Cuba: Después de la violencia, recomponer la vida

La Habana, septiembre.- Con serias carencias de vivienda, el divorcio en Cuba no siempre termina con la separación definitiva y no pocas veces las personas deben convivir por tiempos prolongados bajo el mismo techo. Sufrir durante años tensiones, zancadillas a la cordura y ofensas, lacera, desestabiliza y deja huellas en las mujeres y su descendencia.

Caridad López, para todos Cary, tiene 47 años. Su cara muestra una sonrisa. Sin embargo, detrás, se esconde una historia que, aún pasados los años, la hace sentir incómoda.

«Después de 21 años, él decidió separarse. Había sido un matrimonio mantenido emocionalmente por mí, por eso que nos inculcaron de que hay que mantenerlo, sobre todo cuando hay hijos», cuenta.

Cuando llega la separación y la aceptas, te sientes como vacía, comenta. «Yo, para colmo, era ama de casa. Dejé de trabajar, porque uno de mis hijos era asmático crónico y me convertí en la mamá problema, pues eso también sucede cuando tienes un hijo enfermo: debes ausentarse de tu trabajo».

«Después del divorcio, tuve que convivir debajo de ese mismo techo, y es difícil retornar al hogar materno, porque no vuelves sola», dice.

En su ansia de solución, acudió en más de una ocasión al organismo que le concedió a él la vivienda, justo porque tenía una familia. Como resultado, el apartamento le fue entregado a él en arrendamiento.

«Yo esperaba otra solución, que la cambiaran por una que se pudiera dividir. Pero era muy difícil, porque el inmueble había pasado a un estatus de arrendamiento permanente, en un quinto piso, lo que hace casi imposible buscar algún interesado en cambiarlo», cuenta Cary.

En Cuba no existe la compra-venta legal de viviendas. Generalmente, ante un divorcio, se trata de cambiar por dos la casa adquirida durante el matrimonio. En este caso, la decisión del organismo propietario del inmueble no consideró que la ex esposa y los hijos quedarían prácticamente desprotegidos.

«Te puedo hablar de la violencia que sentí, que no fue física, pero no pude ir a un tribunal a denunciarla, no pude ir a la policía, pues fue la violencia que más se queda, la que va por dentro, la sicológica».

«Yo era técnico en seguridad del trabajo y comencé a trabajar. Cuando vio que no dependíamos económicamente de él, empezó todo. Llegaba a mi casa y me faltaba algo, me encontraba sucia la casa que yo había limpiado por la noche».

«Hallaba vacíos los tanques donde acopiaba el agua. Las luces que dejaba bien por la mañana, estaban fundidas a mi regreso. A la hora de dormir, el volumen del televisor era insoportable, se fueron perdiendo cosas, los muebles fueron deteriorándose», relata, calmada.

«Eran muchas cosas: la ropa interior colgada de la antena del televisor en la sala, darle la comida a la perrita de la casa en el piso acabado de limpiar. Me tocó lo más sensible, pues siempre fui dada a mi hogar, a la casa bonita y ordenada. Se desorganizó todo, se rompió todo», recuerda.

«Y ¿adónde vas a ir? ¿qué quejas vas a emitir contra eso?», cuestiona, poniéndose en el lugar de otras que, a lo largo de la isla, pueden tener una situación parecida.

«Ante esa tensión, tuve que marcharme. Mi hijo mayor era un adolescente de 15 años y un día me dijo: `Mami, alguien está sobrando aquí’. Tenía razón, yo estaba sufriendo y mis hijos estaban dañados».

«Esto no es ficción, sostiene, hay muchas mujeres a las que les está ocurriendo, porque a pesar de todos los esfuerzos que hacemos, y que ha hecho el país, siguen existiendo estos hombres».

Un estudio realizado en 2006 por el Grupo de Estudios sobre Familia, del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas concluyó que la violencia psicológica «parece ser la más abundante y frecuente». La investigación, desarrollada por un colectivo de autores, señala a ancianos, mujeres y niños como las víctimas más frecuentes.

Ahora, pasados unos años, piensa que su sensatez la salvó, porque las provocaciones estaban probablemente dirigidas a que perdiera la compostura, lo que habría suscitado escenas violentas también en lo físico.

«Como a otras mujeres en situaciones parecidas, se me acusó de infidelidad, sin embargo, traté de mantenerme lo más ecuánime posible, de evitar enfrentamientos entre mi hijo mayor y su padre, en los que alguno pudiera resultar dañado, lo que implicaría una cárcel».

No se dejó vencer. «En medio de todo, no me conformé con ser técnico medio, me matriculé en la universidad y me licencié en estudios socioculturales». Hoy dirige la prevención de riesgos laborales en la Dirección Municipal de Trabajo en la ciudad de Bayamo, capital de la provincia Granma, 733 kilómetros al este de La Habana.

A su juicio, las mujeres no deben cansarse nunca de denunciar, no deben tener miedo, «aunque toques a más de una puerta y te digan que ‘entre marido y mujer nadie se debe meter’. Usted siga tocando, tiene que haber alguien que te escuche y te apoye, en mi caso fueron los sicólogos que atendieron al niño», recomienda.

«Esa agonía duró cinco años, quedas lacerada por una violencia que no se ve, estás temerosa e insegura. Pero la mujer no está condenada a seguir soportando maltratos. Para recuperarte es preciso tener la autoestima alta. Yo quiero seguir mi vida, hacer una maestría y tal vez, algún día, tener otra pareja», asegura.

Vidas paralelas

Carolina Chang, La China, veterinaria, estuvo casada 25 años. Sospechó infidelidades y las calló. Le ayudó a crear y mantener un negocio de alojamiento a turistas extranjeros, hasta que un día, él encontró una mujer que lo llevó a pedirle el divorcio y la salida de la casa.

Según establece la ley, como era una vivienda heredada por él de su abuela, ella y sus dos hijas no tenían derecho a exigir una división. Para evitar problemas, una de de las hijas del matrimonio se encargó de las negociaciones sobre la división de bienes.

«Después de años, en los que yo era casi una empleada doméstica, estaba al quedarme en la calle. Luego, él decidió `cedernos´ una parte de la casa, quería darnos dos habitaciones a medio construir, con una escalera endeble, nos aisló de todo lo que yo había ayudado a obtener», rememora.

Sin embargo, «para la mayoría de las personas, él quedaba como el bueno de la historia, y yo, la mala que le quitaba todo, porque por ley no me tocaba, ¿dónde estaban mis derechos? Para quienes nunca han subido a mi casa, él dejó a sus dos hijas viviendo como princesas».

«Con el negocio del alquiler para extranjeros ?una medida adoptada en la década de los noventa cuando el país abrió sus puertas al desarrollo acelerado del turismo internacional? habíamos adquirido muchos equipos, costosos. Pero, mis hijas, ya grandes, para evitar problemas, siempre me decían: déjalo así, no le reclames nada, qué va a ser del negocio», narra.

«Yo tenía mucha ira acumulada por lo que nos quería hacer, estaba alterada y violenta, era la única manera que tenía de defenderme. Se hizo una nebulosa alrededor de mí, que si lo había dejado sin nada. Hasta llegó a hablarse de que yo había sido infiel o me tildaron de lesbiana» (considerado una ofensa en un país mayoritariamente homófobo).

«En el momento de reclamar por la tranquilidad y comodidad de mis hijas, por las que trabajamos en común, una queda un poco desprotegida. ¿Cómo se puede permitir que una persona con renta en pesos convertibles (la divisa interna cubana) le pase a su hija, estudiante de la universidad, sólo 80 pesos al mes (un peso convertible equivale a 25 pesos)»?, dice indignada La China.

«Aunque el tiempo ha pasado y mis hijas han hecho su vida, la familia se afectó mucho. Ellas quedaron muy inseguras. Ya me he calmado, pero fueron tiempos duros, a veces me descubro reviviendo todo aquello y me espanto», rememora.

Cabos sueltos

Estos dos casos de mujeres que sufrieron violencia sicológica y tensiones debido a divorcios y falta de un lugar adonde ir con sus hijos, ponen en evidencia que hace falta profundizar en la legislación, opina Trinidad Sierra, experta en género.

«¿Cómo la ley puede permitir que aún cuando la Oficina de la Administración Tributaria conoce los ingresos de los trabajadores por cuenta propia, se permitan pensiones a los hijos que no estén en correspondencia con los ingresos y no alcanzan para cubrir ni una ínfima parte de las necesidades?», indica.

Al respecto, explica Cary, la historia comienza en el divorcio, cuando el abogado pregunta `cuánto tú le vas a dar´ y no se hace una investigación de los ingresos reales para determinar un monto. «A mí me dieron 50 pesos por cada niño, sólo por seis meses, para que buscara trabajo. Yo tenía una profesión, pero, y las que no la tienen, ¿cómo quedan?», se pregunta, siempre pensando en el destino de otras como ella.

«Las leyes y todo está construido desde una perspectiva masculina, de proteger al hombre en todo momento», comenta Trinidad.

Estos y otros temas como la participación de la mujer, si están realmente preparadas para asumir cargos de dirección, deberá analizar la Cátedra de la Mujer de la Universidad de Bayamo, en proceso de reactivación, señala, y confía en que, en lo adelante, se hagan estudios sobre todo tipo de violencia y equidad de género que permita desentrañar las madejas de los problemas, como un camino para buscarles solución.

Una de esas soluciones, proponen Cary y La China, serían refugios para mujeres con hijos y problemas de maltrato que les permitieran iniciar una nueva vida.