La aterradora historia de una joven de 28 años que desde los inicios de su adolescencia fue sometida sexualmente por su padrastro, Claudio Daza, a cuyo cuidado se encontraba tras la muerte de su madre conmocionó a la sociedad salteña, después de que su relato se difundiera a través de un medio gráfico. La mujer señaló que no tenía a quien recurrir, que se la privó de escolaridad y que producto de esas reiteradas violaciones tuvo tres hij@s, uno de los cuales murió, mientras las dos más pequeñas de 14 y 10 años a pesar de su calvario son la razón de su existencia. Después de conocerse su tragedia, la pregunta es ¿qué nos pasa como sociedad cuando el cuerpo de l@s niñ@s se convierte en objeto de otr@s?
La Lic. Lucrecia Miller, coordinadora de la Red Papis que trabaja fuertemente con niñ@s y adolescentes en situación de riesgo, expresa que estas desatenciones ante lo que les ocurre a infantes y adolescentes se da porque «estamos en una sociedad muy individualista, donde no vemos lo que le pasa a l@s otr@s, ni nos queremos comprometer», destacando además que la Justicia «desalienta a quienes se quieren involucrar en este tipo de casos». «Esto debe ser más que un hecho que nos impacta como noticia, un llamado de atención para todos aquellos sectores que dejan que esto siga pasando y que están designados para este fin», subraya.
Miller destaca que hay una serie de casos que son ignorados por el sistema como la cruenta historia relatada por esta mujer, mencionando que hubo diversas oportunidades para que la Justicia, la escuela y el vecindario de esta pequeña al momento de haberse cometido estos abusos tomara en cuenta su situación, se percatara de que algo estaba funcionando de manera irregular.
La psicóloga entiende que uno de los fuertes indicadores de esta falta de atención es que siendo una niña, esta persona sólo pudo concluir la instrucción primaria, para quedar inmediatamente fuera del sistema educativo, además de haber estado desde los 9 años bajo el exclusivo cuidado de un hombre con el que no tenía ningún lazo sanguíneo. «Esta niñita fue entregada en guarda de quien fue su corruptor», señala, agregando que todo esto pasó por alto para quienes otorgaron la tenencia y debían supervisar el bienestar de la menor. «Detrás de un caso de abuso siempre vamos a encontrar una red explicativa de las cosas que no se han hecho», remarca.
El compromiso y la detección temprana
Miller recalca la importancia de «detectar precozmente estas situaciones», entendiendo especialmente que hay miles «de niñ@s que no son noticias» y que siguen estando «desprotegid@s», señalando que hay cientos de «casos que están pasando ante nuestros ojos y que ignoramos». «Hay una gran cantidad de niñ@s que están siendo sometid@s y hay poco interés en el interés superior del niñ@», enfatiza, subrayando que hay una serie de acciones que se omiten y que hacen a la salud integral de l@s menores.
La licenciada refuerza la idea de la importancia de detectar estas situaciones y poder ayudar a las familias para no condenar a más personas al calvario que vivió esta mujer, recordando que hay muchos abusos sexuales infantiles que no llegan a la Justicia, dada la falta de participación y compromiso de operadores judiciales, docentes, vecinos, etc.
La psicóloga destaca también que es muy difícil «no darse cuenta cuando un/a niñ@ esta siendo sometid@ a cualquier tipo de violencia, más aún si es violencia sexual», más allá de que no lo exprese verbalmente, ya que su propio comportamiento «aunque este amenazad@ o confundid@, aún cuando este entrampad@ en esta tela de araña que es el abuso sexual, entre este papá que es por un lado el papá querido y el que comete estos abusos», el/la niñ@ evidencia cambios en su conducta, resaltando que estas situaciones alteran todo «el desarrollo psico-afectivo ulterior, incluso físico a veces».
Miller señala también que debe tenerse en cuenta que en los abusos sexuales infantiles que generalmente se producen en el seno del hogar o con personas cercanas al entorno familiar se dan dos cuestiones: por un lado, «la genitalidad y las experiencias genitalizadas que están excluidas de las experiencias de un padre o una madre con sus hij@s, que es lo que se llama el tabú al incesto» y por otro, «la desviación, la corrupción del niñ@».
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