Patriarcado

Los maleducados de siempre

Los femicidios de Montañitas y la proximidad del «día de la mujer» parecen ser circunstancias inconexas pero que bien valen a la hora de invitarnos a reflexionar, aunque suene contradictorio, no solo sobre el rol social de la mujer si no también sobre la educación que reciben los hombres para poder ser considerados como tales. pancarta_patriarcado

Claramente ser hombre no se agota en una cuestión biológica. Más aún,definir qué es en sí mismo ser «hombre» pareciera una tarea cuasi descomunal porque implica el análisis de un sinfín de circunstancias que, posiblemente, no sean fijas ni determinantes, sino más bien variables respecto al tiempo histórico. Así pues podríamos decir que cada época, incluso cada cultura, posee una definición propia sobre la masculinidad, definición a la cual deberán adaptarse de una u otra forma quienes quieran participar de ella.

Ahora bien, más allá del debate acerca de si la pertenencia a esta categoría es una elección soberana o no, lo cierto es quienes han de ser considerados como «hombres» deberán pasar por ciertos ritos de iniciación y, fundamentalmente, incorporar las prácticas y los valores instituidos por la sociedad para que se los tome como tales. Pero ¿cuáles son estos «valores» básicos que se nos inculcan a los hombres? ¿De qué se trata esto que podríamos llamar como «heteronormatividad»?

Cada época, incluso cada cultura, posee una definición propia sobre la masculinidad

Quizás elucidar por completo las instituciones investidas para la masculinidad sea un proceso algo infructuoso, sin embargo bien podríamos señalar algunos indicios que, sabiendo que no abarcan a la totalidad de la sociedad si no que marcan una tendencia, pueden llegar a revelarnos qué es lo que sucede con los hombres a la hora de relacionarse con las mujeres y de entenderse a sí mismos.

En este sentido se puede vislumbrar que en la educación masculina hay una fuerte impronta mercantilista en donde la mujer es observada como mera mercancía a adquirir en un fuerte contexto acumulativo, por lo cual ha de ser vista como un objeto pasible de ser tanto adquirido como rechazado según el deseo del momento. Pero además de esto, al hombre se le enseña por lo general que su valía se demuestra con actos violentos, que es más «macho» en tanto se muestre como dominante, fuerte, vigoroso y que, asimismo, su rol social es el de proveedor de las condiciones materiales de existencia.

Es decir, si traemos a colación el concepto nietzscheano de «voluntad de poder», debemos decir que al hombre se le suele enseñar que ser es querer siempre ser más, que el sentido de su vida es avanzar, ser poderoso y no dejarse vencer por la debilidad a la cual ha de sobreponerse en todo momento. Precisamente por años se ha pretendido mostrar a la mujer como el «sexo débil», posicionándola en un puesto inferior y que no debe interferir en absoluto con el avance masculino… o acompaña o se corre. ¿Qué imagen es la primera que se nos viene a la mente cuando hablamos de «masculinidad»? ¿Acaso no es la de un ser fuerte, rudo, seguro de sí mismo, fornido y pujante?

Así haya nacido en un seno familiar donde se le inculquen otro tipo de valores, por lo general es con esta significación imaginaria que el hombre ha de convivir a diario, entablando una lucha encarnizada con ella si no quiere caer bajo su yugo. ¿En qué lugar queda pues la mujer ante esta visión que ejerce violencia desde su origen? Si lo femenino es visto como obstáculo, debilidad, mercancía o incluso como lo otro totalmente antagónico ¿no se está expresando una violencia de base aún antes de cualquier acto?

Por años se ha pretendido mostrar a la mujer como el «sexo débil»

Es decir, al hombre se le enseña (lo que no significa que todos lo aprendan) que está bien ser violento y que la mujer es la otredad que si no se subyuga romperá con la masculinidad tan preciada. Algunos manifiestan esta ideología mediante la violencia simbólica, mediante la cosificación o el agravio; muchos otros lo hacen directamente mediante el uso de la fuerza física, golpeando, violando y asesinando.

Ante esto la gran pregunta a hacerse es: ¿por qué se da esta mala educación? ¿Surge de una cuestión supuestamente «natural» o emerge de construcciones históricas que pese a los años no se pueden deconstruir? Y más aún ¿cómo salirse de aquí? ¿Cómo debemos hacer los hombres para des-educarnos? Quizás si nos percatamos de las múltiples ficciones que entrañan estas enseñanzas podremos dejar de ser tan maleducados, aunque por supuesto esto implica renunciar para siempre de los puestos simbólicos de poder en donde nos han querido falsamente posicionar otros hombres antes que nosotros y, sinceramente, ¿cuán dispuestos estamos a hacerlo? Sin dudas, nuestra hipocresía o compromiso con la causa dependen de esta respuesta.

Imagen : www.80grados.net