El “Padre Felipe” fue detenido el 6 de octubre en la provincia de Tucumán, en el marco de la causa que investiga abusos sexuales cometidos contra varios menores de edad que estudiaron el noviciado en Puerto Santa Cruz, entre los años 2009 y 2012.
Desde su captura, Nicolás Parma está procesado con prisión preventiva por los delitos de “abuso simple doblemente agravado en concurso real con abuso gravemente ultrajante doblemente agravado en concurso real con corrupción de menores agravada” y se le imputan tres hechos, los dos primeros con la modalidad de delito continuado.
La jueza de Puerto Santa Cruz, Noelia Ursino, tuvo el expediente en julio de 2017, luego de que la Justicia de Salta decidiera que la competencia del caso era santacruceña, esto porque la primera de las víctimas que denunció al pederasta, lo hizo en su provincia natal.
Sucede que en esa provincia, el sacerdote Agustín Rosa, también denunciado por abusar de chicos, fundó la congregación Hijos de San Juan Bautista, de donde proviene Parma y fue en la expansión de ese culto católico que, en 2009, lo enviaron a Puerto Santa Cruz para abrir una de las tantas casas que poseen en el país, pero también en Chile y México.
En noviembre del año pasado, el cura apeló su procesamiento con prisión preventiva, pero el Juzgado de Recursos no sólo se lo denegó, sino que además ratificó a Ursino al frente de la causa, ya que el sacerdote la había recusado.
Durante toda la instrucción, numerosos testigos se presentaron a declarar, entre ellos las propias víctimas, sobre todo Yair Gyurkovits, el joven que en 2016 abrió la caja de Pandora de la iglesia Exaltación de la Cruz, y otro joven de Buenos Aires, en tanto que también se escuchó la palabra de algunos muchachos sindicados también como presuntas víctimas, pero que no habían denunciado a Parma.
Los relatos hablan de empujones, maltrato verbal y ataques sexuales que a veces eran contra dos o más chicos a la vez, a los que amenazaba con expulsarlos de la congregación. Incluso dos de los testimonios más importantes, que sirvieron para conocer la identidad de las otras víctimas, advierten que en más de una oportunidad quisieron suicidarse por la violencia a la que los sometió el sacerdote.
Al momento de los abusos, los adolescentes tenían entre 13 y 16 años y convivían solos con Parma, un hombre que gozaba de buena imagen dentro de la comunidad santacruceña, hasta que se fue en el año 2012. Actualmente, su nombre aparece en la lista de más de sesenta eclesiásticos abusadores.