Cuba: Violencia y masculinidad, mirar detrás del lente

La Habana, junio.- Las discusiones en torno a las relaciones entre hombres y mujeres deben profundizar en cómo se construyen las masculinidades y sus efectos, coincidieron los invitados al panel Género, violencia y masculinidad, que sesionó a mediados de mayo en la sede de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), en La Habana.

Magda González Grau, realizadora de audiovisuales y vicepresidenta de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC); Joel del Río, periodista y crítico de cine; y Abel Sierra Madero, historiador e investigador; con la conducción de Danae Diéguez, profesora del Instituto Superior de Arte, evaluaron cuatro cortos de ficción en el contexto del encuentro «Cine Pobre de Humberto Solás en Cinemateca», realizado este mes en La Habana.

Alina, 6 años; A la hora de la sopa; Tacones cercanos y Filiberto, todos dirigidos por mujeres, fueron los audiovisuales, materia prima para una polémica que partió de la interrogante de si el cine ha legitimado la violencia de género o, simplemente, es reflejo de una realidad que acompaña a la vida cotidiana.

Desde ese punto, los debates se extendieron hacia los entresijos del tratamiento de temas como la diversidad sexual, el maltrato silencioso, el abuso infantil, entre otros conflictos. Los especialistas coincidieron en que resulta injusto responsabilizar sólo a los medios audiovisuales del mal tratamiento de esos asuntos.

«Los medios de comunicación son reflejo de la inevitable subjetividad de sus realizadores y, sobre todo, de lo que acontece en nuestra cotidianidad», advirtió Joel del Río.

Para Diéguez, moderadora de la mesa, el género es un área política, de identidad, de derechos humanos y, por encima de las diferencias entre géneros o entre individuos, debe prevalecer el respeto incondicional a la inviolable dignidad de la persona.

La violencia que no se ve

Sin dudas, fue la violencia en sus múltiples manifestaciones uno de los hilos conductores de la cita, esta vez con la particularidad de que en dos de los materiales a debate fueron hombres los sujetos del maltrato.

«Los hombres no solo son victimarios, en ocasiones también son víctimas de la tradición, de las normas sociales», apuntó Diéguez.

A la hora de la sopa, una propuesta de Grethel Medina y Filiberto, de Julia Amanda García, a partir del empleo de diferentes recursos cinematográficos, recrean la reacción de dos hombres frente al maltrato sostenido y silencioso.

«Esa violencia soterrada, que va minando todo, es peor que la física. Y es la que más abunda», opinó González Grau, que ya se había acercado al tema en su teleplay Obsena intimidad.

La opinión de la realizadora entronca con la realidad cubana actual. Aunque las estadísticas sobre violencia intrafamiliar disponibles en Cuba no son abundantes ni generalizadoras, permiten confirmar que la violencia psicológica y la emocional son predominantes. También indican que son las mujeres y las niñas las principales víctimas.

Una investigación del Grupo de Estudios sobre Familia, del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS), del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (CITMA), confirmó que en el contexto cubano la violencia psicológica «parece ser la más abundante y frecuente».

Ese estudio, realizado en 2006 por un colectivo de autores, fue titulado Violencia intrafamiliar en Cuba. Aproximaciones a su caracterización y recomendaciones a la política social, e incluyó entre las expresiones de violencia psicológica los «gritos, amenazas, humillaciones, ofensas, chantajes, desvalorizaciones»; pero también las «prohibiciones, intimidaciones, imposiciones».

Entre las consecuencias a largo plazo de este tipo de agresión están la desmoralización de las víctimas, subvaloración de sus capacidades e incluso, sobre todo entre los más jóvenes, la persona puede llegar a convertirse en un ser pasivo, incapaz de emprender proyectos propios, coinciden expertos.

Para Sierra, Filiberto, en particular, «es una evidencia de la masculinidad autoflagelada», aunque los tres panelistas coincidieron en que, al final del corto, cuando el protagonista rompe su relación con la mujer que lo presiona y se escapa con un circo, es un «acto liberador».

En tanto, A la hora… confirma un hecho muchas veces apuntado en la literatura científica sobre violencia: el maltrato genera maltrato «y puede convertirse en un búmeran», aseveró Sierra.

A propósito del cine pobre

El Festival de Cine Pobre, nacido a instancias del conocido director de cine ya fallecido Humberto Solás, tuvo su primera edición en el año 2003 en Gibara, en la oriental provincia de Holguín. Desde entonces se realiza cada año y promueve el uso de las nuevas tecnologías en la producción de obras cinematográficas de bajo presupuesto, pero de alta calidad estética y artística.

«A un Cine Pobre, o invisible, o marginal, o contracorriente, deberá acompañarle un sistemático cuerpo teórico-crítico que se enfrente a la bien remunerada literatura cinematográfica de la élite», escribió Solás, director de cintas antológicas del cine hispanoamericano como Lucía (1968).

La cita de Gibara intenta estimular también la producción de un audiovisual comprometido con los problemas sociales, culturales, medioambientales y de las pequeñas comunidades.

En ese camino, la ciudad de Cienfuegos, al centro de Cuba, ha sido la sede de dos muestras temáticas realizadas en 2008 y 2009 y este año, del 14 al 18 de mayo, la UNEAC acogió el programa para Ciudad de La Habana, en el contexto del jubileo por los 50 años de la Cinemateca de Cuba.

«Estos encuentros tienen la virtud de intentar establecer una conexión entre el mundo del pensamiento, de las ciencias sociales en Cuba, y el mundo de la realización», comentó a Diéguez a SEMlac.

Diéguez precisó que se trata de «incentivar la creación evitando los estereotipos que aparecen en relación con lo que significa ser hombre o mujer».

Durante el encuentro de este mayo, panelistas y público coincidieron en la necesidad de promocionar más las obras del cine pobre en la capital y no dejar que se queden sólo en Gibara. Primero, por el placer estético que ofrecen, pero también porque se convierten en una excelente manera de «alfabetizar en asuntos de género».