Cuba: Climaterio: ¿la edad de la violencia?

Han vivido entre 45 y 59 años, son protagonistas de la educación de hijas e hijos y, en muchos casos, cuidadoras de sus ancestros; cumplen misiones laborales o sociales y sienten dolores, irritación y malestares ante los que no suelen detenerse a reflexionar.

Son las llamadas «mujeres sándwiches» o «generación del emparedado», término atribuido al psicólogo estadounidense Quaeshi Walker, quien define de esta manera a aquellas que se encuentran comprimidas entre el cuidado de hijos y ancianos, el matrimonio, el hogar y el trabajo.

En Cuba, especialistas coinciden, además, en que ellas, a menudo, se convierten en víctimas de múltiples formas de violencia, de las cuales no suelen ser conscientes.

Ada María Cuéllar cuenta una de esas historias. Residente en el municipio de Boyeros, en la capital cubana, fue una trabajadora «bastante exitosa», según expresión propia, hasta que dejó su empleo en el hotel Las Praderas, ubicado en las afueras de La Habana, para cuidar a su suegra, una anciana encamada de 71 años.

«Me estuve resistiendo durante dos meses, pero mi esposo y su hermano no paraban de discutir para decidir quién se quedaba con la madre cada día. Mi cuñado es soltero y chofer de viajes interprovinciales, así que casi nunca está y mi esposo ganaba mejor salario que yo», explicó Cuellar a SEMlac.

Así, tras muchas sutiles presiones cotidianas, esta mujer de 47 años tomó la decisión de convertirse en ama de casa y cuidadora.

«Hasta mi hija apoyó a mi esposo, pues estando yo en la casa podía sacar a mi nietecita del círculo infantil (guardería) y dejarla conmigo. La verdad es que la niña se enferma mucho y le ha costado trabajo adaptarse», agregó.

Investigaciones demográficas diversas coinciden en que las también llamadas mujeres de la edad mediana en Cuba tienen como promedio alrededor de 52 años, residen fundamentalmente en zonas urbanas, suelen estar casadas, presentan un nivel educacional elevado y una vida social intensa.

Datos del Centro de Estudios de Población y Desarrollo, de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI), precisan que ellas suman más de un millón 146.000, de los poco más de 11 millones de habitantes de la isla y que resultan un grupo poblacional en aumento: para 2015,habrán remontado a un millón 300.000.

A grandes rasgos, estas cubanas son, en su mayoría, madres de familias pequeñas, muchas se han casado o unido más de una vez y a menudo dirigen sus hogares.

Por el rango de edades que abarcan, suelen trabajar fuera de casa y constituyen el grueso de

las mujeres que ocupan puestos de dirección en el país. No para bien.

Por si fuera poco, las que son dirigentes asignan al trabajo doméstico un 60 por ciento más de tiempo que los hombres en igual posición, según investigaciones de la ONEI. Un acuñado estilo de dirección masculino, presente en casi todos los centros laborales cubanos, exige de ellas una entrega que excede, casi todos los días, las horas de la jornada laboral.

«Bajo esas condiciones, son frecuentes los estados depresivos, irritabilidad, ansiedad, cansancio frecuente, sobrecargas al sistema nervioso y la disminución de la llamada calidad de vida», asegura la antropóloga Leticia Artiles.

«Las mujeres recibimos una influencia cultural que nos lleva a sentirnos responsables de todo.

No te gusta, te frustra, te desgasta, pero sientes la obligación de que eso te pertenece», confesó a SEMlac la doctora Norma Vasallo, presidenta de la Cátedra de la Mujer de la Universidad de

La Habana, una conclusión anclada en sus estudios, pero también en su experiencia personal.

La cultura manda

Justamente la construcción cultural de qué es ser hombre y mujer se asienta en el origen de no pocas manifestaciones de la violencia intrafamiliar, según explica la investigadora Yohanka Valdés Jiménez, especialista de Oxfam en Cuba, en su artículo La violencia de género en las familias.

«Sus expresiones no siempre se visualizan, ya que suelen considerarse legítimas o cuentan con la aprobación social a fuerza de su reiteración y naturalización», defiende Valdés.

Según esta experta, psicóloga de profesión y con una maestría en su área, muchas diferencias y desigualdades al interior de las familias corren el riesgo de generar manifestaciones de violencia.