La crónica diaria abunda en casos aterradores de violencia de toda índole. Entre éstos, siempre hay alguna acción de maltrato, secuestro, abuso, violación, de la que es víctima alguna mujer o niña. A pesar de las estrategias desplegadas por diversos organismos estatales y no gubernamentales para prevenir estas formas de violencia y atender a sus protagonistas, no han disminuido. Algunas veces nos parece que aumentan, aunque sólo sea porque ahora se denuncia lo que antes se callaba, admitido como ?natural?.
La violencia contra las mujeres, ejercida por padres, maridos, jefes, o cualquier otro varón con poder sobre ella, ha sido tolerada ?cuando no fomentada- en casi todas las épocas y las sociedades.
¿Qué es lo que está en la base de la violencia que se ejerce contra las mujeres?: una sociedad donde las relaciones entre los sexos, han permanecido ?a pesar de los cambios- signadas por una condición de desigualdad; una sociedad patriarcal, estructurada históricamente sobre la jerarquía masculina en la que las mujeres han sido subordinadas en todos los niveles, lo que ha permitido y muchas veces estimulado la violencia hacia ellas. El lugar de sometimiento en que ha transcurrido la vida de las mujeres ha hecho posible que sea colocada con más frecuencia en una situación de daño físico, psicológico y moral. Debemos analizar los mecanismos de producción de la violencia que sufren las mujeres, y que de no cambiar el modo de relación entre los sexos, seguirá produciéndose en el futuro. Porque junto a la violencia explícita de los golpes y el maltrato, se encuentra una violencia ?invisible?, que no se percibe como tal, aceptada porque pertenece a las creencias de las personas más que a la realidad, y que tiene que ver con los roles históricamente asignados a las mujeres en la sociedad. Nuestras adolescentes, todavía, guardan unos estereotipos culturales falsos sobre el amor y las relaciones, que las expone a ser protagonistas de hechos de violencia por parte de sus parejas.
Las prácticas violentas atraviesan a todos los grupos sociales y no sólo a quienes viven en situación de vulnerabilidad social y económica. En Capital Federal, la mitad de las mujeres golpeadas pertenecen a la clase media y el 30% son profesionales. Y en Francia, país que cuenta con adecuados dispositivos legales, una de cada 10 mujeres es víctima de violencia conyugal, sumada a la que soporta en otros ámbitos.
Para poder desarrollar estrategias exitosas en la lucha contra la violencia de género se debe, en primer lugar, analizar y poner al descubierto los mitos culturales que sirven de base a las distintas expresiones de la violencia. Por ejemplo, que algunas mujeres admiten los golpes como muestras de cariño (?porque te quiero??), que provocan con su comportamiento la violencia del compañero, que se debe callar para mantener la estabilidad familiar, que es un problema de pobreza, que les gusta, que es un incentivo para las relaciones sexuales, entre otras justificaciones.
En segundo lugar, entender que la violencia no es un problema individual sino social; informar y hacer tomar conciencia a toda la comunidad, a través de todos los medios posibles (educativos, de comunicación masiva, etc.) sobre la importancia de no callar ante hechos de violencia, y trabajar en todos los ámbitos: familiar, legal, laboral, cultural, etc. para combatir sus causas.
Y lo más importante, ocuparse de los modelos familiares, proponiendo un funcionamiento familiar más democrático y relaciones entre los sexos basadas en la igualdad y no el sometimiento. Es fundamental la adopción de herramientas que tengan en cuenta la desigualdad de poder entre varones y mujeres como causa de la violencia contra las mujeres. Porque todas tenemos derecho a vivir una vida libre de violencia.
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