TAPACHULA, México (ACNUR) – Desde muy temprana edad, Antonio* y quienes lo rodeaban sabían que él era diferente. «Mi familia notó que yo actuaba diferente, y mi padre me decía que lo que hacía estaba
mal… que yo había nacido varón y tenía que actuar como tal», recuerda este adolescente hondureño.
Su padre solía golpearlo con sus puños, con un palo o con su cinturón, o incluso le lanzaba piedras. «También insultaba a mi madre y le pegaba, pues decía que ella era la culpable de que yo fuera así, de que yo fuera un niño que sentía preferencia por las actividades que realizaban mi mamá y mis hermanas, jugar con muñecas, hacer la comida, y las cosas del hogar».
En el pequeño poblado rural conservador donde creció, los homosexuales son considerados como anormales y son víctimas de abusos. La vida de Antonio se volvió tan insoportable que finalmente
decidió huir fuera de su país para escapar de sus persecutores.
Después de un par de intentos fallidos, en octubre pasado su viaje lo llevó a Tapachula, una ciudad ubicada en la frontera sur de México con Guatemala. Tapachula es también una de las principales rutas de
movimientos migratorios mixtos desde Sudamérica hacia los Estados Unidos.
«Íbamos ocho rodeando la garita, cuando llegó migración», contó al personal del ACNUR que monitorea la frontera para detectar posibles solicitantes de asilo y refugiados. «Todos corrieron, menos yo».
Antonio solicitó asilo y desde entonces recibió la condición de refugiado.
Casos como éste son raros, pero igualmente merecedores de la protección que promueve el ACNUR como otros casos más tradicionales. En general, las peticiones de asilo originadas en persecuciones por la orientación sexual se enmarcandentro de lo que se conoce como «persecución por motivos de género», que se refiere a un variado
grupo de posibles solicitudes como actos de violencia sexual, violencia familiar, planificación familiar obligatoria, mutilación genital femenina, castigo por transgresión de costumbres sociales, y
homosexualidad, como el caso de Antonio.
El joven hondureño ha vivido mucho dolor en su corta vida. Desde muy pequeño sufrió abuso físico y sexual, exclusión social y discriminación por distintos miembros de su familia y comunidad. A los
14 años se fue de su casa y consiguió trabajo en una boutique, donde lo echaron cuando se enteraron de que era homosexual.
Se mudó a otro pueblo donde encontró otro trabajo en una tienda de ropa, pero la pesadilla pronto empezó de nuevo. Cuando su nuevo empleador se dio cuenta de que Antonio era gay, comenzó a
agredirlo verbalmente aunque le permitió continuar con su empleo. Antonio dijo que temía por su vida, porque su jefe siempre llevaba consigo su pistola: ?A cada rato amenazaba con matarme si me atrevía
a dejar mi trabajo o a denunciarlo».
En su tercer intento de huir, Antonio llegó a Tapachula, donde fue asegurado por las autoridades migratorias y conoció a una oficial de protección a la infancia del Instituto Nacional de Migración. «Le dije
lo que me había pasado y que temía regresar a Honduras. Me enteré que mi antiguo jefe había ido a mi casa a buscarme y le había dicho a mi familia que nomás que llegue me iba a matar».
El caso de Antonio fue referido a la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR). Él solicitó la condición de refugiado y la obtuvo por su pertenencia a un determinado grupo social, uno de los cinco
motivos presentes en la Convención de 1951 para los Refugiados.
Hoy el joven se siente optimista acerca de su futuro y no le faltan planes. Con la ayuda de COMAR, se inscribió en un curso de estilista. «Si Dios me lo permite, me gustaría tener mi propia estética. También
quiero estudiar inglés y graduarme en esa lengua. Yo sé que voy a salir adelante», afirma Antonio, y deja un mensaje para aquellos que se encuentren en su misma situación: ?que no tengan miedo, que
denuncien, que busquen ayuda y dejen todo eso atrás, como yo lo hice».
* Su nombre ha sido cambiada por razones de seguridad.