haití que pueda ser receptora de la ayuda, estamos haciendo intentos por infundirles un poco de fuerza a las amigas y amigos que no partieron para que estructuremos una coordinación. Tomará un poco de tiempo, pero vamos a lograrlo; las haitianas y haitianos son de una fuerza especial y se van reponer.
Amigas, en este momento la solidaridad es el único aliciente, la solidaridad es la única fuerza que logrará contener el dolor y hacer que nuestras hermanas haitianas sientan emoción de mirar el futuro.
Un abrazo a todas
Sergia
Santo Domingo
15 de enero 2010
Carta de Sergia Galván a las compañeras feministas de América Latina y el Caribe.