Fue el brazo ejecutor del régimen de terror cívico-militar que se instaló en la Argentina para instaurar un modelo económico neoliberal que destruyó la estructura social del país. Tenía tres condenas y una docena de procesos en marcha. Nunca aportó datos sobre el destino de los desaparecidos.
Con tres condenas por delitos de lesa humanidad y en una celda común del penal de Marcos Paz. Así murió ayer el dictador Jorge Rafael Videla, el último sobreviviente de la Junta Militar que el 24 de marzo de 1976 dio inicio a la más feroz represión del Cono Sur con la que se instauró en la Argentina un régimen económico neoliberal que destruyó a las organizaciones populares y fomentó un modelo social basado en el terror.
La noticia de su muerte comenzó a circular desde temprano y fue confirmada más tarde por el Servicio Penitenciario Federal. «Se lo encontró en su celda sin pulso ni reacción pupilar», señaló en un comunicado y confirmó el fallecimiento de manera natural, en su celda del Módulo 4 del Complejo Penitenciario Federal Nº 2 de Marcos Paz, a las 8:25 de ayer.
La causa por su muerte recayó en el juez federal 3 de Morón, Juan Pablo Salas, quien dispuso que se practique la autopsia en la Morgue Judicial del Cuerpo Médico Forense de la Capital Federal, una práctica rutinaria en las muertes que ocurren en unidades penitenciarias.
La muerte del dictador (de 87 años) se produjo apenas tres días después de que declarara como imputado en el juicio oral que se le sigue por los crímenes del Plan Cóndor, donde ya se lo había visto desmejorado y con dificultad para caminar (ver aparte).
La repercusión de su fallecimiento se dio de manera inmediata entre los organismos de Derechos Humanos, las organizaciones sociales, la dirigencia política y los funcionarios del gobierno nacional.
Una de las primeras en referirse al tema en las redes sociales fue la militante Cecilia Pando, quien confirmó la noticia y pidió para él «justicia divina», aunque muchas veces cuestionara la justicia terrestre, esa que lo llevó a estar preso y condenado.
Jorge Rafael Videla nació en la localidad bonaerense de Mercedes el 2 de agosto del año l925. Su madre fue María Olga Redondo y su padre Rafael Eugenio, también militar, quien llegó a ser jefe del Regimiento de Mercedes e interventor militar de la localidad con el golpe de Estado de 1943, una herencia de la que Videla no se alejaría.
A sus 17 años, el joven Jorge Rafael ingresó como cadete al Colegio Militar, en 1942, donde comenzaría una carrera que le permitiría llegar al máximo grado militar como teniente general y nombrado por la presidenta María Estela Martínez de Perón como Jefe del Ejército.
Siguiendo la doctrina francesa de «guerra antisubversiva», la dictadura persiguió, secuestró, torturó y despreció a quienes consideraba opositores políticos así como a cualquiera que no cumpliera con sus ideales occidental y cristiano.
«Frente al desaparecido en tanto esté como tal, es una incógnita», dijo Videla en una recordada conferencia de prensa en 1979, cuando a pesar de la clandestinidad de la represión, la dictadura recibía cuestionamientos internos y externos por las violaciones a los Derechos Humanos. «Un desaparecido no tiene entidad, no está… ni muerto ni vivo, está desaparecido», definió con frialdad (ver pag 13).
Sin embargo, sólo cumplió cinco años de esa condena gracias a que en 1990 el entonces presidente Carlos Menem lo indultó para «pacificar» al país. Recién en 2010, cuando la Corte Suprema dictaminó la inconstitucionalidad de esos indultos, la condena del juicio a las juntas volvió a quedar firme.
Los aires de impunidad no le durarían mucho tiempo. Seis años después de quedar libre, en 1996 Abuelas inició la causa por el Plan Sistemático de Robo de Bebés, uno de los crímenes que no habían sido incluidos en las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Por esa denuncia, en 1998 volvió a prisión, aunque sólo por unas semanas hasta que le dictaron el beneficio de la prisión domiciliaria en su departamento de la Avenida Cabildo en el barrio de Belgrano.
Con su muerte, el genocida Videla resultará sobreseído en las numerosas causas que tenía pendientes, pero jamás evitará la condena de la historia, esa que hizo que ayer, al conocerse la noticia, apenas un puñado de personas haya sentido pena por él. «