A los ochenta años siente que aún hay cosas de la vida que la sublevan, pero se reconoce ?como una cultivadora del amor en todo sentido: amor en la familia, el amor paterno, materno, el amor de los amigos?Porque?si se pierde el amor, se pierde la esencia de la vida?.
Espléndido compromiso para quien ni siquiera pudo concluir el sexto grado de la primaria de entonces. El mandato familiar establecía que la mujer tenía que aprender a atender la casa.. Si sabía leer y escribir ya era suficiente. Por eso, ella solo llegó hasta quinto grado en la escuela Antonino Cornejo de Campo Santo.
Sufrió en silencio, desde los dos años, la ausencia de su madre a quién no llegó a conocer.?Porque mi madre me abandonó muy chiquita, se fue por necesidades-asegura-por esas cosas. Mi padre cuando me casé, me dijo que yo no juzgara a mi madre porque mi madre fue una excelente persona?
Al lado de su padre y, bajo el férreo control de su abuela, aprendió a trabajar duro, tal cual lo hace hasta el día de hoy. Juntar tomates, pimientos, lavar ropa, cocinar, eran las tareas que tenía que ?sacar?antes de ir a la escuela. Recuerda que, a los catorce años, se levantaba bien al alba para picar y derretir grasa de cerdo a fin de manufacturar los embutidos para consumo familiar y para la venta. Describe la relación con su padre como afectuosa, respetuosa, pero sin comunicación?era terco, pero la que manejaba era la abuela, las tías, él no se metía??siempre fui retraída, no sé cómo le llaman ahora, si me hablaban, contestaba, si no, no, pero muchas veces tenía miedo, porque si me reía fuerte me caía una cachetada, en esa época era así?.
Su padre, un inmigrante español, explotaba un pequeño hotel, administraba la peluquería ? La Unión ?de Campo Santo y trabajaba la tierra.?Mi papá vino en el barco de España-recuerda-y se ganaba la vida cortando el pelo en el barco??Ellos eran tres hermanos muy unidos que se turnaban mucho. Mi papá era como el jefe, el que llevaba todo el control. Usted sabe que, en ese tiempo muy preparados no eran, aprendían lo justo, a leer y escribir y mi papá tenía, parece, un poco más de preparación y era el que hacía los números, llevaba las cuentas y todo eso?
Allí se producía palta, chirimoya, citrus, berenjenas, tomates, zapallitos, pimientos, que ella aprendió rápidamente a ?encanastar?o clasificar como ?lo chiquito, la flor y lo mediano? .Lo chiquito para vender en el pueblo, la flor para Buenos Aires y lo mediano para Salta.
Fue su padre quien, solemnemente, le habló, en vísperas de su boda con un joven huésped frecuente del hotel, acerca de sus deberes conyugales. Esposa fiel, respetuosa, seguir al marido donde éste fuera y unión matrimonial para siempre, ocurriera lo que ocurriera, fue la consigna. Y, por única vez, padre e hija, hablaron casi con amor, de la madre que partió un día para no regresar jamás.
Muy joven, recién casada se estableció en Finca El Prado donde aún reside. ?Mi marido comenzó como obrero-comenta-?y de no tener nada llegamos a ser propietarios de más de quinientas hectáreas, pero todo fue a fuerza de mucho pulmón, de mucho trabajo, de mucho sacrificio?.? Yo vendía pollos, gallinas, tenía incubadoras, sacaba de ciento cincuenta a doscientos pollitos y de noche cuidaba la incubadora, bueno, yo siempre, gracias a Dios pude trabajar bien?afirma.
Luchó denodadamente para vencer prejuicios y la enorme resistencia de su cónyuge, para obtener un préstamo en dinero por parte de éste a fin de comenzar a producir verduras por su propia cuenta. Logrado con creces su objetivo, no solo pudo devolver peso a peso el dinero prestado sino que, obtuvo su puesto en el Mercado Central de la ciudad y pudo enviar vagones repletos de cebollas y ajos hacia Bolivia. Por entonces, era gerenta, moza, cocinera y administradora de una hostería en Rosario de Lerma.
Sacrificada e incansable, trabajaba a la par de los obreros sembrando, cosechando y con el agua hasta las rodillas cuando debía lavar las verduras en la acequia. El manejo del dinero en la pareja,- el matrimonio- como le gusta denominarlo, se dio con mucho respeto. Si yo le prestaba él me devolvía. Si él me daba, yo le devolvía a él, pero él mantenía la casa, O sea que nosotros nunca hemos tenido eso de esto es tuyo, esto es mío .El quería que yo ganara para que me sienta bien. La meta era hacer estudiar a los hijos, entonces hicimos estudiar a los chicos con el dinero de los dos?.
Muerto su esposo a una edad temprana, llevó adelante, sola, las pesadas tareas de un tambo,? me iba a las tres de la mañana de mi casa, yo me divertía sola-rememora-iba corriendo haciendo ejercicios, o iba rezando el rosario, yo salía a pillar el caballo y me iba a traer las vacas,? mientras, continuaba dando viandas en algún local de la ciudad para pagar los estudios de aquellos hijos que aún no se habían recibido.
A sus ochenta años, Dolores ríe con risa adolescente y dice que es feliz. Aún cuando sufrió varias estafas, que la llevaron de ser propietaria de quinientas hectáreas de tierra, a tener que trabajar para subsistir .Dolores ríe y su risa, convierte los sitios por donde se desplaza, en espacios de dulces aromas y luz.
Su curiosidad por la cocina la llevó de niña, a husmear y aprehender los secretos de la cocina árabe, la española, la italiana y la criolla que sus manos mágicas transformaron siempre en exquisitos manjares. En algún momento instaló en Finca El Prado, el comedor ?Doña Lola?que llegó a ser una institución El precioso trabajo artesanal de sus empanadas son una invitación al deleite.
Hubiera querido conocer España y El Vaticano, pero se siente feliz, porque, aunque ella no lo declare, es el centro por donde gira toda una familia unida, donde hijos/as, nietos/as y bisnietos/as, le profesan el mismo amor y respeto. Y porque el éxito de su nuevo emprendimiento gastronómico en ? La Casona del Sur? la confirma como una de las mejores cocineras del noroeste argentino.
Hoy, espera que sus nietas Ana Verónica y Gabriela, se abran paso como pequeñas empresarias en el negocio. Mientras tanto, sus prodigiosas manos seguirán amasando sueños aromados de amor y alegría.
————————————————————————————
(1) Finca El Prado es una zona rural conformada por varios Barrios, perteneciente al Departamento Capital distante a 6 y 1/2kilómetros del centro de la ciudad. Debe su nombre a que hace varias décadas existió una finca muy conocida que llegó a tener 512 hectáreas de extensión, llamada, precisamente Finca El Prado, donde se producía tabaco, algo de verduras y maíz. Con el tiempo se realizaron loteos que dieron nacimiento a varios barrios situados en la zona, que continúa llamándose con el nombre original de la finca. Actualmente, se produce sólo tabaco. Se accede a esta zona a través de la Ruta Nacional Nº 51, Camino a Campo Quijano.
FOTO: www.inta.gov.ar