Salta

TRABAJAR PRECARIZADX o CRÓNICA DEL DESAMPARO LABORAL

Crónica de la situación laboral de lxs trabajadorxs de Agricultura Familiar y los cambios en las
políticas públicas destinada al sector de la pequeña producción agropecuaria, desde los ’90 al
presente.

Los ‘90
Nacimos a la vida laboral así: precarizados. En los ’90, al igual que ahora, las políticas neoliberales
arremetían contra los derechos ganados, generando pobreza y desempleo generalizado. Las oportunidades
laborales para los jóvenes profesionales del desarrollo rural escaseaban y las que había proponían al futuro
“trabajador” inscribirse en la AFIP, facturar sus “honorarios” y firmar cada cierto tiempo un contrato de
locación de obra o de servicios a término. Así, los trabajadores del entonces Programa Social Agropecuario
acumulamos factureros y contratos durante más de quince años, firmamos cada año que no había (¿no
había?) relación laboral con el Estado empleador, pagamos de nuestro bolsillo la obra social, seguros,
impuesto a las actividades económicas, y aportes jubilatorios (en el mejor de los casos). El vehículo para
trabajar lo ponía cada trabajador a cambio de un pago por movilidad que cubría el combustible y algo más.
El algo más no alcanzaba a pagar el desgaste de recorrer los caminos polvorientos del campo adentro. Se
cumplía horario y número de jornales, se hacían informes de todo lo actuado, como siempre, como hasta
ahora. No había vacaciones ni licencias por enfermedad, por estudio o por maternidad/paternidad, ni
aguinaldo, ni paritarias. Cavallo y Bullrich, sí, ellos! nos descontaron el 13% de nuestros honorarios a pesar
de no ser empleados reconocidos por el Estado, y esgrimiendo la misma razón, es decir por precarizados,
nunca nos devolvieron el descuento aunque sí al resto de los empleados públicos y jubilados.
Siendo precarizados, poco te escuchan. Siendo precarizados, es fácil que te digan “si no te gusta, ahí tenés
la puerta”. Siendo precarizados, la incertidumbre y la falta de garantías en las condiciones laborales se
hacen costumbre. Quizás por eso nos llevó mucho tiempo y esfuerzo organizarnos gremialmente. Siendo
precarizados, los gremios no tienen de dónde descontar el aporte gremial para ser oficialmente afiliados.
Sin embargo ATE nos dio esa oportunidad: empezar precariamente a plantear otras condiciones laborales y
acceder a nuestros derechos como Trabajadores del Estado.

La década ganada: Formalmente precarizadxs

Otros vientos políticos de mayor inclusión lograron la institucionalización del trabajo en desarrollo rural,
allá por el 2008, y junto a la organización gremial permitieron que seamos incluidos por fin, después de 17
años de trabajo, en el famoso artículo 9 de la Ley Marco: “personal por tiempo determinado comprenderá
exclusivamente la prestación de servicios de carácter transitorio o estacionales, no incluidos en las funciones
propias del régimen de carrera, y que no puedan ser cubiertos por personal de planta permanente”.
Traducido: a partir de 2010 tuvimos contratos “en blanco” con aportes jubilatorios, obra social, vacaciones,
aguinaldo, licencias, en fin, lo que todo trabajador en regla debe gozar.
El Estado generó políticas públicas de manera participativa junto a las organizaciones de la agricultura
familiar, se trabajaron líneas estratégicas integrales para la intervención en los territorios, abarcando en un
marco de acceso a derechos las diversas problemáticas que afectan al sector más vulnerable del campo. El
acceso al agua, tierra, hábitat, valor agregado, comercialización, enfoque de género, inclusión de jóvenes
rurales, interculturalidad, registro y formalización de las organizaciones, se sumaron a nuestras actividades
tradicionales de fortalecimiento productivo y organizacional de las familias campesinas e indígenas de la
provincia. Crecimos profesionalmente, y también se mejoraron las condiciones laborales: vehículos
institucionales, oficinas, ropa de trabajo, valoración de nuestro trabajo desde diferentes ámbitos privados y
estatales. Se logró una cobertura territorial como no ha tenido otra institución del Estado, promoviendo el
desarrollo autónomo de cientos de comunidades campesinas. Pero nosotros, los trabajadores de
agricultura familiar, seguíamos con contratos de duración anual, es decir precarizadxs.
El pase a planta permanente quedó así entre nuestras principales reivindicaciones gremiales, que el Estado
que nos contrata no quiere oír ni hacerse cargo. Porque sería admitir que se encuentra en falta, que supera
con creces el porcentaje que la misma ley marco determina para la cantidad de personal contratado. Sería
reconocer que el 100% de los técnicos que trabajan en la Secretaría de Agricultura Familiar con el sector
más vulnerable del campo son trabajadores precarizados. Sería reconocer que el Estado ejecuta un
sinnúmero de políticas públicas con personal contratado pero que cumple funciones y tiene la trayectoria
histórica de personal permanente. ¿O cuantos años hay que trabajar precarizados para aspirar al derecho
de la estabilidad laboral?

Cambiamos futuro por pasado

Desde hace dos años y medio, la precarización laboral toma nuevas dimensiones en nuestras vidas. Nos
muestra nuevamente, como en los ’90, la peor cara del neoliberalismo. Sólo que ahora se agrega una cuota
de cinismo ejercida por quienes detentan el poder, que hace que la precarización laboral se asimile a la
precarización global de la vida y de la dignidad humana.
En nuestro pequeño universo sufrimos, como el resto de los empleados públicos, la estigmatización de que
nos llamen “noquis” o “grasa militante”, sin contar con ninguna prueba o argumento que lo sustente, mas
que el imaginario social y el ejército de trolls pagados. Fuimos y somos trabajadores, apasionados y quizás
militantes de las causas justas. Por eso elegimos trabajar con este sector. En cambio, la nueva conducción
institucional a nivel provincial, ni siquiera hizo un esfuerzo por tener presencia diaria en las oficinas o
cumplir el horario de 8 horas de trabajo. Con ausencias permanentes en épocas de campaña electoral y
vacaciones pagas por períodos que no corresponden a un recién ingresado, fuimos oculta y maliciosamente
evaluados por la nueva conducción.
Paralelamente, el presupuesto disminuyó hasta hacerse inexistente. Los vehículos se deterioraron, y no
sólo eso, se vencieron las revisiones técnicas obligatorias y así todo se siguió trabajando. Hasta tomar
conciencia que eso no sólo atentaba contra nuestra integridad física sino que también éramos penalmente
responsables de manera personal ante cualquier siniestro. Se dejaron de alquilar oficinas territoriales o
bien hacer los acuerdos institucionales necesarios para acceder a espacios físicos en cada zona de trabajo.
Se eliminó la posibilidad de ejecutar con fondos propios capacitaciones y proyectos para los productores, y
ante esto nos hicimos expertos en ejecutar fondos de otras instituciones, que valoran nuestra experiencia y
transparencia en la ejecución de financiamiento.
Se cambiaron las funciones de algunos compañeros, bajó la presencia en terreno. Ya no se pagan alquileres
de ninguna oficina pública: “múdense donde puedan”. Estamos de prestados en INTA, ni siquiera podemos
aportar como contraparte un poco de papel higiénico. No pagan nuestros viáticos desde hace 3 años, sobre
comisiones fehacientemente realizadas, ajustadas a las normativas vigentes y autorizadas por los actuales
funcionarios. Nuestros informes de gestión nunca fueron leídos, “porque son muy largos”, “hagan algo de
una o dos hojitas”. La comunicación institucional y con las organizaciones fue reemplazada por tweets y
presencia en las redes sociales de mini noticias. Nadie sabe nada, nadie comunica nada, nada se contesta
por escrito.
Se vació de contenido la intervención en desarrollo rural: la integralidad del enfoque socio territorial es
vista como una colección de anécdotas que no se pueden medir, entonces no valen. Sólo trabajar
cuestiones productivas que se puedan medir. Con un sistema informático precario, lleno de incongruencias,
pretenden medir por hora lo que hacemos, sin ver nuestras computadoras precarias, o la inexistencia de
ellas, con conexión a internet precaria o la inexistencia de ella. Nuestro ambiente laboral, a pesar de
nuestro cariño, se fue enrareciendo, para estar a tono con la época del cambio. La construcción colectiva se
opaca cada día un poco más por la conducción encriptada y jerárquica, la inoperancia y el individualismo.
Precarizados, cambiamos.
Precarios hasta el despido
La precarización, que no elegimos, nos expulsa. Después de 25 años de trabajo ininterrumpido, nos botan.
Como cosas, como excedentes, como gastos que hay que achicar. Porque los miles de millones de dólares
que se fugan y enriquecen al puñado de familias poderosas que hoy nos des-gobiernan, parece que los
tenemos que pagar los trabajadores.
Los despidos en la administración pública empezaron a principios de 2016, bajo el eufemismo de “no
renovación de contrato”. Como goteras, cientos, miles de trabajadores precarizados en programas e
instituciones públicas fueron perdiendo su fuente laboral y con ello, sin que aún muchos se den cuenta, la
sociedad pierde un sinnúmero de derechos adquiridos en materia de salud, educación, cultura, ciencia,
previsión social, inclusión de grupos vulnerables, y en nuestro caso, políticas públicas en el ámbito rural
para la agricultura familiar.
Cebados en su lógica macabra de que todo va bien, hace dos meses una nueva lluvia de despidos nos mojó
en lágrimas. Esta vez nos tocó a nosotros, 18 compañeros y compañeras quedaron en la calle así como así,
sin pre aviso, sin ningún indicio más que los rumores y las noticias cada vez más recurrentes del ajuste del
Estado. 330 despidos en todo el Ministerio de Agroindustria. El 30% de los trabajadores de agricultura
familiar en Salta.
Precariamente, nos fuimos enterando que hubo una lista, o más de una, confeccionada por los precarios
coordinadores, con los precarios criterios de deshacerse de familiares directos y de quienes “no respondían
a la coordinación”. Precariamente, los compañeros recibían la carta documento que les decía que sus
contratos precarios fueron finalizados con anticipación. Precariamente, y a fuerza de presión gremial, nos
mostraron la lista de los tristemente elegidos. Precariamente, muchos tuvieron que presionar en el correo
para que les entreguen la nefasta carta documento que sabían debían recibir y no llegó a su domicilio. Y
más cruelmente precario fue el caso de una compañera, que no figuraba en lista de los teóricamente
despedidos, que se encontraba cursando una capacitación autorizada institucionalmente, y se enteró al
regreso de su viaje que había sido despedida al encontrar la liquidación final en su cuenta sueldo. Y tuvo
que insistir en el correo que le den su carta de despido…
Precariamente, nadie dio la cara ni dio razones objetivas de los despidos. Modernización aparece como el
dios de la maldad que define las “dotaciones óptimas” de cada repartición pública, diseñadas en algún
escritorio coqueto de la Capital. Precariamente, nadie avisó a las organizaciones de algunos territorios que
se quedaron sin técnico, que no se sabe cómo se concluirán los proyectos en marcha. Precariamente, nadie
contestó las notas de apoyo que recibimos, los cientos de firmas que piden la reincorporación de los
compañeros, los pronunciamientos de las cámaras legislativas, las innumerables adhesiones de
organizaciones, gremios, ONGs, iglesias e instituciones académicas. Nadie comunicó oficialmente que
nuestra Secretaría ya no ejecuta el Monotributo Social Agropecuario, herramienta que permitía a los
pequeños productores realizar sus ventas formalizadas con facturas de curso legal, acceder a una obra
social y a la jubilación. Precariamente, algunos productores se enteraron de esto cuando enfermos, la obra
social no los quiso atender.
Sepan además, que precariamente nos enteramos que nuestra modalidad contractual, no permite que se
acceda al seguro por desempleo. Y que tampoco prevé el derecho a indemnización. Así, con la
desesperanza a cuestas, los compañeros despedidos deben emprender un juicio contra el Estado para
lograr, si ganan, que en cuatro o cinco años se les reconozca un derecho que precariamente nos fue
negado, la indemnización.
Nuestro futuro, ¿precarizado?

Imagen : Agencia Paco Urondo

Puede ser, si lo permitimos. Si dejamos que la precarización nos afecte la salud. Es difícil seguir sin los
compañeros, difícil no pensar todo el tiempo cuando nos tocará o no el despido a cada uno de nosotros.
Serán precarias nuestras jubilaciones y las de todos, si permitimos que la ley de reforma previsional siga
vigente y si se arrebatan los fondos de garantía de sustentabilidad del sistema previsional. Será precario el
trabajo de todos si avanza la reforma laboral mientras discutimos lo malo de Sampaoli mezclado con la
enésima resucitación de Nisman. Será precaria la vida de millones de familias, está siendo, que no pueden
pagar los servicios y peor aún, perdieron el trabajo, no llegan a fin de mes, viven en la calle, comen en
comedores, no estudian y aunque quieran, no consiguen trabajo. Eso es el neoliberalismo, eso es el Estado
ausente, eso es creer que los préstamos impagables del FMI nos benefician, eso es la precarización.
La posibilidad de que no nos precaricen la vida está en nosotros, en todos. En hacer consciente nuestra
pertenencia a la clase trabajadora, la que siempre paga los platos rotos; en no dejar que nos avasallen estos
miserables poderosos de siempre y nos roben el país, nuevamente. En definitiva, en unirnos en un grito de
dignidad y esperanza.