La Habana, marzo .- En los carteles han ido dejando una idea de cómo ven la violencia: pelea entre amigos, malas palabras, agresión física o verbal y maltrato, entre otras variantes.
Para adolescentes de la escuela secundaria Amistad Cuba-Sudáfrica, en La Habana, llegar a esos conceptos ha implicado el aprendizaje de un fenómeno que antes solo identificaban con los golpes.
Las sesiones de sensibilización que desarrolla el Taller de Transformación Integral del Barrio (TTIB) Alamar Este, en La Habana del Este, le han permitido a ese grupo abrir los ojos y mirar desde otra perspectiva, reconocer los disfraces detrás de los cuales se esconden las diversas formas de violencia como un primer paso para cambiar esa realidad.
Surgidos en 1988 a propuesta del entonces presidente Fidel Castro, los TTIB funcionan en 20 barrios de nueve municipios de la capital cubana con diferentes grados de vulnerabilidad. Es su fin promover la transformación física, social y ambiental de las comunidades con el concurso de sus habitantes.
Alamar se encuentra unos 15 kilómetros al este del centro de La Habana y una de sus vías de acceso implica atravesar el túnel de la bahía. «Muchos hemos sentido que vivir del lado de acá es una fatalidad geográfica, hay menos acceso a muchísimas oportunidades culturales y deportivas», considera Andrea del Sol Leyva, economista, pedagoga, fundadora del taller y su especialista principal.
Así, en un espacio de 9,2 kilómetros cuadrados, en una zona del reparto de Alamar conocida como «la Siberia» por su lejanía y desolación, viven más de 39.000 habitantes -y otros miles no registrados-, procedentes de más de 53 de los 169 municipios de la isla, características que la hacen una comunidad heterogénea y compleja.
La violencia más visible se reconoce en manifestaciones públicas, incluidos incidentes en actividades festivas y bailables populares, pero muchos otros hechos solapados al interior de los hogares terminan siendo menos conocidos.
«Existe un diagnóstico del barrio que recoge las principales problemáticas: indisciplinas sociales, deterioro en las cubiertas de los edificios por falta de mantenimiento y filtraciones, mal estado de los viales y deficiente alumbrado público», explica a SEMlac Laritza Columbié, investigadora social.
A esas dificultades se suman otras carencias, no menos preocupantes: «no hay espacios de servicios gastronómicos ni recreación para jóvenes, adolescentes y adultos. La casa de cultura y el cine -que no funciona- están distantes, solo hay un gimnasio y no cubre las necesidades», agrega.
Andrea Del Sol reside en la zona desde hace 23 años: «se empezó a construir en los noventa, pero con el inicio de la crisis económica nunca se concluyó. La falta de espacios recreativos emergió como una necesidad sentida de la gente», dice.
«A partir del diagnóstico, surgieron líneas de trabajo: una de ellas es el enfrentamiento a la violencia. Lo primero fue avanzar en un proceso de sensibilización con líderes de la comunidad para darles herramientas que les permitieran visibilizar el fenómeno. También se inició, hace más de un año, un programa con adolescentes», refiere Columbié.
El grupo lo integran 35 muchachas y muchachos, entre 13 y 14 años, que cursan el octavo grado. Cada semana acuden al local del ITTB, surgido en 1998, a recibir conocimientos que los han llevado a cambios en su conducta.
Ellos no veían violencia en «dar chucho» (burlarse unos de otros), decirse «malas palabras» (obscenidades), gritarse o empujarse, solo en golpes de consideración. Hoy su percepción ha cambiado.
De acuerdo con Liudmila Alarcón, trabajadora social que atiende al grupo, sus integrantes «son capaces de identificar los tipos de violencia y las formas en que se relacionan. Por eso se dicen: `no me hables así´ o `trátame de otra manera´».
«No es obligatorio, están aquí porque quieren, y dicen sentirse cómodos con la metodología de la educación popular, que promueve el respeto al criterio de otras personas, que no deben agredirse ni burlarse cuando no estén de acuerdo con alguna opinión», sostiene.
«La escuela brinda un gran apoyo y el profesor del grupo afirma que la conducta dentro del aula ha mejorado», indica Alarcón.
Al disponer de herramientas para identificar la violencia, asegura Alarcón, adolescentes y jóvenes han podido explicarse episodios violentos que han vivido entre ellos, de los maestros hacia ellos y entre padres y maestros.
Hoy puede hablarse de transformación y crecimiento en los seres humanos, indica la especialista principal del TTIB Alamar Este, que forma parte de un proyecto de sensibilización en estos temas del no gubernamental Grupo de Reflexión y Solidaridad Oscar Arnulfo Romero (OAR).
Lo que importa es llegar
Del Sol explica a SEMlac que, «en comunidades donde viven personas de muy diversos lugares, con costumbres que entran en contradicción con las de otras personas; en edificios donde, si se pone la música o se habla un poco alto, se molesta a otros; si se arroja la basura desde el balcón perjudica a quien vive en los bajos, se dan problemas que conducen a situaciones violentas».
En las experiencias del Taller Integral de Alamar Este, cada vía es importante para difundir la necesidad de aprender a vivir sin violencia.
Mercedes Galán, investigadora, explica a SEMlac que, según avanzaban en el trabajo, se percataron de que había que ir más allá de las mujeres maltratadas. Así, de las consultas a adultos mayores y jóvenes, partió la necesidad de trabajar la violencia integralmente.
«Trabajamos en la mirada hacia la violencia en diferentes edades para saber la visión grupal y luego la socializamos. La juventud dice que le gritan y otros explican que esto sucede cuando hacen algo mal; mientras, los adultos mayores sienten que deben ser tratados de una manera distinta, mejor», explica Galán, también residente en la zona.
Sin embargo, hay un grupo más complejo: el de los adultos medios, que salen a trabajar en la mañana, solo regresan en la noche y no disponen de tiempo los fines de semana para asistir a las actividades de los talleres.
«Como para ellos esto es una ciudad dormitorio, estamos tratando de llegarles mediante las y los adolescentes, al igual que con el adulto mayor, que también puede llevar el mensaje a su casa», insiste Del Sol. Igualmente se enfocan en los delegados (concejales), quienes pueden conocer mejor los problemas de violencia en su entorno.
«Hemos atendido casos que unen problemas de infecciones de transmisión sexual y violencia. Por ejemplo, la muchacha en algún momento exigía el uso del condón, su compañero lo ve como una desconfianza, comienzan entonces las peleas», ejemplifica Galán.
Para la investigadora, el ocultamiento y el secretismo que rodea a la violencia inciden en que a no pocas personas les asuste develarla. «No es un trabajo de un día, requiere de mucha paciencia y de personas sensibilizadas que estén dispuestas a cambiar esas realidades», considera Galán.
Según expresó a SEMlac Zulema Hidalgo, coordinadora del Programa de Género y Violencia de OAR, «promovemos la sensibilización de maestros y otras personas que trabajan en la comunidad para que incorporen esta mirada en su desempeño y también la multipliquen».
De juegos y mantas
Hay distintas maneras de abordar el tema, incluso con la infancia. Uno de ellos, explicó Columbié, es promover los juegos sin violencia, a partir del rescate de tradiciones y costumbres, al que se suman luego adultos mayores.
«Ahora que priman los videojuegos, en los que hay mucha violencia y modelos que se tienden a seguir, queremos defender lo tradicional, más sano, donde hay competencia, alguien gana, pero de manera pacífica», reitera.
Entre las iniciativas promovidas, con la participaron de otros cuatro talleres de transformación de la ciudad, estuvo la confección de una manta contra la violencia de género, coordinada por OAR.
«La manta, pintada, cocida y tejida por artesanas y artistas de cuatro de los Talleres de Transformación Integral del Barrio y entregada a la Federación de Mujeres Cubanas a propósito de la Jornada Nacional por la No Violencia, fue una muestra de trabajo colectivo por un fin noble y común», explicó Columbié.