Así lo expresó Berta Wexter, master en problemática de género, miembra del Centro de Estudios Interdisciplinarios de la Mujer de Rosario, y autora de «Juana Azurduy y las mujeres en la Revolución Altoperuana», al referirse a que desde épocas antiguas «las mujeres que salieron del ámbito privado marcaron otra historia que no se quiso contar porque nuestras sociedades son muy patriarcales, especialmente en el siglo XIX», producto de la cual nace su invisibilización en los procesos revolucionarios del Alto Perú.
En su paso por Salta, con motivo de la presentación de la séptima edición del libro, Wexler, rescató, que esta «invisibilización histórica» es parte de una cultura androcéntrica, en la que además fueron apartados los miles de indígenas, campesinos y esclavos que participaron directamente en la lucha por la independencia colonial.
En su investigación, la historiadora manifestó, que hubo dos procesos muy marcados y diferentes desde el actual territorio boliviano hacia el norte del Virreinato del Alto Perú, adonde las mujeres lucharon con sus parejas levantando las armas y muchas veces con lugares de mando, mientras que esto contrasta con otra realidad latente por esos siglos, en las que ellas «no accedían al estudio ni a actividades que se dieran fuera del mando del hombre».
«A la mujer siempre la historia le asignó un lugar de tareas culturalmente relacionadas al género, como las bordadoras de la bandera», relató.
La investigadora, consideró también, que a diferencia de esta mirada parcial, que muestra la historia tradicional, estas mujeres «fueron la inspiración de todo un colectivo en el Alto Perú», siendo condenadas a muerte por sus levantamientos, o a denigraciones tales como pasearlas desnudas, descuartizarlas, y rasurarles la cabeza, entre otras cosas.
Wexler explicó también, que en las rebeliones andinas hay innumerables mujeres que participaron junto a sus esposos, hecho que no tuvo semejante correlato en lo que después sería territorio argentino, en cuanto
lejos de los movimientos populares, se gestaron aquí Ejércitos que impidieron esa misma participación.
En un repaso de su obra, Wexler mencionó además, que las mujeres tenían sobradas razones para luchar contra el español, ya que hay registros que dan cuenta de esto, por los ultrajes a los que fueron sometidas desde la conquista.
En el caso del Alto Perú, la investigadora destacó el rol de Micaela Bastidas, esposa de Tupac Amaru, y dirigente del combate junto a éste.
Micaela, según los registros de los españoles es declarada culpable por dirigir esa rebelión, apresada y condenada a muerte arrastrándola, sufriendo el corte de su lengua y «trasladada para ser fijada en una picota y seguir descuartizando otras partes del cuerpo, para ser posteriormente quemada en la hoguera junto al resto de sus familiares y compañeras de lucha».
En el caso de Juana Azurduy, destacó su rol permanente en la lucha armada y su tardío reconocimiento en la historia, junto a su vida y muerte en la absoluta pobreza.
Manifestó de igual modo, que desde 1960 comenzó a tomar protagonismo la escritura sobre las mujeres, y recién de 1980 los estudios de género y feminismo empezaron a ahondar en este tema.
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