Reflexiones

CLAVES PARA DESPERTAR LA CULTURA DE LA SOLIDARIDAD

La solidaridad es uno de los valores humanos por excelencia, del que se espera cuando un otro requiere de un nosotros para salir adelante. En estos términos, la solidaridad se define como la colaboración mutua entre personas. En la Argentina, el 26 de agosto se celebra el Día Nacional de la Solidaridad, en conmemoración del nacimiento de la beata Madre Teresa de Calcuta. Al respecto opinó para Télam María de la Paz Grebe, directora de Estudios de la carrera de Psicología de la Facultad de Ciencias Biomédicas de la Universidad Austral.

La cultura es la forma en que pensamos, los valores, las actitudes, las creencias, el modo de comportarse, lo que se espera de los otros y se comparte. En otras palabras, es lo que somos y que se manifiesta en el hacer, sentir y pensar de un grupo, institución, organización y sociedad. En este sentido, se puede decir que despertar la cultura de la solidaridad exige poner atención a todos los aspectos de la vida de cada persona y en la forma en que se relaciona con quienes la rodean.

Un primer aspecto clave es ir a nuestras raíces, a la historia personal y colectiva, recordar los buenos momentos de la vida, examinarlos y descubrir imágenes, palabras, personas y situaciones que dejaron huella y marcas. Posiblemente, se relacionen con dar y recibir ayuda de otros, con sentirnos cuidados, escuchados, comprendidos, aspectos que se cultivan a lo largo de toda la vida. Una cultura solidaria se basa en comprender las necesidades de unos y otros, en un sentido auténtico y genuino que va más allá de lo material e inmediato. Se compone de pequeñas acciones diarias, por ejemplo, el jefe que saluda a sus colaboradores cada mañana, el docente que se aprende el nombre de sus estudiantes, el hijo que visita a su padre enfermo. Se trata de reconocer que somos personas comunes y que alcanza con hacer cosas sencillas para vivir y transmitir la solidaridad.

Otra clave es tomarse el tiempo para escuchar nuestra voz interior, esto es, detenernos para encender la conciencia individual y colectiva, que debe orientarnos acerca de lo que es bueno, valioso y necesario para el desarrollo integral. Somos responsables de nuestras acciones, las que siempre impactan en otros. Elegir el camino correcto exige mirar hacia dentro y fuera de cada uno, y evaluar y ponderar tanto, el bien personal, como de quienes nos rodean. Esto puede mostrarnos el valor de vivir ligeros de equipaje, ayudar a centrarnos en escuchar, dar, recibir, conseguir, ofrecer y descubrir las oportunidades que tenemos todos los días, para cultivar la cultura de la solidaridad.

La cultura se transmite de generación en generación, por lo que otro desafío consiste en hacer visible el propósito de la solidaridad y dar lugar a sus múltiples manifestaciones atendiendo a las edades de todas las personas. Hoy más que nunca convivimos con varias generaciones: a la X e Y, se ha sumado la de los centennials. Desarrollar la solidaridad intergeneracional implica reconocernos interdependientes. Según un estudio del IAE Business School, los centennials valoran, sobre todo, el ser protagonistas de su desarrollo. Es necesario permitirles que puedan desempeñar el juego completo de su vida. Esto significa ayudarlos a examinar la forma en que le dan sentido a su proyecto vital, enseñarles y acompañarlos a descubrir cómo pueden concretarlo. La meta de alcanzar una vida y un mundo mejor para todos no es muy diferente del objetivo que persiguen muchos de éstos jóvenes. Todo esto contribuye a generar una cultura solidaria.

En definitiva, el llamado a despertar la cultura de la solidaridad parece urgente cuando los efectos de la pandemia aún se desconocen en todas sus dimensiones. Es necesario construir un nuevo humanismo que nos toque y nos mueva. Vivimos en un mundo que está dolido, lastimado, empobrecido, que necesita volver a soñar con un futuro mejor, descubrir las potencialidades disponibles, porque forman parte de lo que somos. Cada vez es más necesario detenerse, escuchar lo inaudible, ver lo invisible, retomar los proyectos personales, institucionales y de la sociedad, pero mejorados. Trabajar con calma, cuidar los detalles pequeños, hacer nuestro trabajo con cariño, confiando en unos y otros, y encontrar lo bueno que todos tenemos interiormente que contribuye a revivir nuestra cultura de la solidaridad.