Abuso y violación infantil

?En la casa, la violencia es vista como algo natural, necesario. El padre le grita y le pega a la madre, la madre le grita y le pega a los hijos y a las hijas, las hijas e hijos mayores gritan y golpean a sus hermanos y hermanas más pequeñas, y los más pequeños apalean al perro y salen a la calle a matar pájaros a pedradas… Generación tras generación, cada uno de los eslabones se engarza con el otro en una cadena sin fin. El eslabón más débil siempre ha sido y continúa siendo el de las niñas y el de las mujeres? María López Vigil.

El patriarcado no solo existe sino que su salud no parece prever riesgos de importancia en el futuro inmediato. Miles de años de civilización validan su existencia, no solo en el entramado social y en los hombres, beneficiarios directos de su predominio, sino que hay una garantía de sustento al habitar vía colonización cultural, la mente de muchas mujeres que reproducen el discurso y los actos de la dominación, o lo que es lo mismo, de su propia sumisión.

Dice López Vigil: ??no hay gritos sino silencio, no hay resistencia en la víctima sino perplejidad y un miedo paralizante, él abusador no ejerce el poder de la fuerza sino la fuerza del poder. Para la niña la confusión antes, durante y después del abuso sexual es total: por qué me hace esto, qué debo hacer yo… Si de incesto hablamos, generalmente, no deja lesiones externas. Las huellas quedan muy adentro, tanto en el tejido del cuerpo como en el de la mente y en el del espíritu.
Después del incesto todo es confuso. La víctima queda impotente ante un hombre al que quiere y respeta y que puede mostrarse «cariñoso». A veces hace regalos, a veces chantajea, a veces amenaza. Siempre pide guardar el secreto. Y siempre se queda ahí, en «el lugar del crimen», omnipotente y seguro entre las cuatro paredes de la casa y cerca de su víctima. Al terminar de actuar, sólo se quita una máscara y se pone otra, la del hombre responsable.? La sociedad, muchas veces, suele preferir dudar de la palabra de la niña antes que poner en tela de juicio el ?sostén? de la civilización, la estructura familiar.

Es ampliamente conocido que el más severo de los maltratos es el mal llamado abuso sexual infantil, que no debemos temer nominar como violación infantil, y que constituye sin lugar a dudas un delito penalizado por la ley. El abordaje del mismo suele centrarse en el diagnóstico del niño, niña o adolescente que se sospecha ha sido víctima de dicha agresión.

Existen tres características que definen los comportamientos abusivos: a) las diferencias de poder que conllevan posibilidad de controlar a la víctima física o emocionalmente; b) las diferencias de conocimientos que implican que la víctima no pueda comprender cabalmente el significado y las consecuencias potenciales de la actividad sexual, y c) la diferencia en las necesidades satisfechas: el agresor/a busca satisfacer sus propios impulsos sexuales.

Siguiendo el planteo sobre el que insiste la Dra. Eva Giberti: «Para la organización patriarcal propia de la canónica del Derecho, abuso sexual es aliviante respecto de violación. Siempre permite la aparición de la tangente que sostiene: ´No se puede hablar de violación porque la penetración en esa niña de siete años no fue total; el ingreso peneano no trascendió la zona vulvar donde se produjo la emisión espermática´. Siempre permite la aparición de la tangente que sostiene: ´No se puede hablar de violación porque la penetración en esa niña de siete años no fue total; el ingreso peneano no trascendió la zona vulvar donde se produjo la emisión espermática´.

La tangente siempre se diseña en favor del violador, de modo tal que pueda eludirse la palabra violación acompañada en el imaginario social por la figura del victimario. De ese modo se pueden deconstruir las premisas ideológicas de quienes escuchan que no ignoran quiénes violan pero que ideológicamente eligen no reconocer. Así se recurre a la expresión abuso sexual internacional e hipócritamente avalada. Complemento del agotamiento al hablar del abuso surge el mito del abusador abusado».

Muchas veces hemos escuchado: es chiquito, se va a olvidar, seguramente no se acuerda, cómo puede saber si «no entiende». Nada más alejado de la realidad, no hay manera que no deje huella, sí podemos decir que lo que se haga después determinará el tipo de daño que dejará. El tratamiento del abuso infantil involucra a toda la familia, a los adultos protectores y está ligado al castigo al agresor, fundamental para la normal evolución del tratamiento.

Hemos visto cómo en estos cien años cada generación ha logrado dar un salto casi olímpico. El camino es duro y largo, pero la ruta ya recorrida nos enseña. Crece la conciencia y crecen las acciones eficaces, tal como lo expresa este dicho: Mi abuela ni lo pensó. Mi mamá lo pensó, pero no lo dijo. Yo lo dije pero no lo hice. Espero que mi hija lo haga.

FOTO: draminiervega.blogspot.com