Reflexiones

EL DILEMA EXISTENCIAL DE NUESTRA ERA

Entre el Miedo Deshumanizante y el Amor Fundante
La condición humana contemporánea se debate en una encrucijada profunda, definida por una paradoja dolorosa: mientras la tecnología nos acerca como nunca, una epidemia de deshumanización nos fractura.

Imagen : Istock/Christian Pérez/ Muy Interesante

Como señaló León Tolstoi con agudeza perdurable «Si sientes dolor, estás vivo, pero si sientes el dolor de los demás, eres humano».

Este segundo nivel – la capacidad empática de sentir-con el otro – parece atrofiarse en el cuerpo social global. Vivimos inmersos en burbujas digitales y existenciales, anestesiados ante el sufrimiento ajeno, ya sea el hambre en Argentina, el desplazamiento forzado en Medio Oriente o la angustia solitaria del vecino.

Este déficit de empatía no es un accidente, sino el síntoma de una fuerza corrosiva que Aldous Huxley identificó con precisión: el miedo.

Huxley advirtió que «el amor ahuyenta al miedo y, recíprocamente, el miedo ahuyenta al amor».
Esta dinámica es el núcleo de nuestra crisis. El miedo contemporáneo – al colapso económico, a la violencia, al «otro» político o cultural, al futuro incierto – no se contenta con erosionar la confianza; es un agente activo de deshumanización.

Como Huxley profundizó, el miedo «expulsa no sólo al amor; también a la inteligencia, la bondad, todo pensamiento de belleza y verdad… y al final, llega a expulsar del hombre la humanidad misma». Nos reduce al instinto básico de supervivencia, al «sálvese quien pueda», aniquilando la compasión y el pensamiento crítico (nos gobierna el cerebro reptil).

Esta regresión explica las respuestas polarizadas ante los desafíos globales (la crisis climática, la desigualdad galopante, los conflictos bélicos), ilustradas por el antiguo proverbio chino: «Cuando soplan los vientos del cambio, algunas personas construyen muros, otras construyen molinos».

La opción dominante hoy parece ser la del muro: barreras físicas y mentales, nacionalismos excluyentes, discursos de odio que buscan aislar y dividir, alimentados precisamente por ese miedo que Huxley denunció.

Esta tendencia a la rigidez, al refugio en lo conocido (aunque sea injusto o insostenible), choca frontalmente con una ley vital esencial formulada por Friedrich Nietzsche: «La serpiente que no puede mudar su piel muere. Del mismo modo, las mentes que no pueden cambiar de opinión dejan de ser mentes».

Los sistemas políticos, económicos y sociales que perpetúan el miedo y la desigualdad subsisten, como notó una reflexión sobre Nietzsche, porque «los sistemas se sostienen porque la gente obedece sin pensar».

Aristóteles corroboró este fenómeno al observar que «la multitud obedece más a la necesidad que a la razón, y a los castigos más que al honor».
La inercia, el miedo al cambio y la obediencia acrítica son el combustible que mantiene vivos los paradigmas deshumanizantes.
Negarse a «mudar la piel mental», a cuestionar y pensar de forma autónoma, es condenarse a la muerte espiritual y colectiva.

Frente a este panorama aparentemente desolador, surge una alternativa radical, un camino no de reacción sino de creación, propuesto por Albert Einstein: «Si un día tienes que elegir entre el mundo y el amor. Recuerda: Si eliges el mundo quedarás sin amor, pero si eliges el amor conquistaras el mundo».

Esta elección no es ingenua ni sentimental. Elegir el «mundo» aquí significa aceptar el statu quo regido por el miedo, la competencia despiadada y la desconfianza, lo que inevitablemente conduce a la pérdida del amor en su sentido más amplio: solidaridad, conexión genuina, compasión.

Elegir el «amor», en cambio, es optar por la fuerza transformadora que nace de reconocer nuestra interdependencia y actuar desde la empatía que Tolstoi reivindicó. Es la energía que mueve a los constructores de «molinos», aquellos que ven en el viento del cambio no una amenaza, sino la posibilidad de generar algo nuevo y mejor.