Cuando evocamos el 25 de Mayo, recordamos a French y Beruti, repartiendo cintas, o la de Cornelio Saavedra presidiendo la Junta, pero poco sabemos de las mujeres que participaron en la gesta revolucionaria.
Hubo mujeres que ya desde las invasiones inglesas actuaron, como Martina Céspedes, en cuya casa hacían pasar a los ingleses uno a uno, les ofrecían agua ardiente y luego los tomaban prisioneros. También Mariquita Sánchez de Thompson mujer intelectual y enardecida revolucionaria, es conocida porque en su casa, donde también se hacían tertulias, se tocó el Himno Nacional por primera vez. Pero pocos saben que Mariquita se opuso a su padre cuando le prohibió casarse con Thompson además de organizar su propio negocio de venta de cremas y perfumes.
Los más célebres salones de la época fueron las casas de Ana Riglos, Melchora Sarratea y Mariquita Sánchez de Thompson. Otro living importante, donde se cocinó la revolución, fue el de Casilda Igarzábal de Rodríguez Peña, que entre 1804 y 1810 reunió una de las primeras sociedades secretas de la emancipación americana, el llamado Partido de la Independencia, que integraron Juan José Castelli, Nicolás y Saturnino Rodríguez Peña, Manuel Belgrano, Juan José Paso y Martín Rodríguez entre otros. Una historia menos conocida fue la de Manuela Pedraza, tucumana que le quitó el fusil a un invasor inglés y por tal motivo fue nombrada subteniente de infantería.
En 1811, cuando comenzó la guerra de emancipación, Gregoria Pérez donó tierras a Belgrano. También hubo mujeres que donaron sus alhajas, participaron en la lucha y fueron espías; Magdalena Macacha Güemes, hermana de Güemes, era brillante en la batalla y en el campo diplomático y tuvo fuerte influencia en su hermano. También Gertrudis Medeiros que era espía fue tomada prisionera y parte de su casa fue convertida en cuartel de los españoles. Los pobladores de Campo Santo, la vieron amarrada a un algarrobo que aún se conserva y cuyo follaje recuerda a la heroica mujer. Encadenada fue llevada a Jujuy. El maltrato reafirmó su patriotismo y estando presa informaba sobre el enemigo al Gral. Güemes. Bajo sospecha, fue sentenciada a morir en los socavones de Potosí pero huyó la noche antes de ser trasladada. Cuando Belgrano triunfó en Salta, ayudado por hábiles mujeres como Juana Moro y Martina Silva de Gurruchaga, Gertrudis recuperó la libertad pero quedó en la pobreza. El General español Pezuela, informaba al virrey del Perú: «Los gauchos nos hacen casi con impunidad una guerra lenta pero fatigosa y perjudicial. A todo esto se agrega otra no menos perjudicial que es la de ser avisados por horas de nuestros movimientos y proyectos por medio de los habitantes de estas estancias y principalmente de las mujeres, cada una de ellas es una espía vigilante y puntual para transmitir las ocurrencias más diminutas de éste Ejército». La comunicación, interceptada por los patriotas, es un claro testimonio de la actuación de las mujeres. Una de las que desvelaba al jefe realista era la jujeña Juana Moro de López, delicada dama que humildemente vestida se trasladaba a caballo espiando recursos y movimientos del enemigo. Fue apresada y obligada a cargar pesadas cadenas, pero no delató a los patriotas. Cuando Pezuela invadió Jujuy y Salta. Juana fue detenida y condenada por espionaje a morir tapiada en su propio hogar. Juana Azurduy se unió en el amor y en los ideales a Manuel Ascencio Padilla poniendo su vida al servicio de la independencia. Intervino en numerosos combates y escaramuzas, sus hijos nacieron en momentos difíciles y cuatro de ellos murieron ante su mirada impotente y desgarrada, víctimas inocentes de enfermedades y acosados por el hambre, la sed y las incomodidades. Juana combatió embarazada de su última hija, la única que sobrevivió y a la que dejó al cuidado de una familia amiga mientras ella continuaba luchando. Volvió a abrazarla una década después. El Gral. Manuel Belgrano primeramente la había menospreciado pero luego, deslumbrado por sus acciones, le obsequió un sable en reconocimiento a su bravura. Cuando su esposo fue cercado y decapitado y su cabeza expuesta públicamente, Juana la recuperó y le dio cristiana sepultura. Sin familia, agobiada por el dolor y la tragedia, Juana marchó hacia el Sur. Vivió en Salta, donde luego de ser protegida por Martín Güemes, quedó desamparada. Pese a poseer grado militar, el gobierno no pagó sus servicios y recién en 1825 regresó a su tierra. María Loreto Sánchez de Peón de Frías fue espía y murió centenaria, peinando hasta el fin de sus días sus canos y débiles cabellos con una cinta celeste. Fue ella quien ideó una estafeta en el tronco de un árbol que crecía en la ribera de un río cercano a la Ciudad en el que las criadas lavaban ropa y recogían agua. Ellas llevaban y traían los mensajes que la corteza del árbol ocultaba. María Loreto arriesgó su vida trasladando información confidencial en el ruedo de sus vestidos y temerariamente burló a los realistas. En una oportunidad, simulando ser una humilde panadera, ingresó al cuartel enemigo durante varios días logrando relevar el número de soldados que ocupaba Jujuy, colocando granos de maíz en sus bolsillos, mientras era centro de atrevidos comentarios por parte de la tropa. Su inalterable temple le permitió organizar un plan continental de Bomberas que eficazmente ejecutó junto a Juana Azurduy, Juana Moro, Petrona Arias y Juana Torino, sus hijos y criados. Loreto fue la sombra de los realistas y ellos la castigaron con cárcel y humillación. En 1817 el general español La Serna, que había ocupado Salta, invitó a un baile a las sospechosas mientras parte de su ejército avanzaba hacia el sur. Loreto lo supo por confidencia del oficial con el que bailaba y dio aviso a los patriotas impidiendo la expedición.
A Macacha ?María Magdalena Dámasa Güemes de Tejada- le cabe la gloria de haber acompañado ideológica y logísticamente a su hermano, el Gral. Martín Miguel Juan de Mata Güemes. Cosió uniformes para la tropa patriota, realizó arriesgadas tareas de espionaje y fue admirada y respetada por sus opositores. Su red de informantes actuaba en Salta, Jujuy y Tarija, aportando datos fundamentales para controlar al enemigo. Integraban la red mujeres de la alta sociedad, campesinas y hasta minusválidas que todo lo arriesgaron por la Patria. Andrea Zenarruza de Uriondo, esposa de un lugarteniente de Güemes, recibía información y la trasmitía desafiando los peligros que esta actividad implicaba, contribuyendo más de una vez al triunfo de las armas criollas. Finalmente, la colaboración de mujeres campesinas e indígenas con los guerreros patriotas, proporcionando albergue e información sobre los movimientos de las tropas realistas y trabajo para mantener las cosechas durante la guerra constituyeron elementos sustanciales en favor de la causa de la independencia, muchas veces olvidados por la historiografía oficial.
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