Guerra y feminismo

Las guerrilleras que aterrorizan al ISIS

Son las mujeres que atemorizan al ISIS: kurdas que toman las armas para vengar las violaciones y asesinatos de sus «hermanas».Los yihadistas creen que si caen a sus manos no irán al paraíso. «Una noche maté a varios terroristas y fue una experiencia increíble», dice Naima.guerrilleras

A cinco kilómetros del frente, una casa asoma en el margen derecho de la árida carretera que enfilan los peshmerga, las tropas del Kurdistán iraquí. «Estamos a 10 minutos en coche del centro de Mosul», advierte el comandante Maruan Yaryir, a cargo de uno de los regimientos que libra batalla contra las huestes del califato. Es una mañana de sábado y desde hace días los ataques se suceden. Densas columnas de humo trepan por el horizonte entre tierras de barbecho. «Están tratando de romper nuestras líneas con coches bomba, militantes suicidas y morteros pero no son efectivos», predica el oficial mientras el automóvil toma una trocha y la vivienda va desvelando su contorno.

El inmueble que se yergue ante sus ojos luce un aspecto fantasmal: su esqueleto, reducido a una planta, parece carcomido por el abandono. Sus estancias a medio construir, sin embargo, son el cuartel general de una de las contadas unidades femeninas de los peshmerga. En su barracón una cuadrilla de mujeres firma el ajuste de cuentas contra quienes han sojuzgado, violado, asesinado o sepultado bajo las telas de un niqab a las «hermanas» iraquíes y sirias atrapadas en su territorio.

«Bienvenido», exclama Hasiba Nauzad al cruzar la puerta. Esta kurda de 24 años, alta y robusta, fue la primera en enrolarse en el ejército y desde entonces dirige este escuadrón de 30 mujeres. «Decidí tomar las armas hace un año cuando vi por televisión la dramática situación que se vivía aquí», relata enfundada en uniforme militar. Kalashnikov en ristre, deambula por habitaciones en las que las fotografías familiares adornan muros y espejos como recuerdo de las ausencias y las renuncias de sus huéspedes. «Cuando di el paso, estaba en Estambul preparando junto a mi marido el viaje a Europa», recuerda. «A él no le gustó la idea pero a mi dio igual. Hice las maletas y regresé a casa. Él se marchó a Alemania y yo vine aquí. No le he vuelto a ver ni sé nada de él».guerrilleras-1

La fortaleza con la que marca sus palabras no es un caso aislado en este acuartelamiento. El ejército de facto de la región autónoma del Kurdistán iraquí -administrado por las dos formaciones hegemónicas, el Partido Democrático y la Unión Patriótica del Kurdistán- abrió sus puertas al sexo femenino en 1996. Pero ha sido la amenaza yihadista la que ha quebrado el techo de cristal. «Somos una gran familia. Ninguna de nosotras es diferente a los camaradas hombres en el campo de batalla. Sabemos manejar cualquier tipo de arma, hasta un RPG antitanque, y nada nos atemoriza», esboza Hasiba.

A cinco kilómetros del frente, una casa asoma en el margen derecho de la árida carretera que enfilan los peshmerga, las tropas del Kurdistán iraquí. «Estamos a 10 minutos en coche del centro de Mosul», advierte el comandante Maruan Yaryir, a cargo de uno de los regimientos que libra batalla contra las huestes del califato. Es una mañana de sábado y desde hace días los ataques se suceden. Densas columnas de humo trepan por el horizonte entre tierras de barbecho. «Están tratando de romper nuestras líneas con coches bomba, militantes suicidas y morteros pero no son efectivos», predica el oficial mientras el automóvil toma una trocha y la vivienda va desvelando su contorno.

El inmueble que se yergue ante sus ojos luce un aspecto fantasmal: su esqueleto, reducido a una planta, parece carcomido por el abandono. Sus estancias a medio construir, sin embargo, son el cuartel general de una de las contadas unidades femeninas de los peshmerga. En su barracón una cuadrilla de mujeres firma el ajuste de cuentas contra quienes han sojuzgado, violado, asesinado o sepultado bajo las telas de un niqab a las «hermanas» iraquíes y sirias atrapadas en su territorio.

«Bienvenido», exclama Hasiba Nauzad al cruzar la puerta. Esta kurda de 24 años, alta y robusta, fue la primera en enrolarse en el ejército y desde entonces dirige este escuadrón de 30 mujeres. «Decidí tomar las armas hace un año cuando vi por televisión la dramática situación que se vivía aquí», relata enfundada en uniforme militar. Kalashnikov en ristre, deambula por habitaciones en las que las fotografías familiares adornan muros y espejos como recuerdo de las ausencias y las renuncias de sus huéspedes. «Cuando di el paso, estaba en Estambul preparando junto a mi marido el viaje a Europa», recuerda. «A él no le gustó la idea pero a mi dio igual. Hice las maletas y regresé a casa. Él se marchó a Alemania y yo vine aquí. No le he vuelto a ver ni sé nada de él».guerrilleras2

La fortaleza con la que marca sus palabras no es un caso aislado en este acuartelamiento. El ejército de facto de la región autónoma del Kurdistán iraquí -administrado por las dos formaciones hegemónicas, el Partido Democrático y la Unión Patriótica del Kurdistán- abrió sus puertas al sexo femenino en 1996. Pero ha sido la amenaza yihadista la que ha quebrado el techo de cristal. «Somos una gran familia. Ninguna de nosotras es diferente a los camaradas hombres en el campo de batalla. Sabemos manejar cualquier tipo de arma, hasta un RPG antitanque, y nada nos atemoriza», esboza Hasiba.

En los últimos 10 meses, esta recluta ha desfilado por el frente de Nawaran -al norte de Mosul, la segunda urbe de Irak que en 2014 el IS convirtió en la capital de su califato en suelo iraquí- y Teleskuf, una villa cristiana abandonada por sus habitantes que lleva dos años resistiendo a un intenso fuego enemigo. Fue allí donde el pasado mayo decenas de kamizakes arremetieron contra los uniformados kurdos. En la refriega no faltó esta unidad de mujeres. «Hemos sufrido algunas penurias pero todo lo alivia la sensación de que estoy protegiendo nuestro país.No tenemos ningún miedo», confiesa asida al rifle.

Farida Ali es la veterana del escuadrón. Las arrugas que comienzan a mudar su rostro destacan entre los veintitantos que exhibe la piel tersa de sus colegas. En una sociedad conservadora, donde la mayoría de las féminas vive recluida en el hogar, Farida es una extraña excepción. «Tengo 35 años. Antes de enrolarme, vivía con mis padres y hermanos. Me dedicaba a las tareas domésticas. Tres de mis hermanos son también peshmerga», narra la soldado. «Éste había sido siempre mi sueño pero, hasta ahora, existían demasiados obstáculos para cumplirlo. Cuando escuché a unos generales animando a que las mujeres se apuntaran como voluntarias, no lo dudé. En mi entorno sorprendió mi decisión pero, para mi, esto no es algo temporal. Es la vida que quiero vivir».guerrilleras-4

Ni los sermones de algunos ulemas, reacios a que ellas se sumen a la que hasta ahora era una contienda de hombres, han cancelado su determinación. «No me importan las palabras del resto. Tengo el apoyo de mi familia y con eso me basta», responde Farida, consciente de las lindes que atenazan a los kurdos, el mayor pueblo sin Estado del planeta. «Mi única aspiración es defender a mis compatriotas de todos los enemigos. Y el Daesh no es el único rival. También lo son todos aquellos que no quieren que los kurdos tengamos un país independiente. Pero estoy segura de que un día podré izar la bandera de un Kurdistán independiente».

De momento, las escaramuzas con los adláteres de Abu Bakr al Bagdadi -con quienes comparten unos 1.000 kilómetros de frontera- consumen todas sus energías. «Permanecer en el frente es duro. Necesitamos armamento y vehículos para preparar el asalto a Mosul. El Daesh sigue teniendo mejores armas que nosotras», denuncia Hasiba, que lleva siempre la voz cantante . «Desde el primer momento, el comandante nos contó la verdad: ‘No hay dinero’. Fue él quien sufragó los rifles que hoy usamos vendiendo su propio coche. Además, cada una de nosotras tuvo que costearse los uniformes. Por eso ninguno de nuestros atuendos es igual. Luchamos gratis pero, cuando concluya la guerra, queremos ser como las mujeres militares que forman parte de los ejércitos europeos».

Una existencia precaria -cocinan su propia comida de rancho con alimentos donados por comerciantes locales- que, sin embargo, no ha alimentado las deserciones. «Lo están haciendo muy bien. En la batalla son iguales que los hombres. A veces, incluso mejores. Es una unidad que pelea por acudir la primera a los ataques», detalla el teniente Luhman, que instruye a las combatientes en un campo de entrenamiento cercano. «Están preparadas para luchar, repeler ataques suicidas y sortear las trampas del enemigo. En el Daesh no hay mujeres tan valientes como ellas. En realidad, a esos terroristas les asustan mucho las mujeres», bromea el oficial.

El terror que infunde un batallón de mujeres armadas en el corazón de los muyahidines es un fogonazo del que presumen en este singular cuartel. «Los militantes del Daesh temen a las mujeres kurdas. Somos demasiado para ellos. Sus dirigentes han propagado una advertencia entre sus militantes: les han dicho que si caen a manos de mujeres jamás alcanzarán el paraíso», clama Naima, feliz de saborear tan despiadada venganza.

 

Imagen : elmundo.es/anticapitalistes.net/colombia.com