Cualquier análisis a apenas minutos de conocerse los resultados de una histórica elección en la principal potencia mundial puede sonar apresurado. Seguramente en los próximos días, semanas, meses, se podrán seguir desmenuzando los motivos y el impacto que tendrá la presidencia de Donald Trump en las distintas esferas de la vida tanto en el interior de Estados Unidos como en el mundo entero. Pero por ahora simplemente resaltamos algunos de sus principales desafíos en el corto plazo.
Si en la Argentina se habló de una grieta social durante la última década -kirchneristas / antikirchneristas- en Estados Unidos la campaña electoral que llevó la madrugada del miércoles a Trump a la presidencia expresó y, al mismo tiempo, fomentó una división interna mucho más profunda y compleja. Y no se trata de republicanos y demócratas. Se trata de la clase política y el pueblo norteamericano, en toda su diversidad.
Allí donde los gobiernos de Barack Obama fracasaron en recomponer calidad de vida de la clase trabajadora post crisis del 2008, la base descreyó; era el mismo Estados Unidos en el que Occupy Wall Street crecía criticando a un Estado que se dedicaba a salvar bancos en vez de mejorar la economía real. En donde el Congreso y la rosca partidaria se entrometían en toda discusión de política pública en beneficio de las mayorías. En ese mismo país las urnas le dieron al establishment una lección.
Donald Trump deberá hacerse preguntas claves: ¿está dispuesto a seguir apuntalando ese malestar social desde la cima del poder político? ¿Cómo lo incorporará a su plan de gobierno? ¿Se jugará a ir contra Wall Street como dijo innumerables veces? ¿O será una nueva decepción para los norteamericanos?
Sin duda, algunas de las propuestas más agresivas en el plano social de Trump, las que más rechazos generaron en la campaña por parte de latinos, musulmanes y el progresismo en general, tuvieron que ver con el endurecimiento de las políticas migratorias, por ejemplo el famoso muro en la frontera con México. Las mujeres y la comunidad LGBT lo repudiaron por su machismo y misoginia. Las personas de origen afroamericano por su racismo. Y siguen las firmas.
¿Hará Trump de sus palabras en mitines, actos, medios de comunicación y redes sociales una política de Estado? ¿O calmará su visión más extrema en pos de la legitimidad del cargo público, como dejó entrever en sus palabras al declararse ganador? ¿Fue, como varios analistas apuntaron en la previa electoral, una campaña que dijo “lo que la gente quería escuchar”? ¿O el futuro presidente acompañará de acciones concretas sus polémicos dichos?
Otra de las incógnitas que el magnate deberá despejar antes de asumir el gobierno es la cuestión de la inserción de Estados Unidos en la economía mundial, cómo reordenar el sistema económico interno y cumplir con su principal promesa de campaña: crear empleo de calidad.
Si bien la cantidad de veces que criticó el rol de China en su camino a la Casa Blanca fueron ridiculizadas por amplios sectores de la sociedad, Trump se enfrenta a un dilema muy profundo. ¿Puede Estados Unidos romper efectivamente su relación económica con el gigante asiático? La mayoría de los economistas serios lo ven absolutamente imposible. ¿Cuál es la alternativa para reindustrializar y generar trabajo para su base de apoyo?
“Hacer América grande otra vez” fue el slogan de campaña de Trump. “Renovaremos el sueño americano”, dijo en sus palabras el martes por la madrugada. ¿Es realmente factible un escenario en el que las empresas transnacionales elijan invertir en suelo estadounidense cuando pueden reducir significativamente sus costos sosteniendo su producción en países periféricos? “Nos vamos a llevar con todas las naciones que estén dispuestas a llevarse bien con nosotros”, sostuvo también el mandatario electo.
Por otro lado, el futuro del Partido Republicano -que si bien se acomodó tras su figura salió muy golpeado de las primarias- también parece estar en juego. Trump sigue siendo, para ellos, un outsider. Habrá que ver si logra convertirse en dirigente del conjunto del partido y ordenar a su tropa, o si, de la mano de la gran crisis que se abre en el Partido Demócrata, se abre una etapa de explosión partidaria de incierto desenlace en un país que ha funcionado con el bipartidismo como motor y combustible.
Para finalizar, el Congreso -de mayoría de su propio partido en ambas cámaras- tampoco le será pan comido. ¿Cómo jugará el Tea Party? ¿Cómo el establishment republicano? ¿Será el Congreso una escribanía o intentarán hacer pesar ahí las diferencias expresadas en la campaña? ¿Marco Rubio de qué forma se acomoda? “Al don pirulero, cada cual atiende su juego”, reza una canción infantil.
El presidente electo pareció intentar despejar varias de las dudas aquí planteadas en su discurso triunfal. Destacó a Hillary Clinton, agradeció a ex competidores en la interna y a dirigentes republicanos y dijo que gobernará “para todos los estadounidenses”. Pero se vienen meses intensos en los que Donald Trump será puesto a prueba en estos aspectos y muchos más. Esto recién empieza y el multimillonario neoyorquino tendrá encima los ojos del mundo en su camino final a la Casa Blanca.