La Habana, noviembre.- Un auditorio abrumadoramente femenino, muchas caras jóvenes, pocos hombres comprometidos, un mar de asientos vacíos? los ecos de la violencia hacia las mujeres en Cuba encuentran tropiezos a la hora de pretender salir de los espacios académicos y la conmemoración de fechas como el Día internacional contra la violencia de género.
El Aula Magna de la Universidad de La Habana (UH) acogió a escasos interesados en el acto central por el día que recuerda el asesinato de las hermanas Mirabal, tres dominicanas que lucharon contra la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo.
Tras el triunfo de la revolución cubana, las mujeres se incorporaron a la esfera pública y gozan de igualdades de derecho, pero los maltratos y agresiones de la cultura patriarcal persisten, sobre todo en las sutilezas de los controles y las presiones psicológicas.
«La violencia de género es una epidemia silenciosa, dicen algunos, nosotras pensamos que es silenciada», enfatizó la doctora cubana Clotilde Proveyer, miembro de la Cátedra de la Mujer de la Universidad de La Habana, en una declaración por la fecha.
Hace 15 años se iniciaron las investigaciones sobre este problema social en el país y numerosos avances se han obtenido, pero «no podemos conformarnos», insistió la especialista, «sólo hemos descubierto la punta del iceberg».
El feminicidio en Cuba se distancia de los indicadores que muestran otras naciones, incluso de la región latinoamericana, pero la violencia psicológica y económica hacia la mujer se asume con naturalidad entre la población de la isla caribeña, aseguró un panel de expertas que, como cada año, reúne la mencionada Cátedra de la UH para actualizar sobre las más recientes investigaciones.
Si bien la academia cubana carece de estudios del país sobre la violencia de género, que detecten problemas generalizables y cifras estadísticas, algunos esfuerzos, sobre todo de universidades, señalan nuevos retos, comportamientos, tabúes y mitos persistentes.
Las agresiones hacia las mujeres transitan por otras percepciones, se presentan en nuevos sectores de la sociedad, se reproducen a través de criterios arcaicos y movilizan profundas marcas y dolores.
El hogar, sin la imagen de acogida y bienestar, figura como escenario principal de los maltratos hacia ellas, sus silencios y culpas.
De puertas hacia adentro
Los maltratadores gozan de una imagen pública respetable y desatan su violencia contra la mujer en la casa: este comportamiento tradicional se repite, de acuerdo con los resultados de un estudio (2005-2008) de la doctora Dunia Ferrer, de la Universidad Central de Las Villas, a unos 250 kilómetros al este de la capital cubana.
Esta iniciativa implicó a 150 parejas cubanas de cinco provincias de la isla caribeña: Villa Clara, Sancti Spíritus, Ciego de Ávila, Cienfuegos y Camagüey, para analizar los principales problemas asociados a la violencia de género y «proponer un entrenamiento en comunicación para disminuir este comportamiento», dijo Ferrer a SEMlac en exclusiva.
En Cuba se pensaba que estos comportamientos abundaban en los hogares con menos preparación cultural y de raza negra o mestiza. La especialista encontró altos índices de agresividad en parejas blancas y de profesionales, pero la diferencia estaba en la sutileza: se impone la violencia psicológica.
Las conductas más frecuentes fueron la negación de la palabra en vez de dialogar para solucionar los conflictos, discusiones constantes, impedir las salidas y entradas, cuestionar y preguntar con quién se relaciona la pareja.
Aunque también encarnaron actitudes de victimarias, las mujeres continúan siendo las más afectadas de cara a estas situaciones: en el 45 por ciento de los casos de maltrato físico, la esposa resultó agredida.
Las raíces de la violencia zanjan la cultura y la tendencia más escabrosa radica en asumir como naturales situaciones de intensa agresividad. El 60 por ciento de las personas implicadas en la investigación calificó de normales las discusiones y las presiones ejercidas sobre la vida y la independencia del compañero o la compañera sentimental.
Incluso, las mujeres violentadas continúan justificando a los victimarios, suelen mantener el vínculo amoroso y asumen toda la culpa. La permanencia de criterios como que el respeto es igual a la sumisión absoluta o los roles tradicionales, atribuidos al hombre y la mujer, limitan el entendimiento familiar y la armonía.
Desde la autenticidad de una experiencia vivida, la socióloga Niurka Pérez llamó la atención sobre la violencia ejercida por los hijos varones hacia sus madres. Un caso «mucho más doloroso» y difícil de solucionar, pero que debe denunciarse y visibilizarse en todos los espacios, para que no se reproduzcan estos comportamientos lamentables, insistió.
Por su parte, la investigadora Josefina Alonso apuntó sobre la representación de la violencia hacia la mujer en la televisión cubana, un medio que transmite una imagen «devaluada y maltratada» de ella. Alonso analizó los programas dramatizados para adultos, emitidos por el canal estatal Cubavisión, y en todos detectó violencia de género, sobre todo la psicológica.
La TV significa, en la actualidad, el medio de comunicación más popular, y está demostrado, científicamente, que, mientras más violencia se represente en los espacios televisados, mayor será su reproducción en la sociedad.
Por esa razón, la especialista llamó a los realizadores cubanos a buscar otros recursos, sin convertir a la televisión en un aula para pintar un cuadro más variado de mujeres, disminuir los estereotipos y las escenas donde la violencia de género se presenta como algo normal.
¿Sólo de ellas?
Uno de los grandes retos en Cuba está en trabajar en el sistema y que todas las instituciones y profesionales dejen de realizar acciones en sus pequeños espacios y se integren para disminuir la violencia de género en la isla caribeña.
Pero, las metas también implican la sensibilización y capacitación de las masculinidades.
«Hombres y mujeres tenemos que caminar juntos en esta consecución de lograr una sociedad y una cultura de paz», expresó en exclusiva a SEMlac Gabriel Coderch, coordinador general del Grupo de Reflexión y Solidaridad Oscar Arnulfo Romero (OAR).
Si sólo se trabaja la prevención de la violencia y el fortalecimiento de la mujer, «¿qué vamos a ser?: una sociedad de mujeres empoderadas y de hombres, ¿de qué forma?», se preguntó el director de la mencionada organización no gubernamental. La OAR trabaja el tema de género y violencia en Cuba, de la mano de entidades comunitarias como los Talleres de Transformación Integral del Barrio (TTIB).
En ese sentido, algunas experiencias que impliquen a los hombres se han presentado en las actividades desarrolladas por todo el país, durante la Jornada Internacional contra la Violencia, que culminará a mediados de diciembre próximo.
La OAR acompaña a varios TTIB de Ciudad de La Habana y acoge un grupo de varones, «Hombres por la no violencia y la equidad», que se reconocen como violentos, socializan sus experiencias y promueven cambios para disminuir el estereotipo de masculinidades agresivas de la cultura patriarcal.
Este grupo ha trabajado con varias comunidades de la capital, en algunas de Santiago de Cuba, en el oriente del país; Villa Clara y Sancti Spíritus, en el centro. En este momento, actualizó Coderch, se han unido a otras organizaciones como CEPRODESO, de Pinar del Río, al oeste del país, y el grupo Equidad, en Santiago de Cuba.
El TTIB de Párraga, un barrio capitalino calificado de marginal, tiene un proyecto con hombres y un promotor natural, Orlando Berrío González, que fomenta una cultura de paz mediante su trabajo como barbero. Berrío dialoga con los hombres que asisten a su barbería y realiza una labor de sensibilización contra las conductas agresivas.
«Ellos tienen también sus costos con estos esquemas, en relación con el trato con los hijos, o disfrutar quizás de entregar afecto de una manera diferente», explicó la psicóloga Nubia Ferrer, al referirse a las limitaciones que el machismo les impone a los hombres.
El activismo de ellos para denunciar estos problemas e intentar cambiarlos sigue siendo minoritario, en un camino que demanda el concurso de toda la población, nunca la desidia, el desinterés o los auditorios vacíos.